Papá, escasos días han tenido que trascurrir desde tu muerte para confirmar lo que siempre supe. Sí, la integridad es ciertamente valorada en nuestra sociedad, a pesar de lo que pudiera parecer.
No sabría enumerarte los rostros que, tras las dichosas mascarillas, me han descrito anécdotas y alabado tu disponibilidad profesional. Con orgullo se han acercado para confirmar aquello que nosotros –tus hijos- tuvimos la riqueza de disfrutar durante esta vida de final imprevisto. Desde políticos a periodistas refutados, desde el camarero del bar de barrio hasta el marido de una compañera del AMPA de mamá. Todos descifraban una idea al unísono: siempre tratabas a las personas con cercanía e interés, nunca dejabas a nadie sin réplica cuando se trataba de pelear por una sociedad más justa e igualitaria. Todo aquel que necesitara tu apoyo o conocimientos, recibía con desinterés una ayuda profesional inestimable, en ocasiones solía acabar por dar solidez a diferentes movimientos sociales a los que te suscribías. Poco te puedo contar de tu carrera profesional y méritos que no se sepa, precisamente eso no era lo que diría que te define, pero cabría en una palabra tan en desuso como es “integridad”.
Cuando te veía entre círculos de personalidades excepcionales, destacabas por extraordinario. Si todos coincidían en valorar con excesiva rapidez las tendencias que la economía marcaría, se te podía ver desmarcándote, siempre apoyado en informes de técnicos a los que valorabas con responsabilidad. Pero cuando te disfruté mas era en los entornos informales. Cuando recorrías veredas de tus amadas islas, disfrutabas de un vino o saludabas con entusiasmo a alguien por la calle Triana. En esos momentos sentía orgullo de tener un padre como tú. Siempre con calidez, sin dejar de lado tu humor sarcástico e ilusión, que creo que con algo de eso nos hemos quedado por aquí. Disfrutaba y aprendía cuando me enviabas los borradores de conferencias de asuntos no relacionados con tu profesión, aquellos en los que hablabas sobre sociedad o cultura, siempre interesantes. Mostrando aquello que a diario olvidamos, o cuando recibía semanalmente el borrador de tus comentarios sobre el análisis de la actualidad, que preparabas con cariño para la radio.
Pero sobre todo he sentido el mayor orgullo al llegar a la edad adulta. El tiempo me mostró la energía que siempre asumiste –igual que la tuvo mamá- para romper las desigualdades sociales. La misma con la que te empeñabas en conseguir una sociedad más justa, con mejores servicios públicos, con más oportunidades para todos, teniendo que marchar sin poder ver definitivamente materializado el trabajo desarrollado en la “Plataforma 5% por la educación”. Me hace sentir que merece la pena seguir, que con personas como ustedes no todo está perdido.
Hace sólo dos días, segundos antes de que el crematorio te redujera en cenizas, sólo me atreví a regalarte un “gracias” que resumía un universo de reconocimientos infinitos. Nunca fuiste de darnos de todo, asimilamos que nunca lo necesitamos y aún lo siento así; no éramos de tener lo último en nada ni los mejores juguetes. Pero sabíamos que en ciertas cosas en casa no se escatimaba. Para educación, estudiar, leer, aprender a tocar un instrumento, para cultura… para eso nunca marcaste límites. Por eso somos curiosos y con hambre de aprender: nos acercaste sin necesidad de empujarnos a la música, letras y el conocimiento. Valorando desde chiquititos el conocimiento, en toda su extensión, sin habernos impuesto ningún camino.
Ahora, nos dejas con el vacío de tu persona, sin la “memoria chica” a la que acudíamos con frecuencia para, por ejemplo, consultarte por la mejor vereda para llegar a Moya, tu opinión sobre el Brexit o el motivo arquitectónico de la catedral de Santa Ana.
Carajo, aquí nos hemos quedado huérfanos de tu persona. Pero queda el consuelo de que seguirás junto a los que te queremos y admiramos, que me consta somos legión, dejando en nosotros un poso del que florecerá la pasión que desprendías por Canarias, por la sociedad y sobre todo, por las personas.
Papá, gracias. Nos has regalado una vida maravillosa. Espero no defraudarte.
*Texto escrito por Enrique Redondo Miranda, hijo de Fernando Redondo, economista y ex presidente del Consejo Económico y Social de Canarias y ex consejero del Gobierno canario, que falleció el pasado domingo a los 72 años. Su hijo Fernando Redondo nos envió el texto para su publicación. Desde este blog queremos contribuir al homenaje a un hombre que entendía la economía como bien común y que siempre se comprometió con los servicios públicos de nuestro país.
fuente: https://juanglujan.wordpress.com/
No hay comentarios:
Publicar un comentario