lunes, 28 de septiembre de 2020

Despilfarrar la vida

 Marisol Ayala.                                         

A las ocho de la noche ya estaba taconeando, buscando compañía para pegarle fuego a la noche en las discotecas de moda, a inicio de los noventa. Uno de sus compañeros de viajes y danza era un guapo hasta decir basta.

 Siempre vestía de traje y chaqueta sombrero y botines. Ella vivía en una casita pija en Paseo de Chil que pagaba con las propiedades que le regaló su padre. En esa vivienda el día empezaba por la tarde. Una mañana el guapo viajó a Tenerife y no volvió jamás. Pasaron los años y un hermano que vivía en Ferrol con una buena posición económica se la llevó junto a los niños. Los pequeños estaban alrededor de los 10 años. Tardaron unos diez en volver a la isla. Ella no tenía nada que ver con la mujer que era. Delgada y de pelo escaso. Alguien dijo que estaba enferma, que venía a Las Palmas para ser operada. No tenía más de 45 años y tres pisos en la zona de Farray que se ahogaron en las copas y excesos. No volví a verlos. Seguí su proceso hasta que perdió la batalla.

Los hijos saben ahora que su madre, en su cabeza loca, decidió hacerle hueco en su casa de Paseo de Chil a unos amigos; gente metida en el alcohol y otras drogas, que no solo vivieron de ella sino que reventaron sus cuentas y malvendieron sus propiedades con su consentimiento, ya que firmó todas las autorizaciones. Así acabó teniendo deudas elevadas incluidas los colegios de sus hijos.

Uno de sus hijos, José Rubén, vino el último noviembre a Las Palmas con la intención de saber donde fueron a parar las propiedades de su madre. Tarea Imposible.

Lo dicho. Despilfarró su vida y la de sus hijos. No conozco a nadie que salga ilesa del mundo de las drogas.

 

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