Mary Almenara
Educar a los
hijos, ha sido siempre ardua tarea para los padres. Mientras somos pequeños las
cosas son más fáciles pero, cuando nuestras hormonas comienzan a
revolucionarse, los mejores deseos se van de las manos y comienza la lucha entre
los progenitores y el hijo/a rebelde o díscolo/a.
Nuestras madres
no repetían las ordenes más de tres veces, ni pedían por favor, tampoco nos
prometían un regalo si obedecíamos. Ellas ordenaban y punto. Cierto es que algunos
de nuestros padres se sobrepasaban en los castigos físicos, mientras otros
dominaban al chiquillerío solo con una mirada.
Siempre he pensado
que todos los extremos son malos y, si algunos de aquellos rayaban en el castigo
más cruel, hoy se traspasan los limites del consentimiento, la permisividad, la
tolerancia excesiva, el “como el niño/a quiera”. Hay padres que casi le
imploran al hijo/a para que obedezca.
Ocurre en muchos
ámbitos pero, sobre todo en lo que toca a las nuevas tecnologías, entiéndase;
móviles y tables. A los padres les cuesta poner orden en lo que a tiempo se
refiere del uso de estos artículos.
Se han detectado
casos de niños, de diez años en adelante, que pasan entre cuatro y doce horas
jugando online con los amigos o, lo que es peor, con personas desconocidas.
Desgraciadamente,
la raíz de todo esto está en la propia casa, en los propios padres, quienes
regalan a sus hijos/as el primer teléfono móvil cuando hacen la primera
comunión. Parecen no darse cuenta del error tan grande que están cometiendo
pues es tanto como meter al enemigo en casa.
A partir del
momento que un niño/a posee un móvil, se convierte en su esclavo, en el que
domina su tiempo y sus gustos, el que le priva de compartir con otros amigos/as,
leer un libro, pasear o, sencillamente, compartir con los padres momentos de
conversación.
Es triste ver a
un grupo de niño/as reunidos pero sin mediar palabra entre ellos. Ver como cada
uno/a entierra la cabeza en su móvil y se olvidan de que a su lado hay una
persona, alguien con quien pueden hablar, reír, e incluso discutir si se
tercia.
Pero más triste aun
es ver como los propios padres ponen en manos de un bebe un artefacto de estos
para que los dejen tranquilos. No se dan
cuenta que con él están suplantado todo contacto humano con la familia y con
quienes les rodea. Luego serán los primeros que se manifiestan en contra de las
antenas de telefonía.
No pretendo
meter a unos y otros en el mismo saco, Dios me libre, pero por desgracia, cada
día son mayoría los padres dominados y los niños/as dominantes.
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