… algún día, algunos seguirán mis huellas
tabaibaleras. ¡Ya lo verán! Hoy, un adelanto de lo que en su día dirán
(mientras -cobardes- andan callados, enmudecidos, sin decir ni mú): el stock de
tabaibas, que campean a sus anchas por todas las islas, cubriendo toda la
superficie archipielágica, invadiendo terrenos sin freno, es algo que tiene ya
una implicación en la población con balance negativo. Ya debiera pronunciarse
al respecto la revista Nature
Communications, con sendos artículos de investigadores de nuestras dos
universidades, si dejaran de andar de Carnaval y atacando a la Iglesia y lavando el
cerebro a los “universitarios”.
Hasta hace unos años, el número de tabaibas ya se contaban por millones de ejemplares; al presente, hacerlo en billones, es reducir su número de forma fraudulenta, dado que se nos escapan las posibilidades de enumerarlas o contarlas, dado que es tarea absurda por imposible. Ellas (las tabaibas), van a impedir que se produzca y pervivan otras especies, dado que invasoras, no van a dejar un palmo de tierra si su maléfica presencia. Esta masiva, total y exclusiva proliferación de tabaibas, sin que de ellas ninguna comercialización se siga -salvo las multas que el cabildo pone a costa de ellas (¡de muy alta rentabilidad!)-, y siendo la única plantación, que no necesita reforestación, y que de ella no se sigue alimentación alguna, sino que envenena la tierra que coloniza, veneno que alcanza a la población ya sea autóctona o foránea, con mayor influencia en los residentes.
Hasta hace unos años, el número de tabaibas ya se contaban por millones de ejemplares; al presente, hacerlo en billones, es reducir su número de forma fraudulenta, dado que se nos escapan las posibilidades de enumerarlas o contarlas, dado que es tarea absurda por imposible. Ellas (las tabaibas), van a impedir que se produzca y pervivan otras especies, dado que invasoras, no van a dejar un palmo de tierra si su maléfica presencia. Esta masiva, total y exclusiva proliferación de tabaibas, sin que de ellas ninguna comercialización se siga -salvo las multas que el cabildo pone a costa de ellas (¡de muy alta rentabilidad!)-, y siendo la única plantación, que no necesita reforestación, y que de ella no se sigue alimentación alguna, sino que envenena la tierra que coloniza, veneno que alcanza a la población ya sea autóctona o foránea, con mayor influencia en los residentes.
El Padre Báez.
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