Me enteré del atentado de Barcelona en la playa. Nada exótico, malpensados: un enclave atestado de familias felices o desgraciadas, parejas comiéndose la boca o ignorándose en cuerpo y alma, y críos poniéndolo todo perdidito de arena. A lo lejos, el vocero de la lonja pregonaba el género:
Me costó un monazo, pero, reduciendo dosis y frecuencia, logré entender mejor lo que pasaba en el globo y, de paso, enterarme de lo que acontecía a un metro de mi cara. Henos aquí de nuevo, remando cada uno en su galera. La nuestra consiste en contar lo último al segundo, es el oficio. Pero, visto lo visto ante un apocalipsis de veras, convendría no olvidar que, salvo los muy adictos, nadie está tan pendiente de ello como para parar su vida. Que, mientras matamos por dar un nanosegundo antes el último tecnicismo de la desconexión de marras, la gente está contando las horas para la salida del curro, los días para el finde, las semanas para el puente, los meses para Navidad. Viviendo.
fuente: https://elpais.com/elpais/2017/09/06/opinion/1504709588_703540.html

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