Marisol Ayala
Hace meses una lectora me habló de ella, de una mujer de 41 años, viuda de quien al morir en 2012 tenía 44 y madre de dos hijas. Acostumbrada a escuchar historias, a esa le puse poca atención; la miré por encima y la guardé.
Con unos 30 años su marido fundó una empresa en la que trabajaba ella y que llegó a contar con una plantilla de 10 personas. Todo les sonreía; la empresa iba como un tiro hasta que un día regresó de sus correrías un hermano de la mujer que les mendigó trabajo. Él no estaba muy convencido pero su ella lo animó “es mi hermano, dale una oportunidad”. Maldita la hora. Con el tiempo el hombre dejó a un lado su imagen de persona cumplidora y sacó la del estafador que escondía. Los clientes amigos la advirtieron en varias ocasiones con un “cuidado con tu hermano” y ella se lo dijo a su marido pero él no quiso creerlo. Al poco tiempo una enfermedad fulminante acabó con la vida de su marido y en el caos de dolor la sabandija falsificó documentación, manipuló clientes y dejó a su hermana en la calle, llena de deudas, embargada y a sus sobrinas sin futuro. La justicia reconoció parte de la denuncia con la que intentó recuperar lo que le pertenecía, pero no fue suficiente.
Como tantas veces, los primeros que la dieron la espalda fueron las ratas que tenía por amigos.
https://marisolayalablog.wordpress.com/
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