Como cada tarde prepara un té, coloca flores frescas en el jarrón y prepara varios folios y sobres siempre de color rosa. Se asegura que a su pluma favorita no le falte tinta y toma asiento tras la ventana por donde entra a raudales los rayos del sol que caen perpendiculares sobre la mesa de madera blanca.
Coge un folio y comienza a escribir “Mi querido amor, hoy vuelvo a escribirte con la esperanza de que esta mi carta tu recibas y al fin te decidas a contestarme”
Así comienza cada día una nueva misiva que colma de palabras dulces, esperanzadoras, llenas de pasión desbordada como si él pudiera leerlas. Toma en sus manos el libro de poemas que un día alguien le regaló pero que ella, en su delirio idílico, piensa que es un regalo de su amor.
Lo abre por la misma página, ya arrugada y manchada de pequeñas gotas de té, mientras cierra los ojos y presiente que unos brazos fuertes y vigorosos la rodean por la espalda.
Permanece quieta, serena sin mover un solo músculo hasta que el canto de los pájaros la sacan del aturdimiento donde la llevó su fantasía y, como cada día, dobla con absoluta mesura el folio para introducirlo en el sobre que sella con un beso de sus labios recién pintados.
Sale a la calle y lo deposita en el buzón con manos temblorosas por la emoción y la esperanza de recibir repuesta de su amor imaginario.
María Sánchez.
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