domingo, 19 de julio de 2015

CARTA DE FRANCO A LOS ESPAÑOLES


Reproducido.- Españoles todos: Hace 40 años, al llegar para mí la hora de rendir cuentas ante el Altísimo, me despedí de vosotros como un padre lo haría de sus hijos en el momento supremo de esa partida inevitable. Con la sinceridad que impone la perspectiva de ese viaje sin retorno, quise expresaros entonces algunas cosas que un hombre de bien no podía dejar de mencionar en ese instante definitivo: mi amor por España y mi fe en su destino.
Yo sólo fuí un servidor de España y en el altar sagrado de la Patria entregué hasta el último aliento de mi vida. No quise más honor que el servirla ni más recompensa que el verla levantada de la ruina y la discordia en que la sumieron sus enemigos. Rendí mi vida al Altísimo con el sentimiento de haber vivido como católico y español, con el norte siempre puesto en el bien de España y la prosperidad de los españoles.
Dejé el mundo sin remordimientos y con la conciencia de haber obrado bien. La España que la Divina Providencia puso en mis manos en el año 1939, después de las iniquidades y las violencias que desataron sobre ella los que soñaron derribar su gloria y mancharla eternamente con la ignominia de su traición, no era en el momento de mi humana despedida de este mundo, más que un lejano recuerdo, desdibujado por las nieblas del tiempo y relegado por las urgencias de los nuevos afanes de un país que había, tras décadas de sacrificos y esfuerzos, recuperado su lugar en el concierto de las naciones de la tierra, con la cabeza alta y las manos limpias.
Los años de paz de mi gobierno, en un mundo desgarrado por innumerables guerras, no fueron un fórmula falsa de una propaganda de régimen, sino una verdad que trajo en su fértil surco el progreso y el orden que España necesitaba y merecía después de las miserías y los dolores de una confrontación fraticida que nos puso al borde de la esclavitud y la tiranía de las que otros pueblos europeos no pudieron librarse y que aún soportaban en el momento de mi partida (y lo harían todavía durante unos años más antes de sacudirse la opresión que las ahogaba).
Una vez derrotado el enemigo interior que quiso un día uncir nuestra insigne nación al yugo de espurios designios antinacionales, me dediqué a levantar a España de su postración y construir sobre la ruinas de una tierra arrasada por la guerra civil el edificio de la nueva España, redimida de los odios y las vindictas del pasado. Más que un soldado victorioso, quise ser un obrero de la paz, antes un restaurador civil que un conquistador.
Paz, orden y progreso, esos fueron los objetivos cardinales que me fijé y la Historia no podrá desmentir los logros que obtuve en esa misión impuesta. Ningún estadista puede ser tachado de fracasado si deja su país en mejor estado que aquél en que se encontraba cuando tomó las riendas que el destino puso en sus manos.
A mi muerte, España había recuperado el lugar que le correspondía a la jerarquía de su trayectoria nacional y estaba encaminada por la buena senda. Me fui con la convicción de que “todo quedaba atado y bien atado”, dejando como legado una España en pie y añadiendo unos consejos postreros para que la obra cumplida no fuera puesta otra vez en peligro por los enemigos de España y la civilización cristiana, siempre al acecho.
Habiendo sido la defensa de los supremos intereses de la patria y el pueblo español y la salvaguarda de la unión indivisible de las tierras de España la misión de mi vida, era obligado que también a estas primordiales cuestiones se refirieran mis últimas palabras, al pediros que, aparcando intereses personales, no cejáraís en la defensa de los primordiales objetivos que todo español cabal ha de hacer suyos: fortalecer la unidad de España y alcanzar la justicia social y la cultura para todos lo hombres de España.
Hoy desde mi descanso eterno, alejado ya de las cosas humanas, y en la paz celestial que es el premio que Dios nuestro Señor me ha otorgado en recompensa a mi entrega a la obra de sanar España de sus viejas heridas y levantar la cruz de la fe frente a los negadores de Cristo, no puedo sin embargo quedar indiferente al destino de España y la suerte de los españoles.
Con dolor creciente veo que la antiEspaña que una vez pusimos de rodillas en la gloriosa jornada de nuestra Cruzada Nacional vuelve a levantar cabeza y persigue con nuevos brios la tarea de destruir España y enfrentar a los españoles. En realidad, hace ya tiempo que esta deriva destructiva viene ocupando mis pensamientos, aumentando mi inquietud y turbando mi reposo.
Existia en el tiempo de mi vida terrenal un problema espiritual en el mundo de la más extraordinaria transcendencia, constituido por el ambiente revolucionario de las masas alejadas de la creencia en Dios y obnubiladas por quimeras antinaturales que la razón condena. La lucha que llevamos a cabo una vez contra esas fuerzas destructivas fue un fenómeno pasajero, mientras que el espíritu revolucionario de las masas alimentado por teorías tan falsas como dañinas constituye el problema fundamental de la época presente, de una hondura y de una permanencia muchísimo mayor que la de cualquier conflicto bélico.
Los españoles, pueblo tan noble y valeroso como díscolo e irreflexivo, siempre presto a entregarse a químeras y fantasías por poco que estas revistan el adecuado ropaje de una mendaz promesa y se exprese con la seductora retórica de todo lo falso, necesita de dirigentes incorruptibles y clarividentes para evitar el camino que lo aleja de manera contínua, con frenazos y retrocesos, a través de los siglos, del destino que la Historia señaló para él desde los albores de nuestra raza inmortal. De la mano de la antipatria y con el único norte de sus intereses bastardos, España vuelve a alejarse del puesto que le corresponde conforme a su Historia y que ocupó en épocas pretéritas.
Huérfano de un ideal superior que conduzca sus pasos, carente de un guía inspirado y patriótico y asediado por el rencor invencible y el odio nunca satisfecho de los enemigos de España, el pueblo español vuelve a caer en el desorden y la discordia, presa de la demagogia y los manejos disolventes de los peores elementos resurgidos de las profundidades más tenebrosas de nuestro pasado, con la anarquía como único horizonte posible y la desunión como meta proclamada.
Al pasar revista a los logros que conseguimos para España y los españoles durante los años de mi gobierno, no podemos por menos que reconocer con dolor y consternación como han sido en gran parte malogrados y echados a perder. Ante nuestra mirada se expone el resultado de décadas de malos gobiernos y prolongados errores que han llevado a España a las puertas de la ruina y a su actual insignificancia ante las naciones del mundo.
En lo fundamental, tanto como en lo accesorio, mis sucesores no han sabido mejorar la herencia recibida con su pobre desempeño, por el contrario la han dilapidado con un entusiasmo que nunca tuvieron a la hora de trabajar por el engrandecimiento de España y el bienestar de su pueblo. Cayendo de nuevo en politiquerías mezquinas y revanchismos tardíos, los nuevos dirigentes, alejados de los caminos de la Fe y la Patria, se han dedicado a derribar con ahínco cuanto han tocado con la soberbia de sus almas pequeñas y la maldad de sus mentes corrompidas. En el mejor de los casos han gobernado pensando en la semana siguiente y el peor soñando con restaurar los oscuros días del ayer.
Dando la espalda a los principios tradicionales y patrióticos que son el nervio de nuestra historia, las masas españolas se han rendido a los fáciles halagos del extremismo izquierdista por un lado y por los relucientes espejismos del capitalismo ultraliberal por el otro, y sobre esa doble impostura ha renacido la España vieja y maleada que una vez desterramos.
Parece que España hubiera agotado sus reservas espirituales y materiales al entregar el mando de la nación a los incapaces y los traidores que la han dirigido hacia donde se encuentra en este momento.
Nunca creímos nosotros en el régimen democrático liberal que acarreó a España tantos daños en el pasado y ha reeditado después de mi desaparición tantos otros. Desoyendo la autorizada voz de la experiencia, los españoles se han dejado una vez más seducir por químeras impropias al buen gobierno y rendirse ante sistemas incompatibles con el honor de nuestro nombre y de la dignidad de nuestra historia.
Nunca antes de mi gobierno, y tampoco después (ahora lo vemos), España consiguió alcanzar tantos logros en todos los ámbitos de la vida nacional, ni vivir una era de paz, orden y progreso de tal magnitud. La obra calumniosa de nuestros enemigos ha consistido, desde el mismo momento de su anticipada derrota un glorioso 18 de julio (antes de la victoria formal el 1 de abril de 1939), en socavar los cimientos del edificio levantado con su incansable labor subversiva y mentirosa.
Sin embargo, el edificio construido un día no puede borrarse de la memoria de los hombres si esa construcción fue grande y buena, y aun tirada a tierra, puede reconocerse aunque sea a través del expresivo testimonio de sus muros caidos al suelo.
Las creaciones sociales del régimen fueron muchas:
– Creación del “Auxilio Social” que llenó España de Comedores gratuitos para los más necesitados.
– Creación de la Seguridad Social Universal.
– Creación de la Pensión por Jubilación, y también la de Viudedad
– Establecimiento de la edad obligatoria de Jubilación.
– Creación de Escuelas Públicas y Gratuitas, para la enseñanza obligatoria, con el fin de erradicar el analfabetismo.
– Fomento y creación de Universidades para enseñanza superior.
– Creación de Escuelas de Formación Profesional.
– Establecimiento de una edad mínima, para el comienzo de la vida laboral.
– Establecimiento del Sueldo Mínimo Interprofesional.
– Establecimiento de fecha tope para el Contrato de Pruebas.
– Garantía de compensación económica para casos de despido improcedente.
– Creación del Estatuto de los Trabajadores que garantizaban a estos, lo ya mencionado y mucho más.
– Creación de cientos de miles de Viviendas Sociales para las clases más desprotegidas y eliminación del chabolismo.
– Creación de una clase media sólida que evitó la inestabilidad política de los siglos anteriores. Después de la catastrófica gestión de los sucesivos ejecutivos socialistas y liberales no queda gran cosa de ello.
– Un aparato industrial estratégico, que poco a poco los gobiernos diversos han ido dejando en manos extranjeras.
– Creación de una nueva industria de servicios muy lucrativa, inicialmente de transición mientras se posibilitaba el desarrollo tecnológico y la entrada de capitales y divisas: el turismo. A casi 4 décadas años de mi desaparición, España no ha superado esa etapa.
– Un desarrollo tecnológico de primer nivel para los parámetros de esa época. Hoy en España la investigación apenas existe y en esta materia somos totalmente dependientes del exterior.
– Un sistema educativo que sacó a España de la lista de países con mayores tasas de analfabetismo. Hoy los jóvenes españoles apenas saben interpretar un texto y la educación ha retrocedido a niveles casi africanos.
– Una legislación laboral que protegía a la misma clase media de los desmanes de los políticos y del neoliberalismo. Desde la instauración de la democracia esta legislación no ha hecho más que retroceder.
Creé un gobierno de licenciados, catedráticos e ingenieros que decidían lo mejor para el país: Solís Ruiz (con 3 carreras), Navarro Rubio (Catedrático de Derecho Administrativo), Lopez Rodó (Licenciado en Economía, Derecho y Comercio), etc. Hemos visto en los tiempos recientes cómo individuos sin formación alguna, ni capacidad demostrable o siquiera historial laboral ocupaban los más altos cargos del país.
Mi gobierno sacó a España del subdesarrollo y de una situación en muchos casos casi tercermundista .Hoy el Tercer Mundo ya está instalado en nuestro país, con su cortejo inacabable de lacras de todo tipo.
Todo eso lo logré a pesar de ser España un país devastado, sin recursos y sin las reservas económicas del banco de España que se llevaron los republicanos a Rusia.
Todo ello sin apenas cobrar impuestos. No existía el impuesto sobre la Renta ni el IVA, y sin embargo el Estado disponía de más presupuesto que ahora.
Se crearon medidas de protección a los obreros, la Seguridad Social, el sistema de salud nacional (INSALUD), etc. Hoy la Sanidad Pública está en práctica bancarrota, debido al derroche de décadas de mala administración.
No existía una delincuencia que supusiera una calamidad social ni pusiera en peligro el orden público. No había mafias y el crimen organizado los españoles lo veían en las pantallas de cine. Hoy el crimen organizado constituye un fenómeno de tal envergadura que pone en peligro la seguridad no ya de los simples ciudadanos sino la del Estado mismo. La criminalidad común en España es ya una de las mayores del mundo occidental.
En la España franquista nunca se toleró la implantación de costumbres bárbaras que humillan la conciencia humana. Hoy cosas tan peregrinas como las mutilaciones sexuales o crimenes de honor son realidades cotidianas que abochornan el sagrado suelo de esta vieja nación cristiana.
Las lacras como los abusos de menores, la pedofilia, el terrorismo, no eran fenómenos masivos. Durante mi régimen la organización terrorista ETA mató a un total de 48 personas. En lo que lleva España de democracia la cifra de víctimas del terrorismo se aproxima a unos 2000.
Antiguamente cada muerto era un duro golpe para España, ahora los españoles están acostumbrando a vivir entre delincuentes, mafiosos y terroristas. La muerte campa a sus anchas y nadie que no se vea afectado directamente se siente concernido.
La gente podía darse al masculino hábito del tabaco si ser perseguidos como delincuentes ni mal mirados. Hoy son las drogas de todo tipo las que envenenan a la juventud española hasta dejarla postrada en el estado de impotencia actual.
Teníamos una ley contra vagos y maleantes. Ahora es la ley que da derechos a los vagos y maleantes y los mantiene en cárceles de lujos (con ordenador, TV, gimnasio, comida halal para los musulmanes, etc.). Los delincuentes se detenían y eran juzgados eficazmente. Ahora cobran el subsidio de paro al salir de la cárcel para que no pasen necesidades antes de su siguiente ingreso en prisión.
Aguantamos muchas críticas por la emigración española a Europa en los años 60 y 70. Mi gobierno se impuso como inexcusable deber el conseguir las mejores condiciones para aquella dolorosa expatriación que muchos beneficios trajo a España por el trabajo provechoso de tantos compatriotas en tierras extranjeras. Nuestros emigrantes fueron los mejores embajadores del noble y esforzado carácter español, que contribuyó de manera significativa al desarrollo y la prosperidad de los países anfitriones. A los españoles, las autoridades de los países de destino les obligaban a llevar la cartilla de sanidad, un certificado de antecedentes penales en blanco y un contrato de trabajo ya hecho en nuestro país. Ahora la inmigración llega a España en tropel, sin control, y se dedica en gran medida a delinquir, a parasitar y a hacer la vida difícil a los españoles.
Podría seguir con la enumeración de los logros que alcanzamos y la lista de los fracasos de los herederos de mi gestión. Pero no es necesario. Pero no puedo menos que recordaros como en casi 4 décadas de gobierno, nunca el rencor ni el deseo de venganza ocupó siquiera un instante de mi pensamiento y mi actuar. Traté por todos los medios de curar las heridas profundas de la contienda fraticida y unir a todos los españoles de bien sin distinción en la reconciliación y la esperanza, de modo que nadie hubiera nunca de sufrir el estigma de culpas que nadie ha de heredar de sus padres. Durante 40 años y aun después, gracias a la sabia labor de mi gobierno, los españoles no tuvieron que reconocerse entre ellos como los descendientes de uno u otro bando. Hemos visto en los años recientes cómo los odiadores de España han intentado, de manera criminal y sectaria, abrir las antiguas heridas ya cerradas y alimentar nuevas discordias, desenterrando antiguos muertos y cavando nuevas trincheras para poner frente a frente, una vez más, a los españoles.
Os prometí un día que a mi muerte os devolvería una España nueva, resurgida de sus cenizas y en la que todos pudiésemos vivir con dignidad y justicia. Morí con la certeza de haber cumplido con aquella promesa y las obras que dejé a mis espaldas testimonian de cuanta verdad es aquella de que mi gobierno fue mucho más social y progresista que el régimen de pobreza moral, deterioro material y retroceso social, que actualmente usurpa el poder y le roba a los españoles el destino que corresponde a su valía y sus méritos reales.
A través de esta breve exposición de algunos de los muchos logros de mi régimen, su comparación con lo que ha surgido después no deja lugar a dudas acerca de la superioridad de nuestra acción de gobierno ante la degradación casí universal de todo cuanto conseguimos un día.
Pensé que mi muerte no supondría la pérdida de todo lo que habíamos conseguido juntos. Pero eso no ha sido así. Los gobiernos de la democracia sólo han permitido acabar con aquella paz y prosperidad tan arduamente edificada y han dejado que el desgobierno, la ineptitud, la delincuencia, la inmigración masiva, la corrupción, se enseñoreen del país y se extiendan como una plaga.
Quiero creer, sin embargo, que estos difíciles momentos serán sólo un triste y doloroso intermedio ante de retornar a la senda de la grandeza y la justicia, el preludio de un nuevo renacer para España, pues no nos es dado a los que ponemos toda nuestra confianza en el Altísimo desesperar de esta nación llena de gloria, pero caída en la mediocridad y la decadencia por haberse apartado de los caminos de la Fe y la Patria, entregando el tesoro de las riquezas morales y espirituales españolas a ineptos y conspiradores guiados por bajos sentimientos y oscuros designios.
Mis últimas palabras será para pediros que depongaís toda actitud de resignación y renuncia, que no os entregéis al desánimo ni al derrotismo. Fuerzas ocultas aun sin todavía anidan en el corazón de los españoles decentes, energías durmientes que sólo esperan el día para salir al sol de un nuevo amanecer. Sois sin duda los más, a pesar de los esfuerzos de los que trabajan para envileceros y sumiros en la desperanza y en la noche de la esclavitud de un mundo sin Dios.
Quisimos una España fraternal, una España laboriosa y trabajadora. Una España sin cadenas, una nación sin marxismo ni comunismo destructores. Una España sin bandos políticos en constante guerra, sin preponderancias parlamentarias ni asambleas irresponsables. Quisimos una España grande, fuerte y unida, con autoridad, con dirección y con orden. Debeís quererlo ahora vosotros también, será el primer paso a dar si no queréis eternizaros en la derrotay en la inferioridad.
Trabajad con honradez y tesón, alejados de todo egoismo sectario e intrigas estériles para hacer un país próspero y devolver a España su lugar en el mundo. Bajo el mando que la Divina Providencia puso en mis manos un día, fuimos grandes y fuertes, confiados en la justicia de nuestra causa y entregados a la tarea inexcusable de la recuparación nacional, fuente de tantos desvelos en la adversidad como de alegrías en la victoria. La Patria brilló entonces con un fulgor que le había sido negado durante mucho tiempo. Lo que fue un día posible por el sacrificio de tantos españoles en el frente de batalla como en el frente del trabajo, unas nuevas generaciones están llamadas a reeditarlo, repitiendo aquellas hazañas y reconquistando lo pérdido. A esta llamada que surge desde las entrañas de la Patria, los españoles de bien dirán “¡Presentes!”
¡Españoles! En vuestra manos está el salir de la mala senda de la desunión y la confrontación entre compatriotas. Os pido una vez más que os unaís a mí como en tantas ocasiones anteriores para gritar juntos nuestro amor a España.
¡Viva España! ¡Arriba España!
Texto escrito por B.D.
fuente : http://www.alertadigital.com/2015/07/18/carta-de-franco-a-los-espanoles/

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