Marisol ayala
La señora acudía casi a
diario al súper, era conocida y apreciada por los empleados, cajeros,
vigilantes, encargados. Tenía unos setenta años, atenta, cariñosa,
risueña, tanto que poco a poco se ofreció a traerles cafés a las
empleadas que se quejaban del poco tiempo de que disponían para
desayunar.
Solícita iba y venía a una cafetería cercana y aparecía con
zumos y bocadillos. Lo que las chicas pedían. La adoraban. En justa
correspondencia, desde que la veían llegar la recibían con sonrisas. Era
de la casa. Durante años fue la norma. Todos los días acudía a comprar
pan, jamón, yogur, lo del día, vamos. Eso sí lo pagaba. Cuando llegaban
los sábados la señora hacía una compra mayor, el carro casi lleno. 350
euros era la media de su facturación sábado a sábado. Y así durante dos o
tres años hasta que cambió su suerte.
Un
día una empleada vio algo que la puso en guardia. Observó y comentó:
"Esa mujer está robando..." Se lo dijo a la encargada, con la que la
sospechosa hablaba mucho. "¿¡Estás loca!?", fue la respuesta de asombro.
"Vigila y verás..." Así hizo. Comunicaron las sospechas a la empresa,
que ordenó seguirla desde que pisara al establecimiento. Máxima
discreción. En menos de una semana conocieron el modus operandi
de la cariñosa clienta. Resulta que cuando la señora terminaba la
compra empujaba su carro hasta la zona de cajeras, vigilantes, etc, y
desde ahí lo desviaba discretamente a la calle. En ese corto tramo
aireaba ante las cajeras amigas un tique de compra que siempre llevaba
en la mano con la intención de hacerles creer que su compra ya estaba
pagada. Esa era la clave. Confirmado el robo la policía la retuvo en el
mismo súper. El tique que exhibía no era ni de ella, era uno de tantos
que usó durante su larga actividad delictiva. Dado que se empeñó en
negar los hechos la empresa decidió revisar las cámaras de vigilancia y
la sorpresa fue mayúscula. Había imágenes de la ladrona en las que
repetía la operación semana a semana. Acabó sentada en el banquillo de
los acusados escuchando los testimonios de las cajeras amigas. Los que
cuentan la historia la vivieron en primera persona y de todo lo sucedido
nada les impactó tanto como su actitud: "Como si no fuera con ella. No
abría la boca; se entretuvo jugando con un anillo sin el menor síntoma
de arrepentimiento".
Por cierto, al juicio acudió de peluquería, tan guapa ella.
Como la que oye llover.
fuente: https://www.laprovincia.es/opinion/2018/11/04/clienta-ladrona/1113939.html
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