domingo, 2 de octubre de 2016

Lanzarote, la isla de fuego

Acantilados de lava y playas idílicas, en la ruta por la isla canaria

Lanzarote es una isla de volcanes, representante de esa otra Canarias menos concurrida y más genuina. Un territorio de acantilados de lava petrificada, danzas isas y tortitas de gofio, en el que una gota de agua es un tesoro
Además, esconde entre sus roques piedras basálticas y campos de tuneras, el secreto de César Manrique, el artista que luchó por preservar la identidad cultural canaria e integrar el paisaje, sin mancillarlo, en el desarrollo urbanístico. La obra de Manrique (1919-1992) está repartida por toda la isla, pero una manera de empezar a descubrirla es salir desde Arrecife, la capital, hacia el norte y, a 13 kilómetros, parar en el pueblo de Guatiza. Allí se puede visitar la primera de sus obras:el Jardín de Cactus, con más de 10.000 cactáceas traídas de todo el mundo.
Siguiendo la carretera en la misma dirección se entra sin transición en el paisaje lunar del Malpaís de la Corona. La identidad de Lanzarote está ligada a conos, chimeneas y cráteres que los lugareños, en una muestra de sabiduría popular, llaman «malpaís», una tierra accidentada y baldíapero que, por ironías del destino, se ha convertido en un gran atractivo para el turismo. En este paisaje dominado por el volcán de la Corona, César Manrique llevó a cabo otras dos obras geniales: los Jameos del Agua, un tubo de lava en cuyo interior hay un lago natural e incluso un auditorio; y la Cueva de los Verdes, otro enorme túnel volcánico de 6 kilómetros de longitud, del que se ha acondicionado una parte para la visita y donde se puede contemplar un singular efecto visual sobre el agua. El paseo hacia el norte de la isla culmina en uno de sus lugares más emblemáticos: el Mirador del Río –también de Manrique–, un rincón abalconado que mira al islote de La Graciosa.
Descendemos 25 kilómetros por la otra vertiente de la isla hasta el pueblo de Teguise, que nos espera con su iglesia de Nuestra Señora de Guadalupe (siglo XVI). Aquí nace el desvío que lleva a otro enclave mágico, uno de esos rincones que poseen la virtud de sacarte del mundo real y transportarte a otro de paz y silencio. La Caleta de Famara, en realidad una playa enorme, queda cercada al norte por los acantilados de Famara, una muralla negra donde se enredan los alisios del océano Atlántico. Por el sur, en cambio, el arenal fuga sin que nada lo detenga hasta donde la vista se pierde. Completa el paisaje la aldea marinera de Famara, donde las calles son de arena, el viento sopla y el mar se refleja en las fachadas. Un lugar para llegar, enamorarse y quedarse.
También enamora la siguiente parada: el Parque Nacional de Timanfaya, considerado uno de los mejores ejemplos de vulcanismo de España, que a su vez está rodeado por el Parque Natural de los Volcanes. Ambos se sitúan en el oeste de la isla, entre los municipios de Tinajo y Yaiza, y cubren una tierra considerada joven en términos geológicos, pues vio la luz tras las erupciones de 1730 a 1736. Timanfaya ocupa 50 kilómetros cuadrados y reúne más de 25 conos volcánicos tan emblemáticos como la Montaña de Fuego, la Rajada y la Caldera del Corazoncillo. Dada la escasa presencia humana en la zona, ha preservado una de las mayores diversidades biológicas del archipiélago. Asimismo su franja costera esconde los dramáticos acantilados de lava de Los Hervideros. Todo sumó para que Lanzarote, el reino de Vulcano tan desolador como bello, fuese designado Reserva de la Biosfera por la Unesco.
Pasando junto a los viñedos de La Geria, plantados en tierra volcánica, se llega a Playa Blanca (a 17 km), el principal enclave meridional de la isla. La arena clara de su playa contrasta con el rojizo de los conos cercanos. A pesar de ser uno de los centros turísticos de la isla, Playa Blanca no ha perdido su aire de aldea de pescadores, con las casitas bajas y encaladas. Desde allí se puede optar por tomar el ferry que en una hora lleva a Fuerteventura o caminar hasta calas solitarias como Las Coloradas, Papagayo o Dorada, situadas a pocos minutos de paseo. Unos rincones evocadores donde reencontrar el Lanzarote intimista y salvaje que tanto gustaba a César Manrique.
MÁS INFORMACIÓN
Cómo llegar y moverse: Hay vuelo a Arrecife desde varias ciudades peninsulares. En la isla, las guaguas enlazan muchos pueblos. Es habitual alquilar coche o motocicleta. Hay ferry a La Graciosa.
http://www.nationalgeographic.com.es/viajes/grandes-reportajes/lanzarote-la-isla-de-fuego-2_8990

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