miércoles, 17 de octubre de 2018
Chiquillos con suerte
Autora Marisol Ayala.
Viendo vídeos de personas que han luchado contra el agua en piscinas o en el mar me vinieron a la memoria dos casos en los que dos pequeños, niño y niña, no perdieron la vida de pura casualidad, sin otro mérito que haberse encontrado en su lucha una mano tendida.
Supongo que algún lector sabrá que fui nadadora y monitora de cursillos, es decir, que enseñé a nadar a docenas de chiquillos. Siempre recuerdo lo que nos decían los monitores experimentados: "Cuidado, un niño se ahoga en un minuto". Así es. El terror juega en esos momentos un papel vital. Les impide entender consejos que les calmen. Hace tiempo que no voy a la playa de Alcaravaneras, así que desconozco si lo que conocíamos como La Peña Dos Hermanas, así bautizadas porque estaban juntas, separadas por un remolino de agua que jugaba a su antojo, siguen allí. Con el agua quieta no había peligro, pero si la marea se enfadaba había que tener cuidado.
Así que estábamos unas adolescentes sentadas en la peña cuando recuerdo ver a un niño de ocho o nueve años a punto de ser engullido por ese remolino. Su pelo rubio iba desapareciendo bajo el mar. Mi experiencia con el agua le salvó de lo que pudo ser como poco un gran susto. Mis manos no alcanzaban las del niño, que estaba en serio apuro, de manera que estiré las piernas, lo enganché por el cuello hasta que él, aterrado, se abrazó a una de mis piernas y de un tirón lo saqué a flote. Recuerdo que ya en la arena le dije que fuera en busca de su madre, a la que resulta que yo conocía. Por entonces nos conocíamos todos.
El otro caso es el de una niña que hoy es anestesista. Con unos siete años comenzó en los cursillos de natación a los que venía con su hermana mayor. Le daba clases y la pequeña no se separaba del borde de la piscina hasta que llegaba su hora. De pronto me di cuenta de que la pequeña no estaba a mi lado; miré alrededor y no la vi. Entonces miré al fondo de la piscina y la descubrí trepando por la pared para alcanzar la superficie. Me tiré y la saqué como un pollo. Y ahora viene lo curioso. Con los años, la encontré en un quirófano. Fue la anestesista que me anestesió cuando me sometí a una intervención.
Ella no sabía lo que nos unía, ni yo se lo dije.
FUENTE: https://www.laprovincia.es/opinion/2018/10/14/chiquillos-suerte/1107020.html
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