Al nacer nos encontramos rodeados de un grupo de personas que pasaran a formar
parte de nuestras vidas. Con el paso de los años ésta se va ampliando con la
llegada de otros miembros; primos, primos segundo y, como no, los hijos de éstos
a los que apenas llegamos a conocer.
Mientras los principales pilares permanezcan en pie, entiéndase madre y padre,
nos visitamos con más o menos frecuencia, a la vez que nos relacionamos con los
primos que aún viven bajo el mismo techo que sus progenitores.
Cuando los progenitores toman el camino hacia el más allá, las relaciones entre
primas y primos va desapareciendo, que no rompiéndose.
De ahí en adelante solo nos vemos en los duelos, pues las invitaciones de boda ya
no llegan a nosotros, entre otras cosas porque no nos recuerdan.
Pero, llegado el momento de la partida de cada uno, volvemos a reencontrarnos
después de dios sabe cuanto tiempo y, suerte tenemos si nos encontramos con los
primos hermanos, pues de lo contrario al llegar al tanatorio nos vemos haciendo un
viacrucis buscando a los doloridos.
Y es que la vida, del mismo modo que nos une nos aleja de esas personas que
formaron parte de aquella familia con la que nos encontramos cuando llegamos a
este mundo.
Mary Almenara.
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