Opinión
Antonio Morales Méndez, presidente del Cabildo de Gran Canaria
En agosto de 2007 la OMS lanzó al mundo una severa advertencia acerca
de un riesgo real de pandemia mundial. La doctora Margaret Chan, su
Directora General en aquel entonces, declaró que era hora de que los
países comenzaran a compartir su información para prevenir un mal mayor y
dejó claro que “dada la vulnerabilidad universal a estas amenazas, una
mejor seguridad exige solidaridad global.
La seguridad sanitaria pública
e internacional es tanto una aspiración colectiva como una
responsabilidad mutua”.
En septiembre de 2019 un informe de esta misma organización insistía
en que en la mayoría de los países del mundo lo habitual eran los ciclos
de alerta y abandono ante la aparición de pandemias. Se aumentan los
esfuerzos cuando surge la amenaza grave pero seguidamente cuando
desaparece todo el mundo se olvida muy pronto.
La OMS ha venido advirtiendo siempre en sus estudios que existen dos
factores especialmente preocupantes en la extensión de las pandemias: la
capacidad de volar en muy poco tiempo a cualquier parte del mundo y el
cambio climático, ya que el calentamiento global hace que las
enfermedades transmitidas por mosquitos como el zika o el dengue puedan
extenderse rápidamente por todo el mundo. Y aunque las regiones más
pobres son las más expuestas y las más perjudicadas, la experiencia del
COVID-19 nos confirma que en realidad no se libra nadie.
El 5 de octubre de 2019, Patricia Peiró escribía una crónica desde
Nueva York en El País, que ponía los pelos de punta y anticipaba lo que
estamos viviendo en estos días con la pandemia provocada por el
coronavirus nacido en China. Un grupo de expertos de la OMS y el Banco
Mundial, reunidos en una junta recién creada y llamada The Global
Preparedness Monitoring Board (GPMB), a los que la ONU encargó una
evaluación tras la última epidemia de ébola en África subsahariana, con
el objetivo de aprender de los errores del pasado, alertaba sobre la
cruda realidad de que el mundo no cuenta con las estructuras suficientes
para hacer frente a una próxima pandemia letal.
Para la periodista del diario de Prisa, según las conclusiones de su
primer Informe anual sobre Preparación Mundial de Emergencias
Sanitarias, “el espectro de una urgencia sanitaria global se vislumbra
en el horizonte”. Y desde luego, todos los expertos coincidían en que no
estamos preparados para ello. “El escollo principal es la financiación.
Sigue sin invertirse lo suficiente, aun siendo lo más inteligente desde
el punto de vista económico. Por cada dólar invertido en vigilancia,
ahorras 10 en servicios médicos”, apunta Elhadj As Sy, secretario
general de Cruz y Media Luna Roja, y otro de los responsables del
estudio. Curiosamente, se encargó a estos organismos realizar dos
ejercicios de formación y simulación, uno de ellos sobre un patógeno
respiratorio letal.
Otra de las recomendaciones del informe comienza con la preocupante
advertencia de que “hay que prepararse para lo peor”. “Ciento ochenta y
nueve Gobiernos ya se comprometieron en la cumbre de Abuya de 2000 a
destinar el 15% de su presupuesto a mejorar la sanidad y no lo han
hecho”, apunta As Sy. En la misma crónica de esta periodista, David
Gressly, coordinador de la lucha contra el último brote de ébola en
República Democrática del Congo, defiende con datos, la necesidad de
actuar de un modo diferente: “Esta es la décima epidemia en RDC desde
1976. Las últimas cuatro se han producido en los últimos cinco años. Los
brotes no solo estallan cada menos tiempo, sino que además son más
complejos porque la población se aglutina cada vez más en grandes
ciudades”.
Un caso clarísimo de pérdida de recursos y de privatizaciones de la
sanidad pública ha sido España, donde se le ha entregado al
neoliberalismo rampante en los últimos años. Y en Madrid de manera
especial. Solo hay que recordar que según el Ministerio de Sanidad entre
2010 y 2014 el presupuesto sanitario pasó de 60.000 millones de euros
en 2010 a poco más de 53.000 millones en 2014. Aunque a partir de ahí
empezó a recuperarse hasta volver a alcanzar los 60.000 millones en 2018
en ese periodo se dejaron de invertir más de 28.000 millones, el
personal contratado bajó en 30.000 efectivos entre 2012 y 2015, y las
listas de espera quirúrgicas pasaron de 241.339 a 614.101 pacientes.
Entre 2009 y 2018 el gasto sanitario autonómico disminuyó en casi 4.000
millones de euros.
Pero este artículo no pretende insistir en los daños de esta pandemia
sino en analizar la irresponsabilidad en la que caemos buena parte de
las instituciones y la ciudadanía al acordarnos de Santa Bárbara solo
cuando truena.
Es lo que está sucediendo con el Cambio Climático y sus peligrosas
consecuencias para un territorio anclado en medio del Atlántico como el
nuestro, al que en muchas ocasiones se hacen oídos sordos.
Según el digital dw.com, los gases de efecto invernadero producidos
por ser humano han elevado la temperatura promedio de la Tierra en un
grado Celsius estimado desde el siglo XIX. La superficie del mar también
se ha calentado 0,8 grados centígrados. Cuanto más cálido se vuelve el
océano, menos energía y CO2 de la atmósfera es capaz de absorber y
almacenar el agua. “El océano es como el aire acondicionado del
planeta”, explica Karen Wiltshire, subdirectora del Instituto Alfred
Wegener de Investigación Marina y Polar. Las consecuencias de esto
podrían ser devastadoras. Si el mar continúa calentándose tendrá un
enorme impacto en el clima, desde temperaturas extremas, tormentas y
sequías hasta inundaciones y temporadas de lluvias tardías que perturban
los ecosistemas. Cuando fuertes vientos desgarran paisajes cálidos y
secos como Australia, el riesgo de incendios forestales aumenta
significativamente. Pero el riesgo también está creciendo en regiones
que alguna vez fueron templadas y frescas.
¿No les suena esto a lo que ha sucedido en Gran Canaria en los dos
últimos incendios? Pero es más. Según eltiempo.es la temporada de
huracanes arranca oficialmente el 1 de junio y se extenderá hasta el 30
de noviembre, y este año está previsto que sea más activa de lo normal.
La primera de las predicciones que se publican cada año es la del equipo
de meteorólogos de la universidad estatal de Colorado. Este año
calculan que se van a registrar 16 tormentas con nombre, lo que quiere
decir que veremos más tormentas que la media de los últimos 30 años.
Estamos, por tanto, ante una temporada de una gran actividad: “De las
16 tormentas con nombre, está previsto que ocho lleguen a categoría de
huracán y que cuatro de esos huracanes sean intensos, es decir que por
lo menos alcancen categoría 3 en la escala Saffir-Simpson. Una categoría
3, ya es un peligroso huracán, y arrastra vientos sostenidos de 185
kilómetros por hora o más. Usando la media del periodo 1981 – 2010, una
temporada de huracanes en el Atlántico suele tener 12 huracanes, de los
cuales seis llegan a huracán con 3 de intensidad o superior”. En octubre
del 2017 y 2018 se formaron los huracanes Ofelia y Leslie cerca de las
Azores. Nos pusieron en situación de alerta y nos hicieron recordar
aquel Delta que tanto daño nos hizo. Nos llevan rondando varios años. Y
tiene que ver con un cambio climático para el que tenemos que estar
preparados. No podemos pararlo pero sí mitigar sus consecuencias en
nuestras islas. Debemos estar preparados y disponer de los medios
humanos y materiales necesarios.
En el caso de los últimos incendios se ha hecho oídos sordos también a
la exigencia de una base de hidroaviones y de más helicópteros Kamov a
pesar de que el riesgo de incendios forestales se ha multiplicado por el
estrés hídrico consecuencia de la sequía persistente y las altas
temperaturas, y de que, como hemos visto, la época de alto riesgo ya no
queda restringida a los meses de mayor calor y se extiende prácticamente
a lo largo de todo el año. Además, los incendios son cada vez más
virulentos y difíciles de controlar y las condiciones climáticas más
adversas, como se demostró durante los últimos episodios de calima, los
peores en 40 años.
Aunque todavía es pronto para tener resultados concluyentes ya hay
estudios de la Universidad de Aarhus, en Dinamarca, y de la Universidad
de Siena, en Italia que apuntan hacia una posible correlación entre el
índice de mortalidad por el coronavirus y la contaminación atmosférica,
de tal manera que a mortalidad sería mayor en aquellas zonas más
contaminadas.
Relacionado especialmente con el turismo, la parte más importante de
nuestro PIB, Biosphere Tourism apunta que ante la crisis del coronavirus
“de lo que no nos cabe duda, es de que es muy probable, y deseable, que
este sea un importante punto de inflexión en lo que se refiere al
turismo, su modelo, la decisión de compra, el disfrute de la
experiencia…, haciendo más importante que nunca retomar la recuperación
desde un punto de vista sostenible y alineado completamente con los 17
Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) de Naciones Unidas”.
De hecho, y en consonancia con el trabajo desarrollado en
colaboración con el SDSN (Sustainable Development Solutions Network), el
indicador 3.4 solicita “Mejorar la capacidad para identificar,
prevenir, planificar y dar respuesta a los riesgos ambientales y
emergencias reales y potenciales que atenten contra la salud e
integridad física de residentes y visitantes”, que está alineado con la
Meta 3.d “Reforzar la capacidad de todos los países, en particular los
países en desarrollo, en materia de alerta temprana, reducción de
riesgos y gestión de los riesgos para la salud nacional y mundial”.
En cualquier caso, lo que parece claro es que la única manera de
salir de esta situación sin una catástrofe social e impedir situaciones
similares en el futuro es a través de un amplio acuerdo entre ciudadanía
e instituciones para avanzar hacia la sostenibilidad, relocalizar una
parte de la producción de bienes esenciales, orientar nuestra economía
hacia la satisfacción de las necesidades humanas y construir sociedades
más resilientes, que inviertan más en prevención y que estén mejor
preparadas para los nuevos riesgos que afrontamos.
fuente: https://maspalomasnews.com/oidos-sordos-una-y-otra-vez/
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