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lunes, 18 de octubre de 2021

GENERACIÓN 21: NUEVAS NOVELISTAS CANARIAS de SINESIO DOMÍNGUEZ SURIA

 


G-21: Nuevas Novelistas Canarias. De Ánghel Morales (Parte I)

Sinesio Domíngez Suria. ASSOPRESS

Tanto en la Introducción del libro de 2011 G-21: Nuevos novelistas canarios, como en la de este libro que hoy nos convoca G-21: Nuevas novelistas canarias, ambos de Ánghel Morales como autor y como editor, él señala que tanto en ensayos y artículos comprobaba una y otra vez cómo se repetía el tópico de que Canarias era casi exclusivamente tierra de poetas, esto es, una tierra solo propicia a la poesía.

No lo dice él, pero sí lo refiere como dicho por algunos críticos. Yo tampoco sé quién lo dijo, pero, en mi opinión, quien lo dijo se equivocó. Claro que Canarias es tierra de poetas, de magníficos y magníficas poetas y claro que es tierra propicia para la poesía. Pero también Canarias es tierra de narradores y narradoras que viven aquí y gozan de sus características, aunque la puedan ver, sentir y pensar de otra manera, no como poetas sino como prosistas. Canarias es, también, tierra de narrativa.

Hasta finales del siglo XIX, salvo algún caso aislado, no existió una narrativa escrita por mujeres o por lo menos no las incluye el canon literario que ya sabemos todos que tiene omisiones injustificadas e imperdonables.

Refiriéndonos a la narrativa española peninsular fueron escasos intentos, incipientes en cuanto al número de autoras, que son más conocidas por sus vidas que por sus obras: Fernán Caballero con La gaviota, Gertrudis Gómez de Avellaneda con Dos mujeres y Emilia Pardo Bazán con Los pazos de Ulloa. Y muy poco más en el XIX.

Ya en el siglo XX se produce un importante progreso en cuanto a narrativa escrita por mujeres, en número y en tendencias literarias. Hasta 1944, como consecuencia de la Guerra Civil, no empieza una narrativa escrita por mujeres que despunta y crece: Carmen Laforet gana ese año el Premio Nadal de novela con Nada. Pareció entonces que la mujer invadió el mundo de la narrativa y se inauguró una primera generación de mujeres escritoras: Elena Quiroga en 1950 gana el Nadal (Viento del Norte); en 1952, lo obtiene Dolores Medio (Nosotros los Rivero); en 1953 lo gana Luisa Forellat (Siempre en capilla); en 1957 Carmen Martín Gaite se alza con el premio (Entre visillos) y en 1959 Ana María Matute se hace con él (Primera memoria). Por otro lado, Mercé Rodoreda publica en catalán y se traduce al español La plaza del Diamante en 1962 y Mercedes Salisachs gana el Premio Planeta en 1975 con La gangrena.

La crítica saluda esta explosión de narrativa escrita por mujeres como un fenómeno atípico que empieza a ocupar las páginas de los periódicos, un lugar en las enciclopedias y un sitio preminente en las librerías.

La segunda generación, en la que se habla ya de una novela que expresa la condición de la mujer y su problemática, y no por eso se la califica de femenina, la componen Carmen Riera, Nuria Amat, Ana Mª Moix y Monserrat Roig.

Poco más tarde y con una novela de tinte social, irrumpe con una fuerza inusitada la tercera generación con autoras como Soledad Puértolas, Cristina Fdez. Cubas, Lourdes Ortiz, Rosa Montero y Marina Mayoral.

Luego, llegan Lucía Etxebarría, Flavia Company y Belén Gopegui, que forman la cuarta generación y que escriben sobre personajes problemáticos, con temas oscuros y llenos de confusiones en lo que se llamó la novela psicológica.

Finalmente, y conformando una novela de temática diversa, se instalan en el panorama narrativo Espido Freire, Almudena Grandes, Pilar Adón, Irene Jiménez, Matilde Asensi, Ángeles Caso, Luisa Castro o Mari Pau Jener que, por ahora, componen la quinta generación y que están absolutamente consolidadas.

No quiero dejar de mencionar la narrativa de bestsellers escrita por mujeres, como la de María Dueñas, Carmen Posadas, Luz Gabás, Marta Robles y Julia Navarro, entre otras.

Y tampoco quiero dejar pasar la narrativa llamada romántica escrita por mujeres de las novelas de Corín Tellado, Carlos de Santander, Carmen Rico Godoy y alguna otra autora, que tuvo el mérito, al menos, de ser ávida lectura de muchísimas mujeres y no pocos hombres.

 

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