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lunes, 18 de agosto de 2014

Los barrios de la miseria

­María tiene 13 años y Kiko, 19. Hace poco que se han casado por el rito gitano. La ley española no les reconoce la boda, porque exige 14 años como mínimo para contraer matrimonio. Pero ellos ya viven juntos. Están en un barrio de moda, a 650 metros de la calle residencial más cara de Palma. En la primera línea del Molinar, las casas pueden llegar a costar hasta 16.500 euros por metro cuadrado. En cambio, su vivienda solo cuesta horas de esfuerzo. De recoger trastos viejos y reconvertirlos en un hogar.
María y Kiko viven en una chabola en mitad del campo, entre la autovía de Llevant y el Molinar. En su misma situación hay otros cientos de personas en el municipio de Palma.
 La cifra es incalculable, ya que no existen estadísticas oficiales. Pero solo con Son Banya, Son Olivaret y otros grandes asentamientos, suman más de 600 chabolistas. Es la otra Palma, la que no tiene el glamour del paseo del Born o de las terrazas de bar con vistas al mar. La Palma que todavía no ha pisado en visita oficial el alcalde de Palma, Mateo Isern, desde que ostenta la vara de mando municipal.
En el lenguaje políticamente correcto del siglo XXI se les llama infravivienda. En realidad, es tener una casa entre escombros, chatarra y jeringuillas usadas. Los más afortunados tienen electricidad y agua, como es el caso de María y Kiko. Él vivía antes en un piso de la plaza de Madrid, pero se mudó por amor. Ahora vive de la chatarra, que deja amontonada a las puertas de la barraca. María es la veterana de la chabola. Su cuerpo de mujer descuadra con su cara aniñada y su actitud. No juega ni ríe como una chica de su edad. Su abuelo ya se estableció en una casa ocupada del Molinar. Dentro de su refugio, de una sola habitación, se ve ropa, un colchón sin sábanas tirado en el suelo, un televisor y un ventilador. Pósteres de Piolín y el Diablo de Tasmania en una pared, junto a un collage de fotos de sus amigas. "Hay luz, agua y comida, ¿qué más quieres si ya se está bien aquí?", apunta el marido.
En Son Olivaret también están contentos con su forma de vida. Se trata de una urbanización ilegal a las afueras de Sant Jordi. Ya tiene más de quince años de historia y en ella viven más de un centenar de personas de etnia gitana. Su estructura es similar a Son Banya, pero con menos calles. Cada parcela parece la planta baja de un colegio. Entre 10 y 12 chabolas se colocan alrededor de un gran patio de hormigón donde cada familia hace vida social. Uno de los vecinos, que no facilita su nombre, explica que casi todos los residentes se ganan la vida vendiendo en el mercado o haciendo chapuzas. "A veces algún amigo nos trae una mijilla de chatarra, y no le vamos a decir que no", explica otro vecino. "¿Seguro que sois periodistas? ¿No me estaréis engañando, no? [...] Aquí el patriarca no quiere fotos. Tú me entiendes, ¿verdad?". La desconfianza es máxima, porque no están acostumbrados a recibir visitas de extraños.
Lo mismo sucede en el asentamiento bajo la vía de cintura. Allí moran cinco hombres solteros de nacionalidad búlgara. Están a la altura del torrente de sa Riera, justo detrás del gimnasio Megasport. Se resguardan de los ojos curiosos por los árboles y matorrales. Matan con la mirada a todo foráneo. El ruido de coches de la autovía es constante. Pero lo más chocante es el panorama dantesco de su terraplén. Coches desballestados, neveras rotas, palés, televisores... Toneladas de miseria en un asentamiento tan indigno como insalubre.
Tony tiene 60 años. Llegó a Palma hace seis y desde entonces vive bajo la carretera más concurrida de la isla. Es uno de los veteranos del poblado. Viste una camiseta imperio que hace fluir su intenso olor corporal. Tiene los dientes carcomidos, en una degradación del amarillo al negro. Cuenta que en su país era artista. Se dedicaba a la pintura y a la escultura, pero eso aquí no le da de comer. Acepta trabajos en negro de lo que sea: en la construcción o recogiendo algarrobas. Todo le vale para conseguir un chute de heroína. Las jeringuillas en el suelo atestiguan su vicio.
Sus chabolas están hechas con maderas y aisladas con el forro de los frigoríficos. En el interior de una se ve una pared empapelada con pósteres de mujeres desnudas, una mesa forrada con publicidad de Mediamarkt y un grafiti. Buba explica que hasta diez personas llegaron a vivir bajo la vía de cintura. Él es otro de los vecinos. Tiene 37 años y solo lleva uno en Mallorca. "No dinero, no casa", y por eso vive allí. Se le ve bien vestido y se le nota avergonzado de su situación. Como la mayoría, utiliza la chatarra como medio de vida.
Bajo un puente del torrente del Mal Pas vive un hombre de 50 años que también recoge objetos de la basura. Una vecina, Mar Sancho, cuenta que la vida de este sintecho se basa en pasear por el bosque de Bellver y coleccionar camiones de bomberos y otros juguetes que recoge de la calle. Pero si un puente es poco amigable, peor es la situación de los dos hombres que habitan en mitad del bosque de la Teulera. Los residentes explican que llevan más de dos años allí. Uno de ellos tiene una barraca cubierta por telas atadas a un árbol. Los troncos también le sirven para montar un tenderete de ropa. Dos perros le guardan la casa para que no se acerquen extraños, lo que es muy habitual en todas las chabolas.
Todos los que viven en condiciones pésimas tienen una historia aciaga a sus espaldas. Juan es otro ejemplo de ello. Vive en Can Pastilla, en los bajos de un edificio en ruinas donde iban a construir apartamentos turísticos. A sus 50 años, le quitaron la casa. Tras el desahucio, acabó en un descampado cerca del aeropuerto. Comparte solar con un matrimonio de españoles y otro hombre. Dice que con los vecinos se lleva bien: "Como que nadie tiene nada, pues no nos robamos entre nosotros".
En cada barrio de Palma hay historia como estas, a las que nadie hace caso. S´Arenal, Son Ferriol, Mare de Déu de Lluc, el Amanecer y otros muchos se suman a una larga lista que demuestra que el artículo 47 de la Constitución Española, ese que dice que todos los españoles tienen derecho a disfrutar de una vivienda digna y adecuada, está muy lejos de ser una realidad.


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