Escribe
el viajero portugués Gaspar Frutuoso, al referirse a Santa Cruz de La
Palma, en la visión de un hombre del siglo XVI, que “había mucho que
admirar, antes, en las casas llenas de cajas y cofres guarnecidos de
cuero, ricos escritorios y todo lleno de vestidos de seda y brocado, oro
y plata, dinero y joyas, vajillas, tapicerías adornadas con historias y
alacenas llenas de lanzas y alabardas, adargas y rodelas, armas y
jaeces riquísimos de silla con arzones y cubiertas de brocado con mucha
pedrería, sillas de brazos de mucho precio, arneses, cotas de malla con
otras ricas armaduras,
La mar
siempre fue el camino que condujo a La Palma y también la referencia de
su florecimiento. La producción de los ingenios azucareros que iniciara
Juan Fernández de Lugo Señorino en 1502 tenían como principal objetivo
satisfacer la demanda de Francia, Inglaterra y los Países Bajos. Y la
producción de vinos, entre ellos los célebres malvasías, viajaron por
mar hasta las más exquisitas mesas, todo lo cual se corresponde con el
boato de sus habitantes, con el lujo de sus templos y edificaciones y
con el comportamiento histórico en plena consonancia con los gustos y
las modas de Europa.
Viera y
Clavijo dice que La Palma estaba “poblada de familias españolas nobles,
heredadas y todavía activas, condecorada de una ciudad marítima que se
iba hermoseando con iglesias, conventos, ermitas, hospitales, casas
concejales y otros edificios públicos, defendida contra los piratas
europeos, aunque entonces sólo por algunas fortificaciones muy débiles, y
dada enteramente al cultivo de las cañas de azúcar, viñas y pomares, al
desmonte, a la pesca y a la navegación”.
Y añade:
“La Palma,
digo, sin tener ningunos propios considerables, había empezado a
conciliarse un gran nombre, no sólo entre los españoles que la
conquistaron y que navegaban a las Indias, no sólo entre los
portugueses, los primeros amigos del país que hicieron en él su
comercio, sino también entre los flamencos, que acudieron después a
ennoblecerla, atraídos de la riqueza de sus azúcares o de la excelencia
de sus vinos que llamaban y creían hechos de palma”.[2]
En esta
época surgen nombres estelares en la historia marinera de España como
“capitanes de la carrera de Indias”, todos ellos vinculados con La
Palma: Gaspar de Barrios, Henriques Almeida, Fernández Rojas, Zabala
Moreno, Fernández Romero y los Díaz Pimienta. El nombre de La Palma
ocupó un lugar privilegiado en el triángulo que formaba entonces la
llamada carrera de Indias con los puertos de Amberes y Sevilla.
La Palma,
rica y fértil, creció rápidamente en población y al mismo tiempo mucho
significó en el tráfico comercial con el Continente que allende de los
mares nacía a impulso del esfuerzo de los españoles. De Flandes llegó el
legado de inteligentes ordenaciones urbanas, orientadas hacia la
protección de la brisa marina; además se introdujo la industria del
bordado y las mantelerías y se enriqueció el patrimonio religioso con
extraordinarias muestras artísticas de las escuelas entonces imperantes:
Brujas, Gante y Amberes.
De
Europa, en su camino a las Indias, en La Palma descansaron las órdenes
monásticas y de predicadores en la misión evangelizadora del Nuevo Mundo
e incluso dominicos y franciscanos echaron raíces en esta tierra,
fundando y construyendo sus propios conventos, vigorosas edificaciones
que han llegado hasta nuestros días. El esplendor de la capital palmera
se advirtió rápidamente en la expansión del núcleo urbano y en la
edificación de las grandes casas de marcada influencia portuguesa.
Notas:
[1] Frutuoso, Gaspar (1964). “Las Islas Canarias”, en Saudades da Terra, p. 116. Prólogo, traducción, glosario e índices de E. Serra, J. Régulo y S. Pestana. Instituto de Estudios Canarios. Fontes Rerum Canariarum – XII. La Laguna, Tenerife.
[2] Viera y Clavijo, José (2016). Historia de Canarias.Viera y Clavijo, obras completas. Rafael Padrón (dir.). Tomo III, p. 146. Edición, introducción y notas de Manuel de Paz Sánchez. Ediciones Idea, Santa Cruz de Tenerife.
Foto: Fernando Rodríguez Sánchez
fuente: https://www.puentedemando.com/habia-mucho-que-admirar/
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