martes, 4 de octubre de 2016

La fuerza de la palabra


Ha sido una fumadora de campeonato. Sabía que tarde o temprano sus pulmones le pasarían factura. Y ese día llegó y con él la devastadora acción del tabaco. Sus dos pulmones estaban hechos puré y posibilidades de una acción quirúrgica, ninguna. 
Tiene dos hijas que durante meses han batallado en los hospitales buscando un rayo de esperanza que le permita vivir con calidad el tiempo que le quede. Ambas saben la gravedad de la situación y sin decírselo se lo han dicho. Ya sabemos que las madres y las hijas nos hablamos con un gesto, con un mimo, con una mirada. Cuando los médicos las situaron en la gravedad del diagnóstico no valía de nada recriminarle los 60 años de fiel relación con el tabaco, ¿para qué? A trancas y barrancas tiraron de ella para que iniciara un tratamiento. Pero no; se rindió y se derrotó más aún cuando le dijeron que seis meses de vida era el plazo. Todas las consultas médicas a las que acudían tenían el mismo final; la vida ya era corta así que ante tanto pesimismo la paciente rechazó la quimioterapia. Le dijeron que las posibilidades de salir airosa eran mínimas y cortó por lo sano. También es cierto que los especialistas desbordados de trabajo no se tomaron el tiempo necesario para explicarle bien. Las hijas se resistían a que muriera la víspera y pidieron otra consulta como último intento para convencerla y es ahí cuando apareció la fuerza de la palabra, la profesionalidad de un médico joven que se sentó en su camilla, le tomó de las manos y con crudeza le preguntó: “¿Cómo quieres morir, Micaela?, ¿batallando o rendida ante la enfermedad?” Ella contestó que se le habían cerrado todas las puertas de la ilusión. “No es así. Puedes vivir unos meses más; nosotros no somos sabios y en cualquier caso tu calidad de vida será mucho mejor, vamos a intentarlo. La quimio no es el milagro pero te servirá para saber que estás peleando. Si fueras mi madre te obligaba”, le dijo cariñoso. “Y si te duele siempre quedará la morfina. No vas a sufrir”
Al día siguiente Micaela, 87 años, entró en el programa de quimioterapia. Sabe que tiene los meses contados pero ese médico le hizo ver la importancia de luchar, por ella y por los suyos. Cada mañana sus hijas van al mercado y le compran la mejor fruta, el mejor pescado, el merengue más apetitoso.
Y ahí sigue luchando.
FUENTE . http://www.marisolayala.com/

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