jueves, 11 de agosto de 2016

El papa y la guerra santa


Denis MacEoin.- La mañana del 26 de julio, un sacerdote que estaba dando misa, un anciano de 85 años, el padre Jacques Hamel, fue asesinado en el altar por uno de dos devotos del Estado Islámico armados con cuchillos. Su asesino lo degolló y pudo haber procedido a decapitarlo, ya que es la costumbre de muchos ejecutores yihadistas. Los seguidores de una fe que ensalza a los asesinos como mártires (shuhada) crearon un mártir para otra fe bien distinta.
Tanto en griego como en árabe, los términos “mártir” y “shahid” significan exactamente lo mismo: “testigo”. El padre Hamel fue el último de una larga serie de mártires cristianos que han sido asesinados por los violentos, supuestamente para atestiguar la única verdad de la fe de éstos. Muchos mártires musulmanes han muerto de forma muy parecida, pero ha habido aún más que han dado sus vidas librando la guerra (la yihad) para conquistar territorios para el islam.[1]
La bandera del Estado Islámico reza: “la ilaha illa’llah, Muhammadun rasulu’llah”. Esas palabras significan: “No hay más Dios que Alá, y Mahoma es su mensajero”. Esas dos frases se conocen como la shahada: aportar testimonio. Hoy se ve por todas partes, primero en Siria, y luego en Francia o Reino Unido. Pero shahada también significa “martirio”. Y alcanzar el martirio mediante un acto de violencia es lo que los asesinos de un inocente hijo de Dios lograron ese día, cuando la policía, armada, los encontró y los disparó matándolos junto a la iglesia que habían profanado.
Al día siguiente, el jefe de la Iglesia Católica, el papa Francisco, hizo unas declaraciones oficiales sobre el suceso, y por un momento pareció que por fin había entendido las cosas. Dijo que el mundo se encontraba en este momento en guerra. Décadas después de que empezase la guerra, he ahí a un líder religioso y jefe de Estado que parecía haber abierto los ojos al hecho de que los países occidentales han estado librando involuntaria e ineficazmente una guerra contra el radicalismo islámico. O tal vez sea más preciso decir que el radicalismo islámico ha estado librando una guerra contra nosotros.
Pero después lo estropeó. Lo que dijo luego fue: “Es una guerra, y no debemos tener miedo a decirlo […] es una guerra de intereses, por dinero y recursos. No estoy hablando de una guerra de religiones. Las religiones no quieren la guerra. La guerra la quieren otros”.
¿Qué? ¿Tiene algo que ver asesinar a un sacerdote en su altar con los “intereses, el dinero y los recursos”? ¿Lo que movió a los asesinos fue un anhelo de justicia social, más dinero y acceso a mayores recursos? ¿Pensaban que la muerte violenta de un sacerdote indefenso les iba a hacer conseguir algo de eso? No robaron ninguno de los objetos de valor en la mesa del altar, como los incensarios, los candelabros, el crucifijo o la custodia. Los asesinos habían gritado “Allahu Akbar”, literalmente, “Alá es más grande” (que todo, y especialmente para los musulmanes, la trinidad cristiana y la Iglesia, supuestamente no monoteístas). Como por desgracia sabemos bien, “Allahu Akbar” es una expresión religiosa que los musulmanes utilizan a menudo. Es el comienzo de la llamada a la oración, el adhan, repetido cinco o seis veces al día, precedido y seguido por la shahada. Lo han podido escuchar los occidentales cada vez que los musulmanes en Europa y Estados Unidos han cometido atentados, o como preludio a un ataque suicida. Eso es así precisamente porque los musulmanes creen que su dios (Alá) es superior a todos los demás dioses, porque para ellos el islam es la religión más importante de todas y, por último, porque el islam está destinado a conquistar el mundo, sea mediante la conversión o la violencia.
¿Qué quiso decir el papa Francisco cuando dijo que “las religiones no quieren la guerra, la guerra la quieren otros”? Se trata de un hombre con acceso a infinidad de escuelas e investigadores, a los académicos de todo el mundo, a los especialistas en el islam y Oriente Medio. Simplemente no es verdad. Para empezar, ¿quiénes son esos “otros”? ¿Los no religiosos? ¿Los ateos? ¿Los agnósticos? ¿Los protestantes?
Para ganar una guerra, se debe poder identificar al enemigo, entender sus motivos, averiguar qué lleva a sus soldados a arriesgar sus vidas en la batalla, saber por qué causa madres y esposas enviarían a sus hijos y maridos a luchar, sabiendo que podrían no regresar. Si se ignora todo eso, si se inventan falsos motivaciones para el enemigo, o no se conocen sus objetivos últimos, pierdes. “Si conoces al enemigo y te conoces a ti mismo, no tendrás que temer los resultados de cientos de batallas”, dijo el gran general chino Sun Tzu, en El arte de la guerra.
Al día siguiente de esas declaraciones, el papa, lamentablemente, agravó su ignorancia. Un reportaje en una revista católica Crux contaba que “el papa dijo que en todas las religiones hay personas violentas, “un pequeño grupo de fundamentalistas”, incluido el catolicismo. “Cuando el fundamentalismo llega al punto de asesinar […] se puede asesinar con la lengua y también con el cuchillo”, dijo.
“Creo que no es justo identificar el islam con la violencia. No es justo, y no es verdad”, prosiguió, añadiendo que ha mantenido una larga conversación con el gran imán de Al Azhar, la universidad islámica que tiene su sede en El Cairo, a menudo referida como El Vaticano del mundo suní. Sé cómo piensan. Buscan la paz, el encuentro”, dijo.
Por desgracia, está claro que el papa (junto a cientos de políticos y líderes religiosos de Occidente, aunque no en Israel) no conocen en absoluto a su enemigo. Si cree que “las religiones no quieren la guerra”, también queda claro que jamás ha estudiado el islam o que nadie le ha dado una instrucción veraz al respecto. A continuación explico por qué.
En los últimos capítulos del Corán hay decenas de versos que instan a los creyentes a salir a librar la yihad o a utilizar sus recursos para pagar a otros para que lo hagan. El propósito de la yihad es “el fortalecimiento del islam, la protección de los creyentes y vaciar la tierra de incredulidad”. [2]
Según un experto contemporáneo en la yihad, “el Corán […] presenta una justificación religiosa muy desarrollada para librar la guerra contra los enemigos del islam”. [3]
El islam no es simplemente una religión; es un sistema de gobernanza. Esto decía Hasan al Bana, el fundador de los omnipresentes Hermanos Musulmanes:
“El islam es un sistema integral que se ocupa de todos los ámbitos de la vida. Es un Estado y una patria (o un gobierno y una nación). Es la moral y el poder (o la misericordia y la justicia); es una cultura y una ley (o el conocimiento y la jurisprudencia). Son bienes y riqueza (o ganancias y prosperidad). Es un empeño y una llamada (o un ejército y una causa). Y, por último, es la creencia y el culto verdaderos”.[4]
¿Qué significa esto para los no musulmanes? Bana, de nuevo, lo aclara: “Esto significa que el Noble Corán designa a los musulmanes como los guardianes de la humanidad en su minoría, y les otorga los derechos de soberanía y dominio sobre el mundo entero a fin de llevar a cabo este elevado cometido. Y por lo tanto es asunto nuestro, y no de Occidente, y le corresponde a la civilización islámica, y no a la materialista. Hemos llegado a la conclusión de que es nuestro deber establecer la soberanía en todo el mundo y guiar a toda la humanidad hacia los sabios preceptos del islam y sus enseñanzas, sin los cuales la humanidad no puede alcanzar la felicidad”.[5]
La literatura de la tradición islámica, que se encuentra en seis colecciones canónicas, fija las definiciones de la yihad y las instrucciones para librarla. Por favor, no se equivoquen con la habitual confusión: “La yihad más importante es una lucha con el yo, una guerra espiritual”. Esta idea no aparece en los textos clásicos.[6] Durante siglos, la yihad ha significado una guerra física. Incluso las místicas hermandades sufíes han participado de esta lucha sumamente física.[7]
El profeta islámico Mahoma llevó a sus hombres a la batalla en muchas ocasiones, y les envió a unas cien expediciones y partidas de asalto.[8] Sus sucesores, los califas, hicieron lo mismo. En el medio siglo posterior a la muerte de Mahoma en el año 632 E.C., las fuerzas musulmanas conquistaron la mitad del mundo conocido. Las guerras de la yihad las siguieron luchando a ritmo anual todos los grandes imperios islámicos, sin excepción.
Los dos principales imperios islámicos, el de los omeyas (661-750) y sus sucesores bajo una nueva dinastía de califas, los abásidas (750-1258) llevaron a cabo expediciones anuales (normalmente una o dos al año) contra el imperio bizantino (radicado en Constantinopla). Estos asaltos seguían una tradición de las primeras guerras yihadistas libradas en Occidente y Oriente. Nunca se dejaban al azar, sino que estaban bien planificadas. Por lo general, había dos campañas de verano, a menudo seguidas por expediciones de invierno.
Las yihad de verano solían hacerse en forma de dos ataques separados. A una matanza se la llamaba “expedición de la izquierda”. Se lanzaba desde las fortalezas fronterizas de Sicilia, cuyas tropas eran principalmente de origen sirio. La “expedición de la derecha”, más amplia, se llevaba a cabo desde la provincia oriental anatolia de Malatya, desplegando tropas iraquíes. Estas expediciones yihadistas tuvieron su apogeo durante el tercer gran imperio, el de los otomanos, que conquistaron Constantinopla en 1453, poniendo fin así al Imperio bizantino. Constantinopla fue renombrada como Estambul, y su principal basílica, Santa Sofía, se convirtió en la mezquita imperial de los otomanos.
Las organizaciones yihadistas de hoy, desde el Estado Islámico a Al Qaeda, los talibanes, la Yihad Islámica, el Frente Al Nusra, Boko Haram, Hamás, Al Shabab y otros cientos no están más que llevando a cabo, en un espectro más amplio, las guerras yihadistas del siglo XIX.[9]
Los yihadistas parecen preferir esto al trabajo misionero (aunque otros grupos, como la palestina Yamat Tabligh, hacen mucho trabajo de ese tipo) porque sus guerras se remontan a los tiempos de Mahoma y compañía, las tres primeras generaciones beligerantes. El término “salafista”, utilizado ahora para los grupos islámicos más radicales, viene de “salaf”, o “antepasado”, pero refiriéndose concretamente a las primeras tres generaciones del islam: Mahoma, sus primeros seguidores, sus hijos y nietos. Los yihadistas lo hacen porque, tras haber perdido potencia militar desde la quiebra del Imperio otomano en 1918, parecen sentirse compelidos a responder luchando contra la fuerza de Occidente y el triunfo de los cristianos (o, en Israel, de los judíos). Alá, a sus ojos, prometió a sus seguidores, los musulmanes, que un día dominarían el mundo,[10] y durante muchos siglos, los musulmanes quizá creyeron que eso era lo que estaba ocurriendo. Después esas esperanzas se frustraron. Los imperios occidentales empezaron a conquistar, colonizar y gobernar los estados musulmanes, como el norte de India, Argelia, Egipto, Sudán, Libia y otros países. Fue un revés inimaginable.
Para contraatacar, los yihadistas han optado por utilizar la mejor arma a su disposición: el terrorismo. Y lo que es peor: Occidente, al que ahora aterrorizan, ha consentido su propio debilitamiento. Una mezcla de corrección política, miedo a ofender, miedo a luchar y una reticencia a perturbar una estabilidad ilusoria ha generado una increíble cantidad de oportunidades a los yihadistas.
El joven islamista que asesinó al sacerdote en Francia, por ejemplo, había sido detenido dos veces por intentar viajar a Siria para luchar con el Estado Islámico. Cuando se produjo el asesinato, las amables autoridades le habían obligado a llevar un brazalete de vigilancia, pero su toque de queda era únicamente durante la noche. Durante el día, podía vagar a sus anchas por las calles. Esa fatídica mañana, decidió ir con su cómplice a una iglesia cercana y satisfacer sus anhelos de convertirse en mártir y asesinar a un cristiano.
Por desgracia, el papa Francisco no pudo haberse equivocado más. Ha habido una religión que ha querido librar guerras desde su origen. Llevamos más de 1.400 años protegiéndonos contra eso, como cuando se detuvo al Imperio otomano en las puertas de Viena en 1683. Ahora, hemos bajado la guardia y nos hemos dado la vuelta. No porque no tengamos fuerzas de seguridad. Las tenemos. Sino porque a menudo no buscamos lo correcto: los textos y los sermones que prefiguran la radicalización.
¿Por qué musulmanes jóvenes pasan de la cotidianeidad a ser reclutados por los extremistas? Los jóvenes cristianos, hindúes, judíos, budistas y bahá’ís no se mueven en esa dirección. ¿Podría ser porque a muchos jóvenes musulmanes, primero en los países islámicos, y ahora en Occidente, se les enseña a muy temprana edad que el islam aspira a la dominación, que la yihad no es un mal sino una expresión de su fe, que son víctimas de la “islamofobia”, que las mujeres occidentales son inmorales, y que las demás religiones son falsas?
Es hora de despertar. Estamos efectivamente en guerra, nos guste o no. “Tal vez vosotros no estéis interesados en la guerra, pero la guerra está interesada en vosotros”, dijo León Trotsky.
Nuestro enemigo es una versión extremista del islam que aún tiene que someterse a una reforma, una que lleve a los musulmanes no hacia atrás, al siglo XVII, sino hacia delante, al siglo XXI y posiblemente más allá.
NOTAS
[1] “El concepto de martirio desarrollado de forma distinta en el islam que en el judaísmo o el cristianismo. En el islam, el martirio tiene un sentido mucho más activo: se espera que el futuro mártir busque situaciones donde se pueda alcanzar el martirio”. David Cook, Understanding Jihad, University of California Press, 2015, pág. 26.
[2] Rudolph Peters, Islam and Colonialism: The Doctrine of Jihad in Modern History, La Haya, 1979, pág. 10.
[3] Cook, pág. 11.
[4] Hasan al-Banna, Message for Youth, traducido por. Muhammad H. Najm, Londres, 1993, pág.
[5] Wendell Charles (trans), The Five Tracts of Hasan Al-Banna (1906-1949), University of California Press, 1978, págs. 70-73.
[6] “Las tradiciones que indican que la yihad significaba una guerra espiritual […] no aparecen en absoluto en ninguna de las colecciones oficiales, canónicas (con la excepción de Al Tirmidi, que dice: “el luchador es el que lucha por sus pasiones”; aparecen sobre todo en las colecciones de materiales ascéticos o proverbios”. Cook, pág. 35.
[7] “Este paradigma persistió hasta la época medieval, donde a menudo nos encontramos con grupos sufíes que luchan contra los enemigos del islam. Por ejemplo, tras derrotar a los cruzados bajo Guido de Lusignan en la Batalla de los Cuernos de Hattin (1187), el líder musulmán Salah al Din al Ayubi [Saladino] (1169-1191) asesinó a los cruzados apresados por varios de sus regimientos sufíes”. Cook, pág. 45.
[8] En Wikipedia hay una lista completa y anotada.
[9] Para más detalles, ver Rudolph Peters, passim.
[10] “Él [Alá] es quien envió a su mensajero [Mahoma] con la guía y la religión verdadera [el islam] para hacerla prevalecer sobre todas las religiones” (Corán, 9:33). El quinto verso de esa misma sura es conocido como “versículo de la espada”, porque es el primero que alienta los ataques físicos contra los no musulmanes.
fuente.http://www.alertadigital.com/2016/08/08/el-papa-y-la-guerra-santa/

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