Artículo de Marisol Ayala.
Curioso. En un paso de peatones una mujer me pide que le escuche. Mal
sitio. Subimos a la acera y me pregunta sí no la conozco. Ni idea. Poco
a poco me aporta detalles y entonces la recordé vagamente hasta que me
vino una escena familiar; su forma de saludar.
Fue vecina de mi madre, tenía nueve hijos, era habladora y risueña.
Recordé que un día desaparecieron, ella y sus hijos. Los rumores se
extendieron por el barrio pero la vida caminaba tan rápido que nadie
preguntó por ellos. Había cosas más importantes que hacer.
Y de pronto recordé dé su historia y por si acaso le pregunté y sin
entrar en detalles me dio las claves. Le gustaría contar su historia
pero no le beneficiaria, de manera que contó lo que yo ya sabía. A
principio de los noventa su marido, un hombre alto moreno y guapo,
comenzó a trabajar en una importante empresa, un amigo le abrió la
puerta, y en poco menos de un año ascendió. Era listo y osado. La
empresa para la que trabajaba gestionaba préstamos, una financiera. Los
clientes pedían dinero y el enmascarando falsos avales concedía esos
préstamos, les pedía unas firmas y, finalmente, se quedaba con buena
parte de ese préstamo. Poco a poco llegaron las quejas de los clientes y
la empresa comenzó una investigación, pero lo hizo discretamente. Nadie
lo sabía, bueno, nadie menos el marido de la mujer que desde que pudo
fue al aeropuerto y huyó a un país de Sudamérica. Iba por delante de la
investigación. “Yo pensé que tu marido había atracado un banco…”. “No
no, él les robó a los clientes no al banco”. Que no es igual pero es lo
mismo.
Cuando el caco entendió que ya no estaba en peligro comenzó a tirar
de sus hijos hasta que completó la reunificación en Uruguay. Ahora trata
de hacer lo mismo pero en Canarias y supongo que con una economía
saneada.
fuente: https://marisolayalablog.wordpress.com/
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