Marisol Ayala.
Me ocurrió hace dos semanas. Buscaba un lugar donde comer algo y chequear las noticias. Hacía frío, así que sin mucho miramiento entré en un restaurante y me senté en una mesa apartada.
Había pocos comensales. Una hora y pico estuve a lo mío. Cuando acabé pedí la cuenta y en vista de que tardaban me acerqué a la caja y la reclamé. “¿Todo bien?” preguntó el camarero. Esperé unos minutos cuando para mí sorpresa el empleado me indicó que alguien había abonado la cuenta dejando una escueta nota que pidió me la entregara cuando me fuera. La leí sorprendida, no son gestos frecuentes. Supe entonces que se trataba de un matrimonio de edad avanzada. “La leemos desde hace muchos años”, escribieron en la página de un pequeño bloc cuadriculado. “Déjenos invitarla, no quisimos molestarla”. No supe quiénes eran, se habían marchado. Insistí al empleado por si habían dejado un número de teléfono. Nada. Me habría encantado darles las gracias pero no pudo ser. Tengo la esperanza de que en otra visita al local alguien le hable de mi interés en conocerlos.
Me apetecía compartir con ustedes uno de tantos episodios que encierran la extraña relación con los lectores. En tantos años de profesión tengo muchas curiosidades en ese sentido. Hace unos años que estoy experimentando personalmente la fuerza de la radio como medio de comunicación. Colaboro con el medio radiofónico de mayor audiencia del País, la Ser. Acostumbrada a la prensa escrita donde las relaciones con los lectores es más lejana y fría me sorprende de qué manera las voces se cuelan en los oyentes y buscan acomodo sabe Dios donde. Con frecuencia cuando llamo un taxi le pregunto por el tiempo, el tráfico, en fin, preguntas sin mayor importancia. Pocas palabras. Sorprenden que tarden apenas nada en ponerle cara a mi voz.
Les aseguro que no siendo una habitual de la radio no deja de sorprenderme.
fuente: https://marisolayalablog.wordpress.com/
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