viernes, 5 de septiembre de 2014

Recorriendo San Gregorio: Tiempos del Cascajo. 1ª parte: POR PELAYO SUÁREZ

En el amplio mosaico de lugares y barrio de Telde, cada uno de ellos, ahí  han quedado transformados por el paso del tiempo, siendo éste el que ha hecho que los mismos hayan pasado por una metamorfosis propiciada generalmente por la inercia de cambios, avances y progreso de nuestra sociedad. Pero todo lo que de positivo tiene esta mutación, no puede obviar que sus orígenes hayan sido la catapulta en  que gravitara para llegar a ser lo que  hoy es.

Atrás ha quedado un tiempo que si no lo afloramos con mayor o menor juicio a la luz de nuestros día, se va borrando y difuminando en la nube del olvido, y sabemos y estamos convencidos, que desde cualquier parámetro de nuestras vivencias, en cualquier época de nuestra vida, éstas marcan un pasado que, aunque sin deseo de retorno, no es conveniente enterrar porque con él se va parte de nuestra esencia como ser, y no emprendamos una huida hacia adelante.

Quizás hoy si le preguntásemos a las nuevas generaciones y foráneos residentes en nuestro municipio, donde queda el Cascajo, posiblemente no sabrán responder con acierto, y es que éste entrañable lugar de San Gregorio, ha quedado borrado  por la contraposición  y transformación que ha marcado el diseño y avance necesario en la dinámica de nuestro tiempo.

Los que vivimos toda nuestra época dorada de la juventud en esta zona, no podemos olvidar las intensa vivencias de que fuimos testigos y que fuimos trazando a lo largo de esos años y que de seguro aflorarán espontáneamente en estas remembranzas  con la emoción propia  del agradecimiento a la vida misma.

Hoy paseando por sus calles, se observa como todo se ha transformado, tanto el paisaje urbano como el humano. A mi memoria viene nombres, establecimientos, y  pasajes, que han quedado prendidos  en nuestro ser como reflejos de un tiempo pretérito

Pero por ello queremos   rescatar del olvido como era antaño este lugar que lo formaban un conjunto de calles, muchas de ellas hoy difíciles de identificar como entonces,  porque a la mayoría se la han cambiado de nominación. Sólo conserva su nombre original aquellas calles que  recuerdan a los países  de Latinoamérica, como son Costa Rica, Perú, Ecuador, República Dominicana y El Salvador y un poco más arriba Brasil así como  al descubridor de la Penicilina Sir Alexander Fleming o Reyes Católicos.

El Cascajo tenía sus límites bien definidos en la mente de todos: lindaba por la parte naciente,  con el famoso pilar de Santo Domingo,  que estaba junto a la escuela del maestro de varias generaciones  D. Nicolás Espino, por el poniente con el pozo y Punto Fielato, al sur con la calle alférez José Ascanio y Ruiz Muñiz, y  al norte con la finca y estanque de D, José Bibiano, que hoy limitaría con la circunvalación en la calle Alejandro Castro.

Hasta bien entrados los años 50 del siglo pasado, gran parte de esta zona respondía a su nombre original, ya que estaba sin edificar parte del mismo era un pequeño mar de lava volcánica  donde tejíamos nuestro mundo fantástico de los juegos infantiles y juveniles. Entre ellos  jugando a la guerra a semejanza de como acabábamos de ver en la película dominical de las tres en el cercano cine Atlántico,  cuya megafonía con canciones de la época, como Jorge Sepúlveda con “no te puedo querer” o “más amor amor, amor”  y hasta “Luna de Octubre” de Pedro Infantes,  entre otras  que han quedado grabadas en nuestra memoria. Invadía todo este  amplio espacio del Cascajo, en los preludios y descansos  de las películas  que proyectaban  en dos sesiones diarias , una a las 19,30 de la tarde y la otra a  las diez de la noche  así como  el estridente timbre de aviso de entrada a comienzo o en el descanso de la película,  con lo que se apagaba  la música, y el Cascajo se quedaba dormido.

El vecindario que lo formaba todo este espacio, constituía un inmenso patio de relaciones de encuentros y desencuentros propio de las relaciones humanas.

En este inmenso patio que era el Cascajo, se accedía a cualquier vivienda con sólo quitar al aldaba que mantenía entornada la puerta del zaguán de cada una de ellas, sin  pedir permiso  para entrar , sino sólo el saludo de buena voluntad.

En su entorno se desarrollaba todo un trasiego económico-social realmente dinámico. Ya desde antes del amanecer de cada día , cuando en el pilar  para coger agua, existente en la confluencia de las calles Costa Rica con la calle Ecuador formaban una larga fila de baldes y bernegales  que colocaban en las madrugadas para coger la vez, cuando llegaba el agua casi al filo de la salida del sol. Aquí con sólo colocar el recipiente, se respetaba el orden de colocación, aunque también a veces el ofuscamiento  daba lugar a alguna que otra riña.

Y ya comenzaba un nuevo día. Se abrían las numerosas tiendas que en todo este entorno habían, desde la que conocíamos por Lolita   Molina , en la calle Alexánder Fléming, o la popular de Antoñito, en la esquina de esta misma calle,  pasando por la de Lolita Alejandro, en la calle Costa Rica, o en la calle Ecuador de la familia Rodríguez Moreno, hasta las situadas en la larga calle llamada entonces Miguel Primo de Ribera, como las de Miguelito León , Miguelito Cabrera o la de Rupertito. Justo a esta tienda había un escuela de una conocida maestra, llamada Encarnacionita,  que estuvo impartiendo clases durante muchos años  a la que asistía no sólo los niños y niñas del cascajo sino de otros lugares de Los Llanos, dada su reconocida fama de maestra. Su labor educacional aún hoy es recordada con admiración.

A las primeras horas del día,  Susanita la panadera nos visitaba de puerta en puerta, para dejarnos el pan, y ya durante la mañana no cesaba de visitar cada vivienda las sucesivas vendedoras, entre la que era más conocida  Eusebita  que vivía en  la cuesta del Ejido cuya especialidad era la venta de toda clases de hierbas y sus famosos rábanos tiernos, y con cuyo sacrificio de trabajo, su hija pudo obtener una licenciatura en la Universidad de Sevilla.

También,  para alimento de las cabras que  casi todas las familias  tenían,  el carro de la alfalfa pasaba puntualmente a la misma hora de la mañana de un señor que tenía plantaciones de estas leguminosas en el barrio del Calero los vendían en manojos de a cinco pesetas, o los vistosos carros adornados llenos de todo tipo de artículos desde loza hasta ropa,  pasando  por cuadros de santos  o artistas de la  época, espejos y toda clases de bisutería. Eran muy conocidos en estos menesteres, Juanito Leme conocido folclorista de entonces, y Francisco el malagueño, que recaló un día aquí y  vivía, sólo, en una habitación alquilada en la entonces calle de Juan de Austria de apenas unos m2., donde realizaba todos sus menesteres domésticos, hasta que se casó con una vecina de la Isleta y continuaron por un tiempo  residiendo  aquí. No podía faltar el cobrador de la Finisterre y de Santa Lucía, para  pagar la funeraria.. Por las tardes Periquito el del quinto, con una vaca iban vendiendo por las puertas medidas de leche. Pero tampoco faltaba el macho cabrío famoso de Dominguito Rodríguez, “El Roío”  para “arreglar” las cabras que en las azoteas tenían la mayoría de los vecinos. Por su característico olor que este semental dejaba a su paso desparramado por todo el Cascajo sabíamos de su aproximación. Cuando la cabra quedaba “arreglada” se le pagaba  “un duro” igual a cinco pesetas, por el servicio.

Las azoteas eran  verdaderas praderas donde proliferaban los gallineros, las conejeras, las pajareras, los palomares y los pequeños corrales cada uno con unas cabras de donde se obtenía  temporalmente la  leche. Y también encuentros, entre unas y otras azoteas separadas únicamente  por unos pequeños pretiles fácilmente  franqueables,  de las respectivas vecinas. Para nosotros los niños y jóvenes era el encuentro con las diferentes especies de animales, y atalaya de visiones comprometidas.

Pero era ésta  zona, como ya hemos dicho, de mucho dinamismo, con desarrollo de variadas actividades, siendo una de ellas  las ambalderías de Germán, o la de Fernandito Ríos, que tenía un vistoso caballo blanco admiración de propios y extraños y en donde Pacuco Rivero era tan aficionado a montar así como  a hacerle la uptosía a los lagartos y pájaros que cazaba junto al estanque ya derruido. En estas  domésticas industrias se formaba todo un trasiego de animales, como los burros, mulos  o caballos, donde el ambaldero con cinta  métrica en ristre tomaba  las medidas adecuadas para hacerle la correspondiente ambalda a cada  animal. Era un proceso de elaboración artesanal muy interesante. Esta profesión desgraciadamente ha desaparecido casi por completo.

Latonerías como la de Procuro Santana “Procurito”,  en la calle Juan de Austria o la de Juan A. Santana “El mío” situada, más abajo, en la calle antes nombrada de Miguel Primo de Ribera. Estas latonerías entonces tenían mucha actividad, ya que los calderos, cucharones, cazos, y  lecheras, palas de gofio, regaderas  y jarros, para  beber agua toda la familia al pié de la pila de destilar, se soldaban y remendaban  con unos remaches que hacía prolongar la vida de estos utensilios tanto como fuera las necesidades de sus propietarios. También animaba haciendo sonar su característico pitar  “el afilador” de tijeras y cuchillos, o Francisquito el del Valle, experto en arreglar cocinillas y quemadores o quinqueles.  
Continuará


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