sábado, 2 de mayo de 2015

Depresión suicida del rey Juan Carlos: “Mándame una pistola”


Un ministro oyó denigrar a Sofía: «No puedo soportarla. La odio».

El libro sobre Corinna desvela el triste final de un monarca caprichoso, mujeriego y acusado de corrupción. Lo ha escrito Ana Romero y se titula Final de partida. Y su relato es escalofriante: “Mándame una pistola para que me suicide“, le dijo el rey a uno de sus amigos después de que el Gobierno, el jefe de la Casa y hasta el director del CNI le hubieran obligado a cancelar el viaje a Abu Dabi “no por consejo médico -como se dijo públicamente-, sino porque se comprendió que CSW [Corinna zu Sayn-Wittgenstein] podía ser un verdadero peligro para la seguridad nacional”. 
La petición de una pistola era claramente una exageración del monarca, que no podía ocultar su irritación. Por primera vez casi desde la muerte de Franco, no se hacía su voluntad. Según se comentó esos días en su entorno, “entre unos y otros” le estaban dejando “sin salida vital“. 

Según esta versión, el rey padece depresión desde que, en su ya dilatada vejez, se enamoró como un chiquillo de Corinna y ésta le dio calabazas por las circunstancias que han rodeado un reinado de casi 40 años que ha concluido con España arruinada: “Un descenso de la gloria al infierno adornado por factores internos y externos. Entre los primeros: la mala salud —nueve operaciones y dos luxaciones, una recurrente depresión, diferentes aficiones y el paso inexorable del tiempo sobre un hombre castigado por los excesos—, la corrupción dentro de la familia real —el caso Urdangarin o Nóos, que hizo preguntarse a los españoles si el propio rey no habría incurrido en una inadecuada actividad económica— y el escándalo de la irrupción pública de Corinna zu Sayn-Wittgenstein (a la que a partir de ahora identificaremos solo con sus iniciales: CSW), la última pareja estable y conocida de Juan Carlos I”, escribe Ana Romero.

Y eso mismo le ocurrió a ella: “Mientras CSW asistía a su padre, que se estaba muriendo de cáncer pancreático, el rey «se distraía» con esa otra mujer aduciendo que «CSW no le hacía suficiente caso». Las mismas fuentes señalan que, tras la muerte del padre y la ruptura con Juan Carlos ICSW sufrió una depresión de tres meses que la obligó a guardar cama porque «no podía mover la espalda». Esa “otra mujer”, la tercera después de Sofía y Corinna, y la quinta tras la actriz del “destape”, Bárbara Rey y la pintora Marta Gayá (las únicas de las que habla el libro) es “una mujer madura especializada en alcoholismo y drogadicciones que de vez en cuando acude a programas de televisión y que fue presentada al rey por la hija de uno de sus mejores amigos de Barcelona”.

La vida del rey Juan Carlos, que aún cobra del Estado como alto funcionario y segundo monarca, se ve agravada además de por estos vaivenes sentimentales sobre todo por los dolores que le provocan sus múltiples enfermedades: “A partir del 20 de agosto de 2013, cuando regresó de Sussex tras sus vacaciones con CSW, el rey empezó a quejarse de nuevos e intensos dolores en la cadera izquierda. El doctor Villamor le diagnosticó una infección en la prótesis que él le había colocado en noviembre del año interior. Según fuentes médicas, la infección pudo deberse a una muela que se trató ese verano en Vitoria”. Antes, en junio de 2011, el rey se había operado de la rodilla: “la recuperación se llevó a cabo enBarcelona porque allí la pareja (Juan Carlos y Corina) podía estar junta, más cómoda y más discretamente que en Madrid”.

Y tiene más padecimientos: “Desde que se habíaoperado de la hernia discal, sus piernas habían quedado en muy mal estado, muy débiles. Es cierto que, durante un tiempo, sus pies parecían moverse a un ritmo distinto al de las piernas, y él, obviamente, era consciente de ello”. Según Ana Romero, el rey Juan Carlos le tiene pánico a terminar sus días en una silla de ruedas como su hermana Mercedes. “Antes de viajar, el doctor Villamor ya había advertido al rey de que iba a tener que operarse, o bien de la cadera izquierda o bien de la espalda, que le estaba provocando los peores dolores y le estaba obligando a caminar cada vez más torcido. Entonces yo no sabía que este era el caso, pero tenía ojos en la cara y podía ver que el monarca estaba sufriendo”, cuenta Ana Romero.

Juan Carlos jamás le agradeció a Ana Romero que no escribiera nunca sobre “su caída en la ducha del hotel, ni sobre sus dificultades para leer debido al aire acondicionado, ni sobre las inyecciones con corticoides que el médico de la CasaMiguel Tapia, se encargaba de administrarle vía intramuscular para calmar sus dolores de espalda. O de lo que le costó depositar una corona de flores en la tumba de Gandhi. O del inmenso orgullo que se reflejaba en la cara de Margallo porque, como comentó luego a los diplomáticos, el rey se negaba a apoyarse en nadie «que no fuera yo». La operación de la cadera derecha a la que tuvo que someterse en noviembre se complicó precisamente por esa nueva caída en Delhi. No se la fracturó como la de Botsuana, pero la colocó en situación de prevalencia sobre la espalda”.

Es así que en la primavera de 2012, cuando el jefe de la Casa RealRafael Spottorno contrató al periodista del BBVA Javier Ayuso, hoy alto cargo de “El País”, “algo olía seriamente a podrido en Zarzuela. Decepciones, ambiciones y traiciones habían destruido la narrativa pública de la familia real, cuya savia ancestral se alimenta de una tranquila sucesión de hechos cotidianos: natalicios, bodas, cumpleaños y demás celebraciones familiares imposibles de volver a reproducir en España dado el deterioro de la relación entre don Juan Carlos y doña Sofía. Con gran incomodidad, un ministro tuvo que oír de labios del rey: «No puedo soportarla. La odio».

Espía en el Congreso


http://www.ecorepublicano.es/2015/04/depresion-suicida-del-rey-juan-carlos.html

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