Artículo de Opinión. "Otra perspectiva sobre la Covid-19"
Juan Prado Piñeyro. (*) ASSOPRESS
Estamos
recibiendo cantidad de informaciones basadas en todo tipo de opiniones
que provocan en la población una lógica angustia. Algunas exaltadas, por
personas ignorantes del tema; otras de profesionales que no comulgan
con las tesis del Gobierno; otras, las oficiales, en las que uno ya no
tiene fe debido a la inoperancia de las autoridades, sea por intereses
partidistas, o sea por simple impericia.
Pero es totalmente verídico que
el conjunto de profesionales de la salud nos dicen la verdad. Estamos
ante una situación de pandemia peligrosísima ante la cual los ciudadanos
debemos tomar todas las precauciones posibles.
Tras
una cuarentena atroz, debido a la cantidad ingente de muertes e
internamientos, así como cierre de industrias con la consecuencia de un
aumento espectacular del paro, se decide abrir la mano pensando que la
población respondería, dada la amarga experiencia habida. Pero no ha
sido así. Un sector de la sociedad importantísimo y de gran amplitud
como son los jóvenes, ansiosos de recuperar su vida, deciden volver a lo
que se da en llamar la normalidad. Volvieron los botellones, las
fiestas privadas, las reuniones familiares o de amigos, sin las
precauciones precisas. ¿Qué está ocurriendo? Una de dos, o la gente es
malvada y egoísta en términos generales, o es que el mensaje no ha
llegado al conglomerado social, que debiera recibir el realismo
aterrador que supone la no observancia de las normas.
A
mi entender influyen varios factores. Uno de ellos lo encontramos en el
decaimiento progresivo de la moral preconizada por una pléyade de
gobernantes, alimentando la grosería, la estulticia, la banalidad, etc.
Comportamientos ridículos de fiestas como la del orgullo gay; la falta
de respeto a instituciones seculares alegando la libertad de expresión
cometiendo excesos que ofenden a grupos que se enmarcan en posiciones
conservadoras; en el propio lenguaje vulgar y enmascarado en designios
superiores, como eso de cambiar los participios activos que violentan la
gramática innecesariamente, tratando de evitar términos machistas que
en sí mismos no representan lo masculino. Así el término cantante tanto lo puede ser un hombre como una mujer que jamás será cantanta, ni paciente será pacienta, ni estudiante estudianta,
y así hasta el infinito. Lo de tener que buscar el femenino siempre
para evitar discriminación cuando el lenguaje no se había planteado la
cuestión, por incorrecta e innecesaria, al utilizar terminología
genérica que incluye al ser humano en sí mismo. Unas veces predomina lo
aparente femenino, de tal forma que no se puede tildar de sindicalisto al hombre adscrito a un sindicato, y otras al masculino, como miembra a la mujer adscrita a un grupo o asociación.
El
lenguaje ha sido manipulado de forma estúpida, y ello trae
consecuencias. Cuando un pseudo ciudadano se queda sin argumentos afirma
ser progresista o refiere, a quien no comulga con sus ideas, como
facha. Y en esa palabra se acaba toda polémica. El lenguaje es demoledor
sobre las conciencias. En definitiva, la sociedad está sumida en la
falta de criterio. Y no se debe olvidar que la ética y la estética son
elementos inseparables del lenguaje. Creo que esta pandemia puede ser un
revulsivo para reivindicar los valores propios de una civilización
desarrollada. Creo que la generación de los años cincuenta o de los
sesenta no tendría este comportamiento. ¿Qué está ocurriendo, repito?
Los mensajes que nos envían por los medios de comunicación son claros y
contundentes. A pesar de ello parece que no llegan a los destinatarios.
Algo debe fallar en la comunicación. Se
me antoja pensar que no funciona debidamente el núcleo familiar, porque
si los padres, abuelos y gente adulta en general aleccionan a sus
miembros jóvenes, éstos, por miedo a hacerles daño cumplirían. Si no lo
hacen es porque fallan las formas de trasladar los riesgos. Y debido a
ello se está generando cierta beligerancia entre los individuos en un
clima de agitación social, a la que no es ajena la autoridad, trátese de
la policía o los sanitarios. Y esta situación podría desembocar en
auténtica crispación, que afectaría seriamente a la convivencia.
Pongo dos ejemplos leves que me ocurrieron a mí,
no hace ni una semana. Bajaba yo del coche con una hija mía que tenía
puesta la mascarilla, y yo en la mano, en disposición de llevarla a la
cara de inmediato. Coincidió que en ese momento había en las
inmediaciones un coche de la policía local y un agente me llama
desde la distancia para que me acercara. Así lo hice. Les pregunté la
razón de ello. Y me contestaron que iba sin la mascarilla. Les dije
que, cómo podían
ver, la tenía en mi mano y que me la iba a poner en ese momento.
Insisto, acababa de bajar del coche. Eran sobre las tres y media de la
tarde. Había poca gente en la calle y nadie en treinta
metros a la redonda. A pesar de ello uno de los agentes (iban dos en el
coche) me pidió el carnet de identidad y tomó mis datos. No sirvió de
nada que le insistiera en que me disponía a ponérmela en ese momento. Y
pude oír como refunfuñaba algo así como : “...120 nuevos casos de covid
en el día de ayer...” Yo me sentí casi como un criminal, como si fuera
culpable de ello. Cierto que el agente fue absolutamente correcto y no
tengo reproche alguno que hacerle. Cuento esto porque entreveo que se
está generando una fobia exagerada a casos aislados. Y hasta cierto
punto es razonable. La situación es crítica. Me dolió este hecho porque
precisamente yo vengo cumpliendo a rajatabla y escrupulosamente todas
las recomendaciones de prevención. Claro que la policía esto no
lo sabe. De ahí que comprenda su actitud. Aunque me asusta pensar que
se pueda llegar a producir una persecución anormal en casos que no requieren especial
vigilancia. Y a este paso, si el comportamiento de la gente sigue
manteniéndose tan relajado, esto podría ocurrir, así como provocar
enfrentamientos entre ciudadanos. Y me atrevo a decir que con toda la
razón.
A los tres días de esto me ocurrió otra vicisitud que relato
como anécdota. Resulta que me llaman del Servicio Canario de Salud para
decirme que me debo someter a la prueba del covid. Parece ser que un
sobrino con el que había coincidido en una finca en el campo, dio
positivo, aun siendo asintomático. En la finca guardamos todas las
precauciones y separación reglamentaria, a pesar de que al estar al aire
libre el riesgo se aminora notablemente. Por supuesto que no dudé ni un
solo instante en acudir a la cita. A los dos días estaba en el lugar
indicado cercano al Parque de Santa Catalina. Le pregunté al sanitario
que me atendió sobre la información del resultado ya que en el Centro de
Salud más cercano a mi domicilio no me cogían el teléfono para que me asignaran un médico a esos efectos. Me contestó que si no me cogían el teléfono me personara en el Centro porque era esencial que me señalaran
un facultativo. Eso hice. Me presenté en la puerta y le advertí a la
persona encargada en la puerta de ordenar las entradas, que venía de
hacerme la prueba y pretendía que me asignaran
el médico que me había de informar. ¡No se pueden imaginar la reacción
del sanitario que estaba en la puerta orientando a la gente que
pretendía acceder al recinto.! Se echó para atrás enérgicamente como si
tuviera delante un apestado; ¡Vade retro, Satanás! Me dijo que no podía
entrar en el Centro y que siguiera llamando por teléfono hasta que
respondieran. A su lado había un vigilante de seguridad que severamente
me conminó a irme a casa y no salir, en espera de resultados.
Total, que me fui de inmediato y me enclaustré
tal como me indicó. Pero cuento esto porque como en el caso del policía
me sentí despreciado, aunque igualmente reconozco que han hecho su
trabajo correctamente y tampoco tengo reproche alguno hacia ellos. Hoy
mismo me llamaron para decirme los resultados y afortunadamente dieron
negativo, como me imaginaba porque después de 17 días desde que estuve
en la finca con mi sobrino no tuvimos, ni yo ni mi hija síntoma alguno.
Con estas letras sólo pretendo trasladar a la gente que tome conciencia
de que nos hallamos ante una situación histórica excepcional. Y que los
mayores de cada casa aleccionen a
sus jóvenes de que no se impacienten, que tienen mucha vida por delante
para fiestas, jolgorios y botellones. Aquí probablemente está el fallo
de comunicación y en este aspecto se debe incidir. Y como colofón quiero
dedicar mi agradecimiento y felicitación a todos los profesionales de
la salud, que se están dejando las cejas, que se hallan en situación de
riesgo como nadie, y que están demostrando una calidad humana y
deontológica ejemplar. Incluso por encima de lo exigible.
Y como un artículo no conlleva riesgo de contagio, envío un fuerte abrazo a todos.
(*) Abogado. Altos Estudios Internacionales.
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