sábado, 13 de abril de 2013

Quiero vivir en un Estado que sea mejor que yo


He pasado las vacaciones de Semana Santa esquiando en Sierra Nevada. Le cuento esto, porque allí me ocurrió algo digno de mención. Bajábamos haciendo giros cortos y rítmicos por la pista llamada Fuente del Tesoro (es de las negras y por tanto con una pendiente de vértigo) cuando mi hijo pequeño, sólo 7 años, paró porque le quemaban los muslos del esfuerzo. Estábamos solos, en mitad de una atosigante y densa niebla, tanto que el relieve de la nieve era imperceptible al ojo humano. Cuando me puse a su lado, mi hijo me llamó la atención sobre un objeto negro que entre tanto blanco gritaba ¡¡Aquí estoy!! “¿Me lo puedo quedar?”, me preguntó ansioso, antes de que yo supiera qué era y me diese tiempo si quiera a cogerlo. Estaba dado la vuelta, pero la manzana plateada lo hacía inconfundible. ¡¡Un Iphone 4S!!
No era el momento para razonar con él ni explicarle nada, así que le mandé seguir bajando. Me guardé el móvil en el bolsillo. Le parecerá raro, pero no dediqué un segundo a pensar qué iba a hacer con ese pequeño tesoro. Mis prioridades eran otras. Cerraba el grupo y desde detrás debía vigilar a los niños, seguir el ritmo de mi pareja (si yo esquío, ella acaricia la nieve) para no perderla entre la bruma. Y le pregunto a usted, en confianza, ¿qué habría hecho?, ¿se lo habría quedado?, ¿lo habría devuelto? Dese unos segundos para pensarlo antes de seguir leyendo.
Una decisión difícil
Dio la casualidad de que un par de horas después bajando El Águila hicimos otra parada y en ese momento sonó el móvil. No me importa reconocerle que en mitad de la Semana Santa tuve un pensamiento impuro. Fue fugaz, pero por un momento tomó cuerpo en mi mente. Justo entre el primer y el tercer tono. Al cuarto descolgué. Una voz desesperada explicaba que ese teléfono le pertenecía y preguntaba nervioso pero educadamente quién era yo y si le iba a devolver el móvil.
Si usted perdiera el móvil, ¿cómo se sentiría? A mí todavía no me ha pasado. Pero ocurrirá. Una amiga me contó que ella le sucedió y que a los latigazos mentales autoinfligidos por el estúpido descuido y falta de cuidado, se unió la angustia, la frustración, la ira y la rabia y entre tanto sentimiento negativo y de pesar su única esperanza se centró en que un alma caritativa lo encontrase y tuviese a bien devolverlo. Llamó a su número y lo cogieron. Su alegría se convirtió en estupefacción y cabreo supino cuando le pidieron 300 euros si quería rescatar el móvil.
Cuestión de empatía
Volviendo a mi historia, cité a mi interlocutor en un bar a pie de pistas. Mientras esperamos picábamos unas puntillitas y bebíamos algo. A pesar de la cantidad de gente que se arremolinaba en la calle, pude descubrir a través del cristal del bar quién había perdido el móvil. Su cara era un poema. Delante de mi hijo le devolví el teléfono. Aproveché para explicarle que nunca debe hacer nada que no quiera que le hagan a él. Que hay que aprender a situarse en el lugar de los demás antes de tomar decisiones. Y mientras yo trataba de ilustrarle en el camino correcto, el renacuajo me interrumpió: “Papá, eso se llama empatía”.
Y si le cuento esto es porque ante determinadas noticias del terreno periodístico en el que me muevo percibo una tendencia generalizada a la venganza. Tan comprensible como haberse planteado quedarse el móvil. Yo mismo estoy a favor de la “Doctrina Parot”. Me da lo mismo que los etarras se pasen la vida en la cárcel y que mueran allí. En mi corazón no hay una gota de compasión para ninguno de ellos, por eso como decía Rafael Latorre, compañero periodista, quiero que el Estado en el que vivo sea mejor que yo y que vea ciudadanos donde yo solo contemplo escoria. Reconozco que si hubiera servido para encontrar el cuerpo de Marta del Castillo, habría mirado para otro lado si Carcaño hubiese denunciado que le habían dado unos cuantos puñetazos en la cara. Por eso quiero vivir en un Estado mejor que yo. Admito que deseo que José Bretón sea condenado, por encima de las, a mi modo de ver, graves irregularidades del juez instructor y ahora de la fiscal encargada del caso (ya le contaré próximamente). Por eso quiero vivir en un Estado que sea mejor que yo.
Y quiero que me devuelvan el móvil si alguna vez lo pierdo.

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