miércoles, 21 de noviembre de 2018
La mudanza
Artículo de Marisol Ayala.
Dicen que a lo largo de nuestras vidas hacemos unas cinco mudanzas, pocas me parecen, sin embargo, creo que hay varios tipos de mudanzas; las que son como paseo al parque que airea la vida y no suponen ningún esfuerzo y otras que por mil razones se afrontan complicadas.
Una mudanza invita a la reflexión porque la casa que dejamos huele a los seres queridos; tiene el aroma de la ausencia y en la mayoría de las ocasiones para huir de una vida que no te gusta. No es el caso. Veintinco años después de habitar la casa que me dio cobijo, donde me propuse rehacer mi vida y vivir con mis dos hijos, niño y adolescente, y seríamos felices en un volver a empezar. Y lo hemos sido. Aquí, en el salón donde hoy escribo mi última columna en el entorno agasajador de años, hoy rodeada de una vivienda desmantelada, de una casa troceada en mil pedazos, cajas, bultos, en fin, una mudanza en estado puro, aquí, en mi casa vieja he escrito casi todo lo que han leído con mi firma a lo largo de más de dos décadas. El refugio elegido para darle forma a tantos textos. Reportajes, columnas y libros. Entre estas cuatro paredes hemos tenido risas, carcajadas, alegrías y tristezas. Y momentos complicados, muchos más de los que quisiera recordar.
Termino. Lo peor de una mudanza son los cajones traicioneros, la aparición de cosas olvidadas que vamos guardando y que años después, ahora, hoy, no sabes ni para qué sirven, ni siquiera por qué han permanecido ahí tantos años, exactamente en el mismo sitio, como quienes han alquilado el espacio.
Casualidades de la vida; por la vivienda ya vacía se han interesado una docena de personas. Mucha casa para una persona sola. No se sabe bien la razón pero entre las últimas que se interesaron por ella llegó una mujer separada, madre de dos hijos, de edades parecidas a los míos cuando pisé la vivienda por primera vez. Cuando alguien comentó que los chicos al entrar a la casa eligieron sus habitaciones me recordé a mi misma en esa situación. Mis hijos hicieron exactamente lo mismo.
Las casas enamoran y ésta tiene vocación de coqueta. Me iré cerca, seguiré viendo a los vecinos que conozco, a los que escuché más de lo que hubiera querido. Conversaciones y reproches, las paredes hablan. Lo mejor de la mudanza ha sido que mis hijos y nieto decidieron vivir conmigo la última noche en la casa vieja.
fuente: https://marisolayalablog.wordpress.com/
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