De nada valen los minutos de silencio, las
manifestaciones de repulsa, los “ni una más” como tampoco vale de nada llamar a
ese número de teléfono, que como una letanía, nos repiten cada vez que nos
anuncian otro asesinato.
Nada cambiará, mientras nuestros señores políticos
no se pongan de acuerdo para cambiar las leyes, mientras no dejen de empujarse
en un quítate tú para ponerme yo, con el único fin de ocupar un lugar
privillejado en el circo en el que se ha convertido la política.
Nada cambiará, mientras existan jueces que no
escuchen a los psicólogos cuando determinan que esa persona no está preparada
para ser reinsertada, volviendo de nuevo a la calle.
Nada cambiará, mientras existan abogadas/os que dan
mil vueltas a los legajos buscando el más mínimo resquicio, intentado hacer que
un asesino confeso resulte absuelto.
Nada cambiará, mientras la mentalidad de las
personas no se abra y vea que las mujeres no somos propiedad de nadie, que
tenemos derecho a salir a la calle, vestir como queramos, ir y venir donde nos
apetezca porque somos humanas y libres de cadenas llamadas celos, arrogancia,
incomprensión.
Nada cambiará, mientras nosotras, las mujeres,
dejemos de ver al hombre como un ser superior, intocable mientras en nuestras
casas no eduquemos a niños y niñas con los mismos valores y derechos.
De seguir así, lo único que cambiará esta ola de
asesinatos indiscriminados, será cuando las mujeres vistamos como nuestras
abuelas: vestido negro hasta el tobillo, pañuelo, también negro, anudado al
cuello y medias negras de punto inglés.
Para salir lo haremos acompañadas por el marido,
hermano o padre y, por supuesto, no tendremos actividades fuera de casa.
Lo más triste, es escuchar a una mujer culpar a la
victima por ir vestida de determinada manera o de regresar tarde a casa.
Por suerte hay muchos hombres que van cambiando su
manera de pensar. Pero aún hay mucho camino que andar para llegar a una
igualdad total.
Solo deseo que esta chica sea la última víctima en
un mundo machista.
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