sábado, 6 de noviembre de 2021

CARTA A UNA AMIGA, UN ECHO REAL

María Almenara


Querida amiga: sé que nunca leerás esta carta, sé que nunca sabrás de su existencia pero aun así, no puedo ni quiero dejar de escribirla. Créeme que aun teniendo tantos recuerdos no sé cómo empezar porque se me agolpan tantos en la cabeza que me cuesta coger el hilo.

Éramos jóvenes cuando nos conocimos en el colegio donde estudiábamos las dos y, a partir de ese momento se fraguó una amistad que ha llegado hasta el día de hoy. Trascurrió el tiempo y conociste al que sería tu marido con el que tuviste dos hijos, tus eternos niños, tus grandes amores.

Contrajiste matrimonio y te fuiste a vivir a la casa de tus padres dejando atrás un casa que nunca se convirtió en tu hogar, dejaste de ser una recién casada para convertirte en la madre de tus hermanas/os, la mujer que llevaba sobre sus espaldas la responsabilidad de toda la familia.

Fuiste la chica para todo, la que se levantaba temprano ,y  mientras todos dormían, tu ya estabas enredada haciendo las tareas de la casa.

Al nacer tus hijos dividiste tu amor entre ellos y tu padre, lo adorabas, y por él sacrificaste hasta tu juventud, tus salidas con los niños y tu marido, no saliste nunca de esta isla para no dejarlo solo pues sabias que eras la que llevaba el timón de aquel barco donde, sin ti al mando, el barco se hundía irremediablemente.

Los años pasaron, tu padre enfermó y allí estabas tú para cuidarlo dividiéndote, como siempre, entre él y tus niños. 

Al fallecer tu padre te dejó dos herencias, una económica muy sustanciosa y la otra física, tu madre, a la que cuidaste hasta su muerte y continuaste encerrada en aquella casa cuidando de tus hijos, tus eternos niños pues aunque cada uno se casó y cogió su camino venían a visitarte cuando podían.

  Aun así tu siempre estabas cuidando de tenerles la comida caliente y dispuesta para cuando llegaran, siempre pendiente del teléfono para cuando te llamaran abrir el garaje, que no tuvieran que bajar del coche para eso estaba su madre.

Pasados muchos años llegó el momento en el que tus hermanas/os permitieron que cogieras la herencia que tu padre les dejó a tus hijos y, lógicamente, a ti. Pero al igual que nunca leerás esta carta, tampoco podrás disfrutar del dinero y bienes que por ley te pertenece, no podrás salir de viaje, ni comprarte ropa ni tan siquiera podrás ir a comerte un helado que era tu gran pasión.

Poco a poco noté que ibas cambiando tus hábitos, ya no salías ni siquiera a comprar el pan o al super como hacías casi cada día. Ya no escuchabas tu música favorita y la casa se iba quedando cada vez más silenciosa. Hablé con uno de tus hijos, el único que venía a visitarte, te llevó al médico y, desgraciadamente, se confirmó lo que temíamos. El Alzheimer había entrado en tu vida cobardemente y sin avisar.

  María Almenara

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