miércoles, 7 de noviembre de 2018

La clienta ladrona

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La señora acudía casi a diario al súper, era conocida y apreciada por los empleados, cajeros, vigilantes, encargados. Tenía unos setenta años, atenta, cariñosa, risueña, tanto que poco a poco se ofreció a traerles cafés a las empleadas que se quejaban del poco tiempo de que disponían para desayunar.

 Solícita iba y venía a una cafetería cercana y aparecía con zumos y bocadillos. Lo que las chicas pedían. La adoraban. En justa correspondencia, desde que la veían llegar la recibían con sonrisas. Era de la casa. Durante años fue la norma. Todos los días acudía a comprar pan, jamón, yogur, lo del día, vamos. Eso sí lo pagaba. Cuando llegaban los sábados la señora hacía una compra mayor, el carro casi lleno. 350 euros era la media de su facturación sábado a sábado. Y así durante dos o tres años hasta que cambió su suerte.
Un día una empleada vio algo que la puso en guardia. Observó y comentó: "Esa mujer está robando..." Se lo dijo a la encargada, con la que la sospechosa hablaba mucho. "¿¡Estás loca!?", fue la respuesta de asombro. "Vigila y verás..." Así hizo. Comunicaron las sospechas a la empresa, que ordenó seguirla desde que pisara al establecimiento. Máxima discreción. En menos de una semana conocieron el modus operandi de la cariñosa clienta. Resulta que cuando la señora terminaba la compra empujaba su carro hasta la zona de cajeras, vigilantes, etc, y desde ahí lo desviaba discretamente a la calle. En ese corto tramo aireaba ante las cajeras amigas un tique de compra que siempre llevaba en la mano con la intención de hacerles creer que su compra ya estaba pagada. Esa era la clave. Confirmado el robo la policía la retuvo en el mismo súper. El tique que exhibía no era ni de ella, era uno de tantos que usó durante su larga actividad delictiva. Dado que se empeñó en negar los hechos la empresa decidió revisar las cámaras de vigilancia y la sorpresa fue mayúscula. Había imágenes de la ladrona en las que repetía la operación semana a semana. Acabó sentada en el banquillo de los acusados escuchando los testimonios de las cajeras amigas. Los que cuentan la historia la vivieron en primera persona y de todo lo sucedido nada les impactó tanto como su actitud: "Como si no fuera con ella. No abría la boca; se entretuvo jugando con un anillo sin el menor síntoma de arrepentimiento".
Por cierto, al juicio acudió de peluquería, tan guapa ella.
Como la que oye llover.
fuente:  https://www.laprovincia.es/opinion/2018/11/04/clienta-ladrona/1113939.html

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