¿Dónde dejé las
llaves? Esta es la pregunta que nos hacemos al salir de casa al tiempo que
buscamos en los bolsillos o bolso con desesperación desmedida y, es que
quedarnos en la calle sin la llave es tanto como sentirnos solos en el
desierto, a menos, claro está, que en la casa quede otra persona.
Las mujeres, al
no llevar esa prenda, la colgaban a la cintura junto a la de la alacena donde
se guardaba la comida y, no digamos la incomodidad de las celebres (amas de
llave) Estas aguantaban un peso considerable de la mañana hasta llegar a la
noche que la guardaban debajo de la almohada.
Poco a poco su
tamaño fue haciéndose más pequeño hasta llegar al yale o llavín que se hicieron
más cómodas de llevar para todos.
El cambio más
radical se ha efectuado en los hoteles donde con una simple tarjeta podemos
abrir cómodamente nuestra habitación a la vez que conectamos la luz.
Todo en la vida
tiene un principio y esto de las llaves no podía ser menos. Las primeras
cerraduras se conocieron en China hace 4000 año y se podían manipular desde los
dos lados de la puerta mediante un gancho.
La revolución
llegó con Josph Bramah quien en 1778 creó la llave cilíndrica con muescas en
los dos extremos.
Lo paradójico es
que se vendieran llaves para evitar los robos mientras el robo era considerado
un oficio. En la Esparta del siglo V antes de Cristo el ladrón que era cogido
infraganti era castigado, no por ladrón, sino por chapucero, algo parecido a lo
que vemos en nuestros días con los que meten mano en lo ajeno.
La llave se
convirtió en un símbolo desde el siglo IV regalándose a papas y reyes. En
nuestros días se entrega, simbólicamente, a personajes famosos.
No olvide coger
sus llaves al salir de casa para no verse en un apuro.
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