Mary Almenara
En el ser humano se encuentran cuatro tipos de emociones, a saber: tristeza, felicidad, miedo e ira. Las emociones son difíciles de ocultar y, mucho menos, de dominar ya que afloran a nuestro rostro dejando al descubierto lo que estamos experimentando en ese momento.
También nos podemos encontrar con esa persona que,
más que un corazón, parecen llevar una coraza ante cualquier acontecimiento que
esté viviendo. Son las que llamamos, corazones de acero o de las que decimos
que ni sienten ni padecen.
Solemos encontrarnos, también, con personas que se
aferran al dolor. Parece que disfrutan yendo siempre con la lágrima en el ojo y
la tristeza reflejada en la cara, personas de las, que aunque sea egoísmo,
procuramos no cruzarnos por la calle o alejarnos cuanto antes de ellas.
Tenemos la vieja, y mala costumbre, de esconder las
emociones al pensar que expresar nuestros sentimientos quedamos expuestos al
que dirán y a los comentarios poco satisfactorios. Unas veces para que no nos
tengan pena y las otras para que nadie envidie nuestra alegría.
Atribuimos a las emociones ese carácter placentero, idílico
como para demostrarnos a nosotros y a los demás, que estás carecen de utilidad.
Esto es un pensamiento equivocado ya que el demostrar las emociones, en su
justa medida, nos ayudan a gobernar nuestra conducta y actuar con rapidez para poder
encauzarlas adecuadamente.
Las emociones son contagiosas, si estamos con personas
positivas, alegres divertidas, nuestra actitud cambia. Por el contrario si nos
rodeamos de personas negativas, aburridas y tristes, nuestra mente cambia el
chip y terminamos de mal humor y renegando de todo y de todos.
Alguien dijo. Nadie pierde por dar amor, pierde
quien no sabe recibirlo.
No debemos dejarnos llevar siempre por las emociones.
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