Marisol Ayala
Hace unos días conocí en Fuerteventura a una mujer de 52 años. Estaba como yo en una reunión/debate organizada por mujeres de todas las edades que contaban como habían verbalizado en casa, ante su marido, madre, hermana, etc, que estaban luchando contra un cáncer.
Los testimonios que escuché fueron tan sorprendentes como desgarradores. La franja de edad de las mujeres estaba entre los 45/55 años. Cuando acudes a esos debates entras pensando que nada te va a sorprender. El mismo dolor, la misma enfermedad, el mismo miedo y el mismo deseo de que todo termine. Muchas contaron su experiencia y muchas pidieron a los asistentes que no usarán el móvil. “Por favor, no saquen fotos”. Habría unas 45 mujeres. Discursos repetitivos bañados en lágrimas.
La dinámica del acto era levantar la mano y esperar turno para intervenir. Entre los asistentes estaban representadas mujeres labradoras, educadoras, amas de casa o trabajadoras del turismo. Las intervenciones eran largas y rebuscadas, atropelladas. De pronto a una mujer rubia de ojos verdes le toca intervenir. Tiene un monedero entre sus manos y me temo que acabará perjudicado por el nerviosismo. Está nerviosa y comienza reconociendo que lo está.
“¿Ven este cuerpo? Pues ha vencido dos cánceres, de mama y de huesos. No dije nada en casa, salvo a mi marido, que estuvo de guardia, a mi lado, desde que me los detectaron. Le hice prometer que ni mi madre, cerca de los 80 años, ni los niños, todos por encima de los15 años, podían saber nada. Cumplió él y cumplí yo. Los viajes y los ingresos en Gran Canaria, lejos de casa, vinieron bien para esconder mi realidad pero todo se destapó cuando los oncólogos ordenaron un estudio genético a mis hijas. “Me quise morir”. Cuando se envalentó y se puso frente a su a madre a contar su secreto no la dejó hablar, “Mi hija, lo sé todo. Anda, acuéstate aquí conmigo”.
fuente: https://marisolayalablog.wordpress.com/
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