lunes, 15 de febrero de 2016

Otra vez un 15. Gerardo Hernández...también fotógrafo. Rebelión












Sólo lo hizo esa vez. Cuando llegó, arrastrando algún cansancio, se había mostrado afectuoso, agradecido y listo a cumplir la tarea. No habló casi nada entonces; apenas lo necesario.
Entre sus anfitriones canarios sumaban muchos años de lucha por la libertad de aquel hombre, que era un poco de la tierra y al que sentían, un mucho, parte de sí mismos.
Caminó por el cemento que casi cubre el Barranco del Guiniguada, pisó los adoquines de Vegueta, admiró la piedra de la catedral, por siglos y aún inacabada, el brillo de los perros de Santa Ana. Preguntó por Néstor Álamo, mientras intuía el mar que guardaba allá, al fondo, la calle de Los Balcones y el barrio entero. Sólo se permitió una serena inquietud por la marcha del reloj.
No era la hora, pero ya algunas personas habían llegado. Un guagüero, una trabajadora de la sanidad, abogados, sindicalistas, representantes de partidos e instituciones, compañeros de los movimientos sociales y la solidaridad; así, hasta 40. Ese primer contacto colectivo lo relajó. Con todas y todos empezó a desmenuzar las historias enmarañadas en el caso y la prisión de Los Cinco, y con todos compartió los flashes disparados delante de unas rejas coloniales que alguien eligió como símbolo de una cárcel infame que entre todos habían logrado dejar atrás.
El día siguiente amaneció cálido y con las nubes tozudas del inicio del verano, en medio de un invierno raro. La primera parte del programa se había cumplido con el tiempo a favor, como en una buena travesía de barco, y eso lo facilitó todo.
Fijó el rumbo hacia el lugar que le daba sentido a tantas horas de historias y sabores de familia; atravesó la calle peatonal, cruzó la primera intersección y continuó hasta allí. Justo en ese momento pidió la cámara de fotos; él mismo quería hacerlas, en una suerte de ritual íntimo que no pasó sin más. Fotografió con calma las balconadas, los edificios siempre bajos, el nombre en la placa de esa calle que parecía querer memorizar y los escritos en las dos esquinas fronterizas. La casa  estaba en el número 48, frente a Correos y aún conservaba el  aspecto que tenía cuando Carmen Nordelo, su madre, nació y vivió en ella. 

Enfrente, un anuncio prohibía pegar carteles, pero al lado había dos que hablaban de él mismo (de Los Cinco) y de la Revolución Cubana. Tampoco quiso sustraerse a eso y enfocó el objetivo hacia aquel desafío en forma de papel.

Devolvió la cámara y no la usó más. 
Esa noche, cuando empezó a subir a la tribuna desde la que intervendendría, la ovación cerrada de mujeres y hombres que, incluso de pie durante más de dos horas, no hicieron el mínimo gesto de abandonar la sala, lo sorprendió. En Gran Canaria, la isla natal su madre, muchos sabían de él.
Los Cinco habían formado parte del escenario de manifestaciones obreras, de luchas contra la militarización del archipiélago o de pancartadas antiimperialistas. Sobre Los Cinco, y desde esa isla, se hicieron entrevistas, se escribieron artículos, se inauguraron exposiciones y proyectaron documentales; Gerardo al fin pudo conocer a la niña que habló con los ojos cuando leyó 4 y había querido ir a esperarla a la salida de su escuela (http://www.rebelion.org/noticia.php?id=178897).
Allí mismo, compartiendo espacio, se encontraban algunos de los protagonistas de ese trabajo, venidos incluso desde otras islas y otros países (1).
Gerardo tuvo que sobreponerse para empezar a hablar, pero, cuando pudo, lo hizo con pasión, recordando lo bueno, lo malo, y hasta lo cómico, de los años de presidio, arrancando lágrimas y risas casi al mismo tiempo. Gesticuló, silbó -como cuando llamaba al gorrión Cardenal-, se sintió en casa y lo dijo: “Mis lazos sanguíneos con Canarias están más que contrastados, los llevo conmigo desde niño, y sé que nunca voy a olvidar este viaje”.
Fue el día 15 de hace un mes, un nuevo 15 que se sumó por azar a la particular charada de Gerardo, la misma que se inició con el registro a destiempo del nacimiento de su madre, aquel 15 de febrero de hace hoy 83 años.
Sus fotos de ese día, que salen aquí por primera vez de la máquina con que fueron tomadas, son un homenaje a ella, a Carmen Nordelo, y a quienes, en su tierra de origen, en su isla y alejados del artificio, se enfrentaron, con hechos y con firmeza a la injusta prisión de su hijo y de otros cuatro revolucionarios cubanos que estuvieron presos durante 16 años, en EEUU, por defender a Cuba del terrorismo.
Cuando Gerardo expresó, al despedirse: “Cualquier palabra que diga, siempre será poco para darles las gracias”, se refería a ellos, sin duda, a las gentes de este pueblo canario que, como en la “canción de la luchada”, ayudaron a tumbar al rival de peso mayor (2).

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