jueves, 4 de marzo de 2021

SIGNOS DE DISTINCIÓN DE TIEMPOS PRETÉRITOS


Antonio Mª González, cronista oficial y apasionado defensor de Telde |  Rostros de Telde | TELDEACTUALIDAD
Don José María González Pdrón

 

 

 

Bajo la espadaña (LIX) 

Hace unos días, un viejo amigo tocó en la puerta de nuestra casa familiar. A  pesar de la presencia notoria de timbre en la pared colindante, él prefirió dar  tres golpes de rigor en la vetusta tea del portón. Ante la pregunta de ¿Quién  es? Contestó rápidamente ¡Hombre de Paz! Y ese gesto me retrotrajo a otros  momentos de nuestra vida,

cuando los intercambios de esos saludos eran  usuales en el diario acontecer. Mi también condiscípulo me había avisado  por teléfono móvil de su pronta llegada y también del motivo de su visita,  que no era otro que tomar nota de lo que yo pudiera informarle sobre cuatro elementos ¿decorativos? existentes en las fachadas de casas y también de  tapiales de fincas-cercados en el Barrio Conventual de Santa María de La  Antigua, hoy más conocido por San Francisco. A saber: las monteras, los  detentes, las cruces y las almenas. 

Llevado por la confianza, le pedí que hiciéramos un breve recorrido por las  calles Portería, Carreñas, Altozano, de la Fuente, Huerta, Inés Chimida o  Nueva, terminando algo más tarde en la propia Plaza de la Iglesia o del  Convento.  

Saltándonos un poco el orden preestablecido, fui comentando definiciones y  otros datos curiosos sobre sus anhelantes preguntas. ¿Para qué sirven estos  escalones a manera de pódium, que existen en algunas casas señoriales?  Efectivamente, solo los hay en las casas principales del barrio, ya que eran  privativas de una clase social determinada. Ves que están hechas de  mampuesto y enfoscadas a base de blanca cal, aunque la parte superior de  cada escalón, casi siempre tres, y la más amplia meseta final, lucen unas  hermosas y contundentes piezas de cantería gris. Nos recuerdan los más  ancianos del lugar, que dichas escalinatas servían para que las doncellas y  damas ascendiesen por ellas para poder montar sobre los lomos de las bestias  (burros, mulos o caballos) sin necesidad de ser auxiliadas por varón alguno.  Evitándose así el manoseo o toqueteo, que según parece ponía en peligro la  decencia o buen nombre de las aludidas. Así mismo, realizo un improvisado  recuento de las casas que tuvieron monteras y que repito ahora para dejar  constancia de ellas. La llamada Casa de Álvarez o de las Amadores, junto al  Árbol Bonito; era acompañada, en la calle Altozano por la Casa del Pino, antiguo Cuartel de la Guardia Civil. Ya en la calle Carreñas, se encontraba  el ejemplar más bello, pues no en vano era de escalinata doble, como  correspondía a la amplia fachada de la casa de Martín el Indiano. En un 

lateral de la Casa de doña Dolores Sall, al principio de la calle Portería, había  otra, que completaba la nómina con la también existente en la antigua casa  solariega de los Millares Sall, actualmente conocida por Casa de don José  Frugoni, ésta en la misma vía, muy cerca de la portería del Convento. Me  dicen que en el domicilio particular que fue de doña Abigail, lugar de  nacimiento de Eusebio y Carlos Evangelista Navarro Ruíz, a la entrada del  barrio por las Cuatro Esquinas, también hubo una, pero ésta no se mantuvo  en el tiempo, ni fue repuesta cuando las otras volvieron a tomar vida. Algo  así pasó con la de la familia Frugoni que tampoco ha revivido. Hace una  decena de años que de ellas solo quedaban memoria entre los más ancianos  del lugar y, en una acción meritoria del Cabildo de Gran Canaria Ayuntamiento de Telde, se repusieron casi en su totalidad, de manera que  ahora lucen de nuevo en los sitios que estuvieron durante siglos.  

Tanto en el barrio limítrofe de San Juan como en este propio de San  Francisco existen unas placas o si prefieren cartelas, siempre dispuestas  sobre el dintel de la puerta principal de alguna que otra casa familiar. Las  más vistosas son las que se muestran en una antigua vivienda del final de la  calle León y Castillo, antigua rúa conocida por Calle Real, en el tramo en  que se iniciaba la carretera general hacia Valsequillo. La otra, fue repuesta  en la nueva fachada, surgida tras el derrumbe de la antigua, en el lugar que  conocemos por La Placetilla. En ambos casos, una loza de cantería de unos  cuarenta centímetros aproximadamente tiene grabado, en alto relieve, en su  centro una Cruz y a ambos lados de ésta, en bajo relieve, las letras griegas  Alfa y Omega. En su parte inferior de manera horizontal y a los pies de la  señal cristiana por excelencia, se escribió Ave María en una, y en la otra en forma vertical custodiando la Cruz, anteriormente mentada, Ave María,  Gratia plena. Tenemos constancia que estos detentes, llamados así porque  se creía a pies juntillas que, ante tal signo de fe, los demonios no osarían a  importunar a los habitantes de la casa en cuestión, fueron más numerosos en  los propios barrios ya aludidos, así como en el no lejano de Los Llanos de  San Gregorio, en donde existieron al menos tres ejemplos: uno al final de la  calle Cruz de Ayala, otro en la calle Arauz y otro en el Cascajo de Santo  Domingo.  

Las Cruces. Los antiguos habitantes del barrio de San Francisco fueron muy  prolijos a la hora de colocar cruces en sus casas. Éstas lucen, aun hoy, sobre  muchas de las entradas principales de las mismas, pero también de fincas y  cercados. Son de mediado tamaño y todas ellas hechas de madera. Las hay  de color verde, morado, marrón o como decimos por aquí, canelas y, también  a tea vista con solo una ligera mano de barniz. Pueden ser planas o angulares 

en sus brazos y fustes, rematadas de forma rectilínea, aunque a veces algunas  luzcan pequeños remates sobresalientes. En algún caso aislado, se le ha dado  formas redondeadas, aunque son las menos. Tenemos que lamentar que  algunos vecinos de nuevo cuño no han respetado estas cruces y cuando han  restaurado o rehabilitado sus casas, las han quitado de sus fachadas.  

Es el llamado Vía Crucis el conjunto más llamativo del lugar. La llegada de  los franciscanos el 1 de mayo de 1610, bajo la custodia de Fray Juan Felipe, procedentes del Convento de San Francisco del trianero barrio de Las Palmas  de Gran Canaria, hizo que muy pronto se añadiera a muros y paramentos un  conjunto de cruces de gran tamaño, realizadas todas con tea de pino canario. 

Los frailes tenían a gala ser grandes imitadores de Cristo y con estos  elementos notoriamente expuestos, predicaban de forma inequívoca la  Pasión y Muerte de Nuestro Señor. Parece ser que las diferentes exposiciones  a los elementos atmosféricos hicieron que no todas se conservaran en buen  estado, de ahí que algunas se fueron reparando a lo largo de los siglos XVII,  XVIII, XIX y principios del XX. Pero durante la II República, se le quiso  dar el jaque mate y basándose en la controvertida Ley de Libertad Religiosa,  un alcalde del momento ordenó sustraerlas y llevarlas al potrero municipal.  Fue entonces cuando un hábil sacerdote, más tarde Cronista Oficial de la  Ciudad, el Dr. D. Pedro Hernández Benítez, mandó al joven artista José  Arencibia Gil que dibujase con toda rapidez y constancia notarial cada una  de ellas, pues era bien conocido por todos que cada una presentaba formas y  decoraciones bien distintas. Así lo hizo con toda destreza el jovencísimo  Arencibia, quien además señaló el lugar exacto en que se encontraban cada  una de ellas. En la década de los noventa del pasado siglo XX los vecinos  del lugar vieron con notable satisfacción como se reponían las cruces de su  recordado y siempre bien ponderado Vía Crucis. El Ayuntamiento de Telde,  por fin, hacía caso a una petición de décadas, mantenida a través del tiempo  por los diferentes Cronistas Oficiales de la ciudad. Así, se hicieron todas las  cruces que hacían falta para completar el maltrecho Vía Crucis franciscano,  ya que de las antiguas sólo se habían salvado dos, por cierto, pintadas de  verde. Una en la calle San Francisco y la otra en la calle Carreñas. La de la  calle San Francisco tiene en su reverso escrito en bajo relieve la fecha en que  fue realizada en pleno siglo XVII. 

Las almenas. Este elemento tan característico de nuestra arquitectura urbana  y rural es una herencia más de aquellos primeros pobladores castellano andaluces que, en un momento dado, erigieron sus casas y los tapiales de  huertas, fincas y cercados a la manera tradicional del mudejarismo  peninsular. 

Sorprende que en San Francisco existan tal alto número de almenas.  Nosotros en un estudio, ya publicado en el Anuario Crónicas de Canarias del  año 2018 bajo el título de Los falsos históricos en el Conjunto Histórico Artístico de San Juan-San Francisco de Telde (I), ya señalábamos como  muchos ejemplares de los hoy existentes se deben a la generosidad  decorativa de don José Arencibia Gil, que vio en este elemento constructivo  decorativo, una fórmula de retrotraernos al pasado.  

¿Pero qué es una almena? Para la mayor parte de nuestros lectores la  respuesta sería fácil y correcta. Pero habrá alguno que se despiste o  simplemente que desconozca tal vocablo, por lo que no estaría de más  reseñar aquí y ahora que una almena es un elemento cúbico al que, a veces,  se le superpone otro piramidal con base sobresaliente del primero. Algunos  estudiosos reseñan su carácter defensivo, pues no en vano son propias de la  arquitectura militar y, aún hoy, podemos apreciarlas en castillos, torres,  alcazabas y alcázares, en donde hubo presencia árabe. En Telde, carecen de  motivos bélicos y sólo son utilizadas como elementos decorativos, no  exentos de carácter o señas de fortaleza, unida al buen nombre de sus  constructores y dueños. Ya señalamos en su momento que, las almenas  podían disponerse a lo largo de tapiales de diferentes longitudes. Pero  nosotros ahora, intentamos explicar aquellas que coronan el pretil de las  puertas de entrada de las principales casas y fincas. Echando manos a  antiguas legislaciones, debemos advertir que no servía para nada el libre  albedrío a la hora de disponer de una, tres y cinco almenas, pues había que  pedir permiso a las autoridades locales para su uso. En Telde, era costumbre  que cuando una puerta se coronaba con una almena y sobre ésta una cruz,  era indicativo de que el propietario de dicha vivienda era cristiano o  castellano viejo, al decir de entonces no infesto de herejía o doctrina en  contra de la Única Fe Verdadera, que no era otra que la sostenida y  predicada por la Santa Iglesia Católica Apostólica y Romana. Y para ser  considerado viejo en tales dogmas, se tenía que demostrar que al menos, era  la tercera generación de bautizados y que jamás habían tenido denuncia ante  el Santo Oficio de la Inquisición. Si en vez de una almena eran tres, eso sí  coronando sólo la central con cruz, esto venía a significar que su dueño había  probado nobleza en el uso de las armas, perteneciendo a las Milicias Locales,  a los Ejércitos del Rey o a alguna que otra Orden de Caballería (Santiago,  Calatrava, Malta, etc.). También tres fueron de uso común para las  propiedades eclesiásticas, como se refleja en la entrada principal a la Finca  del Convento en San Francisco y la también entrada al llamado Patio de Los  Naranjos o Huerta del Señor Cura, aledaña a la actual Basílica de San Juan 

Bautista. Y en el exclusivo caso de decorar la fachada con cinco almenas de  forma escalonada y en la central clavar la cruz, todo indicaría que estamos  ante un dueño que poseía ostentaba Título de Castilla o lo que es lo mismo,  había sido ennoblecido por el propio Rey. En el caso de Telde, se conservan  una de estas portadas en el margen bajo del Barranco Real a su diestra, muy  cerca de las tierras colindantes conocidas por San Antonio del Tabaibal. En  este caso, una cartela de mármol blanco reseña que fue el señor Conde de la  Vega Grande de Guadalupe quien hizo levantar tan digna portada. La  antigua y noble familia de los Castillo-Olivares, descendientes por línea  directa de los Conquistadores Hernán y Cristóbal García del Castillo,  levantaron junto a la carretera que atraviesa el pago de San Antonio del  Tabaibal, un muro tapial sobre almenado y junto a la ermita en honor al santo  de Padua, erigieron una hermosa portada que también presenta almenas en  su parte superior. La abundancia de ese elemento ennoblece el conjunto  frontal de la llamada Finca de Las Tres Suertes. Que ya en épocas más  contemporáneas pasó a manos del prestigioso abogado don Felipe de la Nuez  Aguilar. Los amantes de nuestra Historia deben acercarse a la antigua calle  del Osario, hoy Chil y Naranjo y allí verán una tapia ligeramente tumbada,  en franco desequilibrio con unas toscas almenas. Debemos aclararles que ese  muro de no más de veinticinco metros de largo, así como las anteriormente  mentadas almenas, es todo lo que queda del Antiguo Fortín de la Conquista.  Terminemos este apartado con una anécdota que viene muy bien al caso que  nos ocupa. A finales del siglo XIX, muchas de nuestras almenas se estaban  deteriorando, la lluvia, el viento y la pobreza de los materiales empleados  para su construcción hacía que se descarnaran, perdiendo belleza y presencia.  Algunos dueños, pocos, las reparaban. Pero no en pocos casos optaban por  derribarlas por aquella ley nunca escrita de muerto el perro se acabó la rabia. El hecho llamó la atención de nuestros munícipes, llevándose a pleno para  ser motivo de discusión. Por una vez ganaron los que protegían nuestro  patrimonio y el señor alcalde se vio obligado a dictar Bando. Si hacemos  caso de las palabras de don Pedro Hernández Benítez, el señor alcalde  presidente lo dictó de esta forma: Sepan todos los que esto lean y escuchen  que serán multados todas las personas que destruyan las “almejas” que  siempre han estado en los altos de los muros y puertas principales de esta  ciudad. El antiguo Cronista se reía a mandíbula batiente de la aparente  ignorancia de nuestro primer edil, ya que no fue errata sino falta de cultura  lo que le hizo llamar como molusco a ese elemento decorativo-constructivo.  

Después de dos horas de deambular de aquí para allá, mi amigo se dio por  satisfecho y yo con él, pues créanme, que durante cuarenta años he repetido 

las mismas historias a cientos, por no decir miles, de visitantes de nuestro  maltrecho Conjunto Histórico Artístico Nacional. Conservemos estos y otros  elementos como señas de identidad y evitemos su desaparición o franco  deterioro.

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