Entre 1969 y 1972, las distintas misiones Apolo instalaron variossismógrafos en la superficie de la Luna y registraron los movimientos en su interior. Los datos arrojaron enseguida una conclusión inesperada: la Luna vibraba como si fuera una campana, con frecuentes terremotos (lunamotos en este caso) de unos diez minutos de duración. Gracias a estos sismógrafos - que medían también el efecto de los impactos de las fases del cohete Saturn contra nuestro satélite - los científicos obtuvieron una primera imagen del interior de la Luna: tenía un manto y un núcleo como el de la Tierra, probablemente de metal, y se sospechaba que podía estar fundido, aunque no se sabía a ciencia cierta.
En un estudio publicado en Nature Geoscience, los científicos aseguran que las mareas que se observan sobre la corteza lunar pueden explicarse bien si se asume que hay una capa extremadamente blanda en la parte más profunda del manto. Esta observación coincide con las predicciones teóricas y apunta a que la influencia gravitatoria de la Tierra sobre esta capa puede estar transformándose en energía en forma de calor, y que eso mantendría el núcleo de la Luna aún caliente, millones de años después de su formación.
El estudio es particularmente interesante, según sus autores, porque un cuerpo del tamaño de la Luna debería enfriarse mucho más rápido que un planeta (de hecho en la Luna se extinguió la actividad volcánica) y porque abre otra serie de incógnitas fascinantes sobre nuestro satélite. Por ejemplo: ¿cómo ha afectado este calor generado en el manto al movimiento de la Luna frente a la Tierra? ¿Por qué se ha mantenido el manto tan blando durante tanto tiempo? Conocer mejor el interior de la Luna puede ofrecernos una idea mejor de qué ocurrió durante su formación y cómo se influyeron la Tierra y nuestro satélite mutuamente.
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