domingo, 19 de abril de 2020

Fue casi un milagro


 Marisol Ayala
Hace veinte años que no sabía de ella. La conocí siendo una chiquilla, no creo que tuviera más veinte años y unos grandes ojos negros que ocupaban su cara. Vivía en Aldea Blanca y alguien, un médico, me contó el caso y la necesidad de sacarla de la isla para superar un trastorno alimenticio severo que la colocó al límite de los cuarenta kilos o menos.

El médico, psiquiatra, sabía que en Canarias las posibilidades de que la chica recibiera la atención especializada que necesitaba era imposible. Ya era llamativo que un médico quisiera exponer públicamente la situación de una enferma lo que implícitamente era reconocer un fracaso asistencial. Siempre lo interpreté como un gesto de generosidad. Mi trato con el especialista fue sincero, el tema era delicado. Imaginen, contar públicamente el estado de la enferma y cómo vivían sus padres de escasos medios lo que ocurría de puertas adentro, con una adolescente que no quería vivir era duro. Terrible. Yo quería el permiso de sus padres, de no ser así no contaría el caso. La madre me llamó. Estaba en la azotea lavando y haciendo la comida en una cocina de un fuego. La chica no podía oler a comida, le provocaba vómitos. Le expliqué a la mamá los pros y los contras de salir en la prensa. Dio su permiso.
Cuando vi a la muchacha lo entendí todo. Jamás había visto a una joven anoréxica extremadamente delgada. En una página de este mismo periódico conté la historia. La ingresaron en una unidad especial. En Madrid, creo. Sabía de ella por el médico. Mejoraba. Seguí a lo mío y años después ese médico me citó en su consulta y allí estaba ella. Guapa y muy recuperada. Era otra.
Un día un ángel rubio, de ojos claros, salió a su encuentro y le dijo “agárrate fuerte, princesa. Yo te llevo”. Jamás se han separado.

fuente:  https://marisolayalablog.wordpress.com/

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