Marisol Ayala.
Cuando era un joven funcionario cometió el error de hacer desaparecer fajos de facturas de la administración pública. Trabajaba en un Ayuntamiento y lo hizo porque sabía que los que tenían que hacerles frente a esas deudas no podían pagarlas, eran gente sin recursos.
No lo pensó de veces, se fue a un barranco y allí tiró las facturas sin la más mínima precaución y siguió su actividad laboral feliz y contento, sin pensar que los papeles vuelan y entre tanto vuelo podían caer en manos de alguien que al contrario de él quería entregarla a la administración, a la que pertenecía. Y así pasó exactamente. Una mujer que paseaba el perro por el barranco reparó en unas bolsas llenas de facturas que revoloteaban e hizo lo correcto, cogerlas y entregarlas en el Ayuntamiento y, sin saberlo, joderle la vida al funcionario, al que no se le pasó otra cosa por la cabeza que no fuera echarle una mano a quienes hacían filigranas para llegar a fin de mes y no conocían. Estaba orgulloso de su acción hasta que un día lo llamaron de Recursos Humanos lo sentaron en una silla y le explicaron con todo lujo de detalles la que había montado su vocación de Rey Mago y las consecuencias que tendría su acto. Investigación policial, entrevistas a los compañeros para que hablaran del generoso colega. Lo pusieron por las nubes. Lo calificaron de “gran tipo” pero la administración es fría y calculadora y no puede dejar pasar un castigo ejemplar. Así que animada por los enemigos de mi buen amigo las cosas se le pusieron mal. Tan mal que perdió su puesto de trabajo después del informe social que ni Al Capone. Con los años alguien con mando en plaza presionado por sus compañeros ordenó que se revisara el expediente y lo readmitieron. Hace un par de meses se prejubiló.
En España las bolsas son un clásico.
fuente: https://marisolayalablog.wordpress.com/
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