Mary Almenara.
El ser humano, es por naturaleza, enemigo acérrimo a todo aquello que implique obligación o prohibición, recordemos el pasaje de la Biblia donde Dios prohibió a Adán y Eva que comieran de la fruta prohibida.
Prácticamente, a poco de que el coronavirus comenzará a formar parte
de nuestra vida, se nos sugirió el uso de la mascarilla para evitar el contagio,
debiendo llevarla en lugares cerrados y en aquellos donde tuviéramos un
contacto cercano con otra persona.
Pero estos consejos cayeron en saco roto para gran parte de las
personas y andábamos sin ella reuniéndonos en zonas cerradas acompañados de
amigos y demás personas que se encontraran en el lugar.
Esta desobediencia y abanderar como campeones lo de “hago lo que
quiero” nos llevó a que el virus campara a sus anchas a lo largo y ancho de
todo el universo.
Pero no contaron con que esa alimaña invisible y sin voz caminara
libremente posando sus garras en millones de personas que de unas a otras se
fueron contagiando, sobre todo por no llevar la mascarilla.
Así llegamos al confinamiento que nos clausuró en casa nada más y nada
menos que tres meses. Poco a poco se paso a las fases que daban opción a salir
y nos tiramos a la calle como locos haciendo reuniones o sentándonos en terrazas
con los amigos con o sin mascarilla.
Esto ha terminado remontando de nuevo la curva y los focos de
contaminación. Nos repiten, por activa y por pasiva, que usemos la mascarilla
ya que es uno de los principales métodos que nos previene de contagiarnos.
Pero ni por esas, la gente se pasa estas recomendaciones por el sobaco
y salen cual cesar triunfante a cara descubierta llevando la mascarilla en la
garganta como si tuvieran paperas, otros que la llevan en el codo por si les
llega una tendinitis, las mujeres dicen “antes muerta que sencilla” y se la
colocan en la cabeza a modo de diadema.
Es vergonzoso y doloroso ver a las personas pasear, solas o acompañadas
pero sin mascarilla. Desgraciadamente los jóvenes son los primeros en desobedecer
estas recomendaciones, que ya han pasado a ser obligación. Esto ha motivado que,
hoy por hoy, sean los más infectados por el coronavirus que ha llegado también
a los niños.
A pesar de esta realidad y de que pueden ser sancionados con multas de
hasta 600 € ellos continúan haciendo sus fiestas y reuniones porque siempre pensaron
que solo los mayores eran el blanco del birus.
La actitud egoísta de este grupo ha hecho que los contagios se hayan
disparado por lo que no sería nada extraño que nos viéramos confinados antes de
lo previsto.
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