Marisol Ayala.
Estos tiempos convulsos, complicados, inciertos, nos han
familiarizado con lo mejor y lo peor de la sociedad. De pronto, el
Covid-19 ha sacado de cajones polvorientos lo peor y lo mejor de
nosotros sin ningún esfuerzo. Gente anónima dando lecciones de vecindad a
los mayores tocando en su puerta para saber sí precisan ayuda, es
decir, ir a la farmacia, agua, un táper caliente, una revista, en fin.
Casos cercanos de quienes no pueden pagar el alquiler y han pedido
oxígeno al casero dueño convencidos de que tendrían que dejar la casa.
Para su sorpresa les perdonaron un mes de alquiler, gesto que
afortunadamente estos días no han sido gestos extraños.
Hace unos días el compañero de la Ser, David Perdomo, contó en antena
un caso que le ponía rostro y voz a otro gesto sobre el compromiso de
la ciudadanía con los que la pandemia ha dejado en la estacada. Una
mujer, Patricia Rodríguez, recibió una llamada de teléfono del inquilino
que vive en un apartamento propiedad de su familia. El inquilino le
contaba preocupado que el Covid-19 lo había dejado sin trabajo y en
consecuencia tenía que dejar el piso. Ella no dudó ni un momento en
echarle una mano, “le dije que no se preocupara aunque no nos sobra el
dinero, el alquiler era un extra y le dije que no hacía falta que nos
abonara la mensualidad de abril”.
La generosidad de Patricia sorprende. Perderá este mes los 800 euros
del alquiler de su apartamento. “Al fin y al cabo, para nosotros el
dinero del alquiler es un extra y creo que debemos ponernos en la piel
de los que más están sufriendo por esta crisis”. Patricia anima a
propietarios de viviendas en esa misma situación que le tiendan la mano a
los inquilinos que hayan perdido el trabajo, aunque sea temporalmente.
fuente: https://marisolayalablog.wordpress.com/
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