Su madre lo parió un día de cualquier mes en un lugar al sur de nuestra isla. De pequeño vio a su padre trabajar desde la salida del sol hasta que este se perdía allá en el lejano horizonte.
Creció entre el olor de los tomateros y el calor de las vacas, se alimentaba de la leche de las cabras Rucias que su madre cuidaba. Pero, él siempre tuvo muy claro que no seguiría el camino de sus progenitores, así que estudió con ahínco para llegar a ser algo en la vida. Sin embargo, pudo más la codicia del dinero y abandonó todo para irse a trabajar en la construcción.
Sus amigos lo animaban con la golosina del dinero “trabajas menos y ganas más” le decían y, para el sur que se fue, donde en ese momento reinaba el boom de la construcción. Obtuvo trabajo tan pronto como le habían dicho, ganaba dinero y el viernes ya terminaba su faena.
Lo vio todo tan fácil, tan sencillo que en su cabeza comenzó a fraguarse la idea de crear su propia empresa. No espero mucho y, a los dos años ya era jefe de una cuadrilla de hombres que estaban bajo sus órdenes. El trabajo aparecía como por arte de magia y el ganar dinero se convirtió en su única meta.
Ganar, gastar y vivir, este era su lema. Tanto lo cegó el dinero que su primera adquisición fue un coche de alta gama. Pero, todo en la vida tiene un fin y lo que nunca había pensado llegó cuando menos lo esperaba. Los contratos no se conseguían como antes, apenas tenía para pagar a los obreros a los que, poco a poco, fue despidiendo; las deudas lo ahogaban y se vio obligado a dejarlo todo; coches, viajes, lujo.
Hoy trabaja como asalariado y sin contrato fijo, sin tener una casa propia, él que tantos castillos levantó en su alocada cabeza.
María Sánchez
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