jueves, 31 de diciembre de 2015
Año Cero
LUZ SÁNCHEZ-MELLADO
El día de Navidad me hallaba subiendo una sentencia ingeniosísima a Twitter, se me escurrió el móvil de las manazas y se me estampó contra el suelo, como otros cientos de veces desde que me levanto hasta que me acuesto. Esta vez, sin embargo, el golpe fue mortal para mi amor propio. El móvil descansa en paz, gracias.
La hemorragia interna le corroyó las entrañas, pobre. Pero sobre todo abrasó las mías. El ácido masacró mi agenda, mis contactos, mis recuerdos. Mis conversaciones frías y calientes. Mis notas básicas y accesorias. Mis fotos de los días felices y de los desgraciados, indistinguibles al ojo ajeno con la que suscribe siempre sonriendo a cámara a toda piñata más chula que un ocho y más falsa que Judas Iscariote. El silencio que vino tras la hecatombe fue una revelación que ni la de Fátima. Así que la soledad era esto. Ni una llamada que me alertara, ni un whatsapp que me trinara, ni un perrito que me ladrase. Desde entonces, he retomado algunos contactos. Los de quienes me han echado de menos lo bastante como para pregonarme en el desierto y los de quienes yo extraño lo suficiente como para buscarlos bajo las piedras. A lo mejor con eso basta. A lo mejor el resto es ruido. No sé ustedes, pero algunos estamos deseando que acabe el año 15 del tercer milenio. Nos lo queríamos perder, ilusos. He sufrido mucho y he gozado menos. He llorado a mares y he reído a ratos. He tocado fondo y aún ando agua al cuello. Como tantos, supongo. He constatado, eso sí, que quien das por supuesto puede dejarte en cueros y que quien menos te esperas puede lamerte las heridas a cambio de nada. Así que esta noche volveré a salir del útero. Me vestiré con un esmoquin que pillé en el Black Friday, me pintaré como para recibir el Oscar —del Pulitzer ni hablamos—, bailaré lo que me echen y, al puntito de la medianoche, no me besará ningún príncipe, vale. Pero tampoco ninguna rana. Buen Año Cero.
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