domingo, 22 de diciembre de 2013

Primer ‘registro cerebral’ en España: llega la policía de la mente







Cuando la policía quiere encontrar pruebas de un delito suele pedir autorización al juez para hacer un registro. Ahora imagina que en lugar de registrar una casa, o las oficinas de un partido político, los agentes irrumpen en el cerebro del sospechoso y extraen la información que necesitan. Parece sacado de la famosa película Minority Report, ¿verdad? Pues acaba de suceder en Zaragoza.
El pasado miércoles 18 de diciembre Antonio Losilla fue el primer español sometido a una prueba de 'registro cerebral' ordenada por un juez. Losilla lleva un año en prisión y es sospechoso de haber asesinado a su mujer. El juez sospecha de él porque su esposa, Pilar Cebrián, de 51 años, desapareció en abril de 2012 en la localidad zaragozana de Ricla y Losilla no lo denunció hasta que hubo pasado un mes. Además, aparecieron los restos de sangre en el garaje del domicilio. Por lo demás, no ha aparecido el cuerpo y no se tienen más elementos para saber si la mujer ha muerto.
Como la investigación no avanzaba, la posibilidad de utilizar la neurociencia apareció encima de la mesa casi por casualidad. Lo explica muy bien Patricia Peiró en El País: un neurofisiólogo jubilado, el doctor José Ramón Valdizán, se cruzó en un pasillo del hospital Miguel Servet con la psicóloga forense del caso y les habló de la técnica. Unos meses después, la policía le llamó e hicieron una prueba ante el juez. ¿En qué consiste este test?
El sistema que ha puesto en práctica el doctor Valdizán se inspira en la lectura del encefalograma que se utiliza para muchos modelos de interfaz cerebro-computador, de los que ya hemos hablado en Neurolab. Cuando se mide la actividad eléctrica de una persona existen una serie de señales - denominadas potenciales evocados - que aparecen en determinadas circunstancias. Una de las más utilizadas y conocidas es la señal llamada P300 (bautizada así porque tarda unos 300 milisegundos en aparecer). Este potencial se considera una señal de reconocimiento, una manifestación de que nuestro cerebro ha reconocido algo de manera automática y, por tanto, difícilmente manipulable.
Este tipo de señales se utilizan mayoritariamente en el diseño de dispositivos que faciliten la vida a personas con problemas de movilidad. Poniendo un ejemplo tosco, si una persona completamente inmóvil quiere hablar, un ordenador pasa delante de sus ojos una serie de símbolos o letras y la señal P300 se activa cuando pasa la letra que quiere utilizar. Es un sistema lento, pero efectivo. Y también se puede utilizar en criminología. En EEUU el pionero es el científicoLawrence Farwell, que ha colaborado con el FBI en asuntos de terrorismo y ha utilizado la denominada “Huella dactilar cerebral” (Brain fingerprinting) en varios casos como el que nos ocupa.
¿Qué pasa cuando se registra la actividad cerebral de un sospechoso y se le pone delante una imagen o escenario que solo puede conocer el autor del crimen? Pues en teoría la P300 le delata. En una prueba preliminar, el doctor Valdizán colocó el sistema a dos agentes de la policía, uno que conocía los detalles del crimen de Ricla y otro que no. Cuando se les expuso a detalles del caso, solo en el caso del primer policía se detectó la señal.
El pasado miércoles, y pese a que se negó, el juez obligó a Antonio Losilla a someterse durante dos horas a la prueba, a pesar de que su abogado aseguró que se trataba de una vulneración del derecho más elemental de todo acusado que es no declarar contra uno mismo. La prueba consistió en ponerle ante una serie de preguntas que solo el autor del crimen debe conocer y observar su actividad cerebral. Aún no se conoce el resultado, pero el juez esperaba obtener alguna pista que condujera al paradero de la mujer desaparecida y a esclarecer lo que sucedió. Y asegura que no se utilizará como prueba, sino como "un instrumento de investigación para buscar datos conocidos por el sospechoso".
Desde el punto de vista técnico, los expertos consultados por Neurolab tienen serias dudas sobre la precisión del método del doctor Valdizán y el margen de error de la prueba. Para calibrar la señal cerebral de un sujeto se necesitan largas series de tests - no relacionados con lo que se investiga - antes de poder proceder al registro preciso de la señal. La posibilidad de alterar el resultado, además, es clara. El sujeto puede introducir "artefactos" (ruido o señales falsas) con procedimientos sencillos, como parpadear, mover un pie o cambiar sus tareas mentales. Y por último, si tiene los suficientes conocimientos o alguien le asesora, se puede cambiar la aparición de P300 con relativa facilidad: esta señal aparece en el momento en que uno reconoce lo que busca, de modo que basta reprogramar la tarea mental, pensar de determinada forma en las imágenes que le ponen, para dar una lectura falsa en el registro. (Ver PDF)
Por otro lado, si uno piensa que la actividad cerebral es el testigo fiel de lo que ha hecho una persona, debería repasar la casuística de personas que confesaron haber cometido un delito y fueron condenadas por ello, cuando en realidad no habían tenido nada que ver. El cerebro, como explicamos hace unas semanaspuede autoconvencerse de que el sujeto es culpable y dar una lectura falsa en el encefalograma.
Por si todo esto no fuera suficiente para poner en duda esta nueva modalidad de "Neurojusticia", queda la parte referente a los derechos de la persona y la dignidad humana. Es probable que el abogado de Losilla recurra a instancias superiores por el uso de esta técnica que deja indefenso al acusado. Si es culpable, la justicia debería buscar pruebas palpables y no entrar en la mente de la persona, entre otras cosas porque, como hemos visto decenas de veces, no es un registro fiable. Y este sistema detecta si una persona conoce determinado hecho o información, lo que no implica que haya cometido necesariamente un crimen.
Por otro lado, sea inocente o culpable, toda persona tiene derecho a no declarar en un juicio, es muy posible que esta técnica lo vulnere. En EEUU, el uso de este sistema ha servido justo para lo contrario, para demostrar que alguien era inocente, pero el acusado se sometió a la prueba voluntariamente. El espacio mental de un individuo, es el último reducto de su libertad, no es un lugar donde puedan entrar los SWAT ni ningún juez a conocer la última verdad. Si se abre esa puerta para determinados casos, se terminará abriendo para otras muchas cosas y empezaremos a poner en peligro derechos tan elementales como la libertad de pensamiento. Si no teníamos suficiente con que nuestros gobiernos nos leyeran el email, solo falta darles la posibilidad de que nos lean el cerebro. Si damos licencia a la policía de la mente, lo que nos espera al otro lado quizá no tenga vuelta atrás y se parezca a distopías que ya se han escrito.

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