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viernes, 1 de diciembre de 2017

“Cuidado, no pise la sangre”


Autora: Marisol Ayala
Hay sucesos, en este caso la muerte de una mujer en Jinámar a manos de su marido, que no olvidas jamás.

Hace tiempo que quería escribir, lo había prometido, sobre uno de los casos de violencia de género más brutal que he conocido de manera que ahora, ya que en estos días celebramos el Día Internacional  contra la Violencia de Género, cumpliré lo prometido con la tranquilidad que te regala la distancia. Ocurrió en el Polígono de Jinámar. Advierto que deseo escribir del caso porque todo lo que se difunda sobre tamañas atrocidades será poco y porque llevo años tratando de localizar a sus víctimas, es decir, los hijos de la asesinada. Los datos precisos del crimen no he podido hallarlos en hemeroteca alguna así que tendrán que fiarse de mí.  Las imágenes las tengo claras, pues no he podido olvidar semejante atrocidad.
1994 o 1995.  Una mujer madre de 5 hijos –no recuerdo con exactitud- fue asesinada por su marido en la alcoba de matrimonio de un bloque de Jinámar con los niños en casa. Pero ellos dormían. ¿O no? Me tocó cubrir ese suceso y allí nos fuimos el fotógrafo y yo. Los datos de que dispongo como digo bailan en mi cabeza y me confunden pero el eje central del caso lo tengo grabado. La atrocidades no se olvidan y algunas desgraciadamente he conocido. A pesar de los años transcurridos he sido incapaz de localizar incluso la vivienda en la que sucedieron los hechos a pesar de reunirme con vecinos de la zona. En más de una ocasión he dado una vuelta por el barrio para tratar de refrescar la memoria y nada. Lo curioso es que parece como si esa tragedia sólo viviera en mi cabeza. Nadie recuerda nada y eso que en su día estuve en el escenario del crimen, la vivienda, hablé con los vecinos, con la familia, y escribí la historia para La Provincia pero lo cierto es que hoy sin un nombre, un teléfono, una pista que me lleve hasta ellos, es complicado.  Difícil es hallarlos. En esos años fueron varias las mujeres asesinadas en Jinámar y en el barrio me ofrecen datos confusos. En aquellos años las estadísticas sobre mujeres asesinadas no existían, de forma que la posibilidad de recurrir a los registros es un esfuerzo vano.

Una cosa deben tener claro; todo lo que aquí cuento lo viví intensamente y lo guardo en mi memoria profesional por el impacto que me causó. Hace poco hablé con una de las vecinas del barrio que en esa época era una destacada líder vecinal. Recuerda todos los detalles del caso pero desconoce dónde localizar a la familia de la víctima que sigue viviendo en Jinámar.
Tal vez con esa muerte me ocurra que al vivirla desde el corazón de la vivienda en la que sucedieron los hechos guardé para mí lo que vi, lo que escuché y lo que silencié, de ahí que solo lo recuerde yo y sin duda la familia. No hay manera de saber su nombre,
“Cuidado, no pise la sangre…”
En ocasiones una se pregunta qué ocurre con determinadas historias que se nos graban a sangre y fuego. En este caso lo entenderán mejor desde que vaya desmenuzando la atrocidad. Cuando aquella mañana acudí al bloque de Jinámar en la que había producido el brutal asesinato, los vecinos me alertaron en la puerta con un “cuidado, no pise ahí, que hay sangre…”. La primera en la frente. Miré hacia arriba y me aclararon que la sangre de la acera era de la fallecida que vivía en el cuarto o quinto piso. El marido la mató a golpes en la alcoba y después limpió con esmero la habitación con una tranquilidad escalofriante; el otro paso fue asomarse por la ventana y desde allí lanzar a la calle los restos de la limpieza, agua y sangre. Esa operación la realizó un par de veces hasta que consideró que la escena del crimen estaba suficientemente limpia para dar un portazo y airearla.
Era todo tan duro que me envalentoné y decidí acceder a la vivienda en la que cuando llegué, dos enfermeros retiraban en una camilla el cadáver de una persona, la víctima, menuda, pelo negro y piel blanca. Pude ver sus manos. Tremenda imagen. El asesino, delgado, estatura media, pelo negro abundante y una camisa verde estaba sentado en el pasillo de la casa esposado y custodiado. Unos adolescentes, dos o tres, no lo recuerdo bien, subían y bajaban la escalera entre sollozos pero no memorizo la escenificación de un dolor acorde a lo sucedido. Más: un chico, desconozco si hijo, le encendió un cigarro al detenido y se lo puso en los labios. Estaba nervioso.
Una vez en la casa (me confundieron con una Asistenta Social cosa que yo no desmentí…) pude escuchar del forense atrocidades del suceso; detalles que no he podido olvidar. La mató a palos. Supe que ni la víctima ni sus hijos habían denunciado jamás las palizas que el macho de la casa propinaba a la señora. De tal manera –y ese fue uno de los titulares que al día siguiente destacamos los periodistas que cubrimos el suceso- la vecindad contaba que la fallecida nunca salía a la calle sin medias negras muy tupidas para ocultar los hematomas que le causaba las múltiples agresiones que sufría. Verano e invierno, medias negras. Recuerdo haber tomado café en la casa de una vecina que era un mar de lágrimas. Ella fue la que me abrió los ojos respecto a la conducta de los hijos del asesino. El mayor tendría unos 22 para 23 años y era el “gallito” del corral. Se encaraba con todo el mundo, policía incluida.  Yo como no me identificaron como periodista entraba y salía de la vivienda sin ningún problema. En el bloque  se sabía bien lo que ocurría en la casa pero el miedo paraliza y los años eran otros. Los niños, contaba la vecindad, se habían criado en un ambiente de violencia de forma que los gritos de terror de su madre lo vivían con normalidad.  Y así debía ser porque un día después en el Cementerio de San Lázaro donde la mujer recibió sepultura, el altercado entre los hijos y la prensa fue tremendo; no querían que estuviéramos en los alrededores, llamaron a la policía y algún encontronazo hubo. Los chicos no defendían explícitamente a su padre pero tampoco hubo ni un solo reproche público hacia él tal y como parecería lógico. Siempre me llamó la atención ese mutismo en un contexto de tanto dolor, es decir, asistiendo al entierro de su madre mientras el padre/asesino era conducido a la cárcel y ni una palabra. Lo arropaban. Creo que eran cinco o seis hijos pero no lo podría asegurar.
Que una muerte tan brutal se produzca de madrugada en la alcoba de los papis y que nadie en la vivienda intervenga ante los gritos de la mujer es un espanto. Hace unos dos años viendo tv me pareció reconocer a los hijos de las víctimas del caso que tanto me había impactado. Cinco o seis hombres y mujeres, jóvenes hermanos que relataban su dolor ante las cámaras porque “lo que habían vivido en casa” (no precisaban el caso) les había separado para siempre, dijeron. Se reprochaban mil cosas y alguno reconoció su necesidad de huir de “todo aquello”. De pronto proyectaron imágenes de una mujer menuda que hablaba alegre a la cámara. Era una fiesta familiar, yo diría que Navidad. Sinceramente en ese momento el dolor que vi en sus rostros me trasladó al bloque de Jinámar. Eran canarios. Traté de localizarlos a través de la productora pero no tuve suerte.
Nunca sabré si los hombres y mujeres que vi en tv eran ellos. Intuyo que sí. Tengo curiosidad por colocar las fichas de mi mente pero reconozco que sin ayuda será imposible.
Sigo buscando.

FUENTE:  https://marisolayalablog.wordpress.com/

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