domingo, 10 de enero de 2021

La niña no defraudó

                                                 

Marisol Ayala.

El año que terminó le dio el golpe más duro de su vida. Su único hijo, alrededor de 40 años, amante del deporte, sufrió un accidente que le costó la vida. La mujer, viuda, estaba desolada y sus hijas hacían lo imposible para que quisiera vivir. 

No era fácil. Aquel día cerró por dentro la puerta de su vida. Se limitó a respirar cuando el cuerpo lo demandaba. Las mujeres de la casa, sus hijas, se han volcado en cuidados; en llamadas, en visitas a una madre que tenía el corazón hecho jirones; conversaciones deshilvanadas, inconexas. En casa había una preocupación lógica, esperaban un milagro que la ayudara a vivir.

La abuela lo es de dos nietas que ha criado pero ya no precisan tantos cuidados, se hacen mayores; no hay que estar pendiente de ellas, lo que no quiere decir que cuando llegan a casa haya fiesta, su reinado no corre peligro. Ni hablar. Pero faltaba un revulsivo en la vida de la mujer. Como ya hemos dicho aquí y fuera de aquí la vida escribe renglones torcidos aunque a veces le salen perfectos.

El accidente que le costó la vida a su hijo coincidió con una pirueta del destino. Una de las hijas que tanto había batallado para ser madre escribió correctamente la dirección de la cigüeña. Buscó un campanario cercano y entre las mantas dejó una carta a la niña que le ha devuelto a la abuela la alegría de vivir. Cuenta la familia que la espera con una sonrisa de oreja a oreja.

La guinda del pastel es que esa nietita es muy zalamera. No hay más que ver imágenes de sus gracias para entender cómo se ha hecho un hueco especial alrededor de abuela a la que le ha robado el corazón. Tiene cara risueña. Verla luciendo una diadema rosada con lazo de igual color y ojos risueños lo explica todo. La tiene en el bote.

fuente:  https://marisolayalablog.wordpress.com/

 

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