Sobrevolarlo en avioneta permite contemplar desde el aire los múltiples brazos del río, islas saturadas de verde, lodges privilegiados y manadas de animales que se mueven por el delta como manchas minúsculas.
Maun, la ciudad que ejerce de capital del Okavango, ha crecido mucho en los últimos años gracias al turismo. Hoy aloja incontables hoteles y restaurantes, además de tiendas de todo tipo que ofrecen el material necesario para adentrarse en el delta con un todoterreno. El sudafricano Laurens van der Post cuenta en su libro El mundo perdido del Kalahari (1960) que, no hace mucho, solo había un hotel en Maun: el Riley’s. En aquella época los leones del Okavango se acercaban tanto al edificio que acunaban con sus rugidos a los clientes; ahora los felinos prefieren quedarse lejos, cerca de los lodges de lujo a los que se llega en avioneta.
El delta del Okavango es uno de esos contados lugares en los que se concentra una gran cantidad de animales salvajes. Allí están los «cinco grandes» (león, elefante, leopardo, rinoceronte y búfalo), pero también hipopótamos, jirafas y cocodrilos, además de un sinfín de aves que durante la estación de lluvias, entre noviembre y abril, triplican su presencia en las charcas, las copas de los árboles y pescando entre las hierbas altas.
La fauna de Moremi
En el sector oriental del delta, a un par de horas de Maun, se encuentra la Reserva de Moremi, un escenario menos acuático en el que leones, búfalos, jirafas, hipopótamos y elefantes comparten espacio con incontables impalas. La avioneta y el mokoro, la canoa tradicional, son ideales para recorrer el Okavango, pero en Moremi es mejor seguir el rastro de los «cinco grandes» desde un vehículo todoterreno y pasar luego la noche en un acogedora cabaña.Los puentes que se van dejando atrás marcan el recorrido y la dimensión de la aventura en Moremi. A partir del tercer puente, la presencia de hipopótamos y cocodrilos subraya que estamos en el África mítica de los exploradores. Dormir en esta reserva, bien sea en un lodge o en una tienda junto a la charca, es un lujo, siempre que uno sepa convivir con los ruidos de la noche africana: los rugidos de los leones, los chillidos de las hienas, el patoso chapoteo de los hipopótamos cuando salen del agua para comer hierba junto a la tienda...
Junto a la pista crecen bosques en los que llaman la atención los poderosos baobabs. En Moremi estos gigantes vegetales presentan unas singulares muescas en el tronco: son de los colmillos de los elefantes, que se comen la corteza para extraer agua durante la temporada seca. Los exploradores europeos del siglo XIX utilizaban los baobabs como puntos de referencia, ya que se divisan desde tan lejos que se convierten en algo así como las catedrales de África. Muy cerca del Okavango, en el desierto del Kalahari, se hallan algunos de los ejemplares más espectaculares, como el baobab de Chapman, bajo el cual acampó David Livingstone en 1861 cuando iba hacia el río Zambeze y las cataratas Victoria.
El trayecto desde el delta del Okavango hasta el Parque Nacional de Chobe, junto a la frontera con Namibia, dura cinco horas, siguiendo la carretera asfaltada que da un rodeo por el sur. Es más emocionante, sin embargo, llegar desde el norte, aunque esto suponga diez horas más de conducción a través de pistas a veces embarradas o inundadas por las lluvias. Apenas salir de la población de Kassane aparecen las manadas de elefantes, impalas y cebras, leopardos encaramados a algún árbol, los meandros del río Khwai y la sabana punteada por bellas acacias parasol.
Rumbo hacia la puerta Mababe, la entrada al parque de Chobe, sorprende ver que los depósitos de agua están protegidos por búnkers. Son para que no los rebienten los elefantes, los animales más abundantes en esta reserva: se estima que hay unos 50.000 y, durante la estación seca, es frecuente ver manadas de más de 200 ejemplares.
En Chobe confluyen cuatro países (Botsuana, Namibia, Zambia y Zimbabue), de ahí la gran oferta de aventuras más allá de la frontera. La excursión de más éxito es, por supuesto, la de las cataratas Victoria, que rugen en el límite entre Zimbabue y Zambia. Desde Kasane se pueden sobrevolar sus 1,7 kilómetros de ancho o bien observarlas desde el pueblo zimbabués de Victoria Falls o el zambiano Livingstone. Este último lleva el nombre del explorador británico que en 1855 las «descubrió», aunque los habitantes de la zona hacía siglos que las conocían como Mosi-oa-Tunya, «el humo que retruena».
fuente: http://www.nationalgeographic.com.es/viajes/grandes-reportajes/las-cataratas-victoria_7882/11
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