Acababa de cumplir los 16 años, él 26. Ella iba al Instituto, él trabajaba. Llevaban meses saliendo cuando llegó el embarazo. Los padres de la chica combatieron la noticia con un desolado “…eres una niña”, “aún tienes que vivir…”, “mejor abortar…” pero los novios se resistieron. Querían tenerlo. En casa no tenían mucha fe en la pareja, dos chiquillajes, pensaban, convencidos de que en unos meses se acababa todo. Enfadada, la chica amenazó con huir si insistían en el aborto así que los padres hicieron de tripas corazón y se posicionaron donde se posiciona la gente sensata, al lado de su hija. El chico llegaba y apenas levantaba la cabeza, avergonzado.
Desde que el chico supo que sería papá se deshizo en mimos hacia ella. Fue el compañero perfecto. Le animó a seguir los estudios y cambió horarios para llevarla y traerla a clase. De eso hace 20 años, la edad que tiene hoy aquel bebé, hoy una chica muy linda. El amor lo superó todo; ella terminó carrera y él continúa trabajando. La abuela de esta historia es una de las más jóvenes de Canarias y hace días por una serie de carambolas me contó lo que leen. Pedí permiso y aquí la tienen. Que tuvo miedo no lo niega por eso cuando ahora habla de hace 20 años se emociona. Sospecho que lo que le quiebra y enorgullece es comprobar que los chicos temerarios que se embarcaron en la tarea más complicada del mundo, ser padres, atesoraban lo que de verdad importa, amor. Pero no nos engañemos, los abuelos han sido el motor de esas vidas adolescentes, los ojos más atentos del mundo, los mejores vigilantes.
No los dejaron solos y ahí tienen el saldo más preciado. Compartir su felicidad, que no es poco.
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