martes, 6 de enero de 2015

El chándal de Clara

Primero conocí a su madre y meses más tarde a Clara. Yo sabía que la niña, 16 años, había estado desaparecida sin ningún motivo aparente. Un día salió del Instituto y no volvió. Sus hermanos recorrieron playas y barrancos, todos los rincones donde podían hallarla. La vida de aquella familia de Ciudad Alta se convirtió en un infierno de pistas falsas que siempre conducían a la nada. En las fotos que me mostraban de la chica veía a una jovencita de ojos grandes, menudita, pelo corto y un arco iris de pulseras en sus brazos. Nadie encontró jamás explicación a su huida; por su edad no era creíble que andara metida en la droga. No había un solo signo para sospecharlo. Es más; en casa sabían que Clara estaba muy ilusionada con sus estudios. Era pues la típica historia con tirón mediático al tratarse de casi una niña, buena estudiante, sin antecedentes de mala conducta, que desaparece. La familia no cesó en su búsqueda pero no tenían suerte. No sabían que la vida les tenía guardada un mazazo que les destrozaría para siempre.
Ocurrió que en esos días en un apartamento del Puerto apareció el cuerpo sin vida de un joven negro. Le habían atravesado el corazón. Poco después se supo que era un conocido traficante de droga por lo que la policía dedujo que estaban ante un ajuste de cuentas.  A los pocos días detuvieron a una persona vinculada a su muerte. El día de la detención los fotógrafos captaron su imagen, la de alguien que escondía su rostro bajo un chándal gris. La foto se publicó y conmocionó a la familia. Su madre reconoció el chándal de Clara. Era ella. Se supo luego que el “camello” la convirtió en catadora de “caballo” no sin antes introducirla en la heroína. Cuando la chica quiso abandonar el infierno no encontró salida y una madrugada acabó con su verdugo. Fue condenada por asesinato. Su familia la visitaba en la cárcel y en alguna ocasión les acompañé. En ese ir y venir quiso el azar que alguien dejara en mi coche el expediente escolar de Clara. Lo tuve entre mis papeles varios años hasta que un día toqué en la casa y se lo entregué a su madre. Hablamos un buen rato y en ese encuentro me di cuenta de que ya no quedaba nada de la mujer que tanto luchó por recuperar a su hija.
La vida la había derrotado. Era otra.
http://www.marisolayala.com/

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