La llegada de estas fiestas religiosas me llevan a recordar las que viví en mi adolescencia y
posterior juventud.
Fui educada en un colegio de monja, con lo que podrán suponer todo lo que recé y las
muchas misas a las que, por obligación, tuve que asistir, las semanas previas a estas
solemnidades la pasábamos entre el aula y la capilla.
Teníamos misa diaria, más el rosario sin olvidarnos de la semana de recogimiento llamada
“ejercicios espirituales” En esos días casi no se podía hablar, solo rezar, rezar y rezar.
Durante la Semana Santa la vida daba un giro de ciento ochenta grados, y todo o casi todo,
giraba en torno a la radio, en la época de la que hablo no había televisión. Las novelas
cambiaban de tema para pasar a relatarnos la vida de Cristo, no se escuchaban otras
canciones que no fueran saetas o música sacra.
En casa se prohibía cantar, los novios dejaban de verse hasta el domingo de resurrección.
Imaginen este panorama sin un móvil de por medio. Si después de este sacrificio el
noviazgo continuaba era una muestra de que el amor era verdadero.
Hoy, en cambio un mes antes se está buscando apartamento en el sur o un viajecito a
cualquiera de nuestras islas.
Aquellos que, por cualquier motivo no pueden desplazarse, se lanzan a las playas más
cercanas con el taper, las tortillas, la cervecita y todo lo que le haga pasar un día relajado y
tranquilo.
Tampoco quiero olvidar a aquellas personas que sí acuden a los actos religiosos haciendo
incluso doblete o sea; mañana playa y tarde procesiones.
Para terminar les dejaré uno de mis refranes heredado de mi santa madre.
Terminan los carnavales cosa buena nunca dura, empieza Semana Santa, la alegría de los
curas.
Dejo claro que con mis letras no pretendo ofender a nadie.
María Almenara.
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