Toda persona que se precie no deja de llevar su cubo de roscas a la sala de cine... y es que
no llevar roscas es como no llevar las gafas para ver de lejos. Sin unas y sin las otras no
disfrutaremos al cien por cien de lo que significa gozar con alegría de una buena película.
En mi juventud, las roscas se llevaban de casa o se compraban en el carrillo de las
golosinas que, estratégicamente, se colocaba a la entrada de las salas de cine.
Sin embargo en esta época de consumismo y gasto, nos obligan a comprarlas en la tienda
de chuches que, con mucha mala intención colocan delante de las salas de exposición.
De este modo todo queda en casa, en la casa y en la caja del propietario del cine o los cines
pues como sabemos en el mismo lugar existen más de una sala de proyección. Ahí nos
venden desde las chocolatinas, pasando por el agua y todo lo que ellos se propongan, el
caso es que lo que usted lleve de su casa según las normas impuestas: mancha, ensucia y es
peligroso por lo que se prohíbe y punto.
Con estas restricciones que nos han impuesto y el precio de la entrada, procure que no pase
por su cabeza la idea de invitar al cine a su novia, la madre de esta y alguna hermana ya
que su buena acción puede salirle por un ojo de la cara.
Cuando eramos pequeños y nuestras madres tostaban el millo, montábamos guardia
esperando el momento en que de aquel millo brotaran unas humeantes y deliciosas rosetas
blancas que devorábamos como si no hubiera un mañana.
Pero si hablamos de roscas y cotufas, que al cabo viene a ser lo mismo, sepamos un
poquito más de estas delicatessen. El millo que hoy se emplea para elaborarlas nada tiene
que ver con el de nuestra niñez.
El que usamos hoy es una variedad americana cuyo grano posee una corteza muy dura, la
cascara no es porosa, tiene un cierto nivel de humedad en su interior y la capacidad
explosiva de la cubierta que estalla al recibir el calor.
También se le conoce como millo o maíz palomero.
Disfrute de sus roscas o cotufas pero con cuidado de no atragantarse.
Mary Almenara.
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