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domingo, 22 de enero de 2017

Una guarra degenerada de Femen irrumpe semidesnuda en la presentación de la figura de Trump en el Museo de Cera de Madrid

La feminista en la protesta durante la presentación de la figura de Donald Trump en el Museo de Cera de Madrid

Andrés Palomares (R)/AD.- Ante la implantación del islam en Europa, con su cortejo de discriminaciones y abusos contra la mujer, resulta singularmente llamativo el silencio sospechoso que mantiene la mayoría de nuestras feministas, de ordinario bastante activas en lo tocante a la salvaguardia de sus derechos adquiridos o la exigencia de otros nuevos, ante esta preocupante situación.
El movimiento feminista occidental, que se declara inequívocamente progresista, ¿no ve en la condición de la mujer bajo el imperio del Corán, motivo alguno de protesta y movilización? ¿O le parece aceptable ese estado de cosas? ¿Cuales son las razones de esta indiferencia? ¿A qué se debe ese clamoroso silencio en tan vital cuestión? El abuso y la discriminación islámicos contra la mujer ya no es una cuestión lejana, un problema exótico, sino que ya irrumpido con su cortejo de lacras injusticias en nuestras sociedades,
Son tan pocas las voces que se hacen oír desde ese lado, tradicionalmente ruidoso por otra parte, que hemos de pensar que a estas histéricas feministas (ahora afónicas), otrora combativas, reivindicativas y vigilantes ante la defensa de sus intereses, les trae sin cuidado el peligro que significa el islam para las conquistas sociales y políticas conseguidas por y para la mujer en Occidente. O tal vez el miedo las paraliza a la hora de enfrentarse al enemigo número uno de la igualdad de los sexos, al campeón de la discriminación y el sometimiento de la mujer que es el islam. O simplemente su odio a Occidente, su desapego a la cultura europea, su rechazo de los valores de nuestra civilización, pesan más que cualquier otra consideración y prefieren dar por buena toda la degradación que aporta el islam para la condición femenina a cambio de la destrucción de lo que más aborrecen: Estados Unidos, Europa, su historia, su identidad, su cultura.
Sean cuales sean los motivos de la generalizada mansedumbre de las feministas ante la amenaza islámica, la verdad es que esta dimisión en la defensa de sus privilegios (que no son patrimonio de la humanidad, sino únicamente de Occidente) se parece mucho a un suicidio, a una muerte consentida, cuanto menos a una rendición o peor aún, a una traición, y pone al descubierto la falsedad e hipocresía del feminismo y sus seguidoras.
¿Cuántas campañas han tenido lugar en los últimos tiempos o están en curso en España/Europa contra la sumisión de la mujer en el islam, contra la imposición del hiyab o de la burka, contra los “crimenes de honor”, la pedofilia legalizada, las mutilaciones genitales, etc…? En cambio se llevan a cabo grandes y costosas campañas contra el tabaco en los lugares públicos o el alcohol al volante, contra el consumo de “pezqueñines” o las corridas de toros, simulando con estas preocupaciones no tener asuntos más graves que tratar. Contra la violación de los derechos humanos de las mujeres bajo el islam (y no sólo de ellas), ni un gesto y ni una palabra. Contra Donald Trump, todo un arsenal de provocaciones y malas maneras.
El silencio es absoluto, o casi. Hay que reconocer que no solamente se trata de la deserción de las feministas en un terreno que es el propio de su lucha declamada. Es la sociedad entera, hombres, mujeres, feministas o no, que mira para otro lado y finge no enterarse de lo que pasa. En esa gran cobardía colectiva no cabe actuación verdadera contra los desafíos reales. Los grandes problemas son Donald Trump, el calentamiento global, la obesidad mórbida, la masa corporal de las modelos, la plaga del mejillón-cebra… No negamos que estos asuntos y otros muchos requieren atención, lo que decimos es que estas cuestiones menores son utilizadas como cortinas de humo para desviar la atención de aquello que realmente cuenta. Cuando el barco se hunde, lo que menos importa es un baño atascado o las cortinas sucias de un camarote.
Pero hay todavía peor que ese silencio culpable. Hay, de parte de muchas mujeres que se reclaman del feminismo, no ya una equivocada benevolencia, sino una auténtica fascinación hacia el islam. Así de simple, así de tonto. Al punto que muchas de las nuevas conversas a la fe de Mahoma, provienen de sectores ideológicos feministas o afines a esa tendencia. Su testimonio es único: han encontrado en el islam el verdadero respeto a la mujer, la auténtica igualdad que siempre anhelaron y por la cual han luchado, al parecer inútilmente, en el seno de la cultura occidental. En el islam se sienten por fin realizadas, tapadas de la cabeza a los píes y sometidas a la autoridad absoluta de un hombre y en un estado legal de minoría de edad a perpetuidad. La impostura feminista no podía quedar más al descubierto que lo que está actualmente, con el silencio cómplice ante la arbitrariedad y la injusticia de la que son víctimas las mujeres en el islam (y la creciente tolerancia que encuentra incluso en el interior de nuestra sociedad la discriminación coránica contra el sexo femenino) por una parte, y por la otra, el entusiasmo con que abrazan no pocas feministas su sumisión y subordinación a una autoridad superior masculina inobjetable que les era insufrible dentro de la sociedad europea tradicional.
Esa actitud, que pone en evidencia la degradación moral y espiritual reinantes en nuestra decadente sociedad, es tanto más aberrante y miserable cuanto que se trata de una elección libremente adoptada en un medio donde no existe la presión ambiente insoslayable de una sociedad islámica. En los países musulmanes, las mujeres no tienen elección, deben someterse porque de no hacerlo su seguridad, su integridad y su misma vida corren peligro y porque además toda su cultura y su educación las han preparado para eso. En Europa, pudiendo elegir libremente, sin coacciones ni el peligro de represalias, entre la libertad y la igualdad o la sumisión y la inferioridad, algunas optan contra toda lógica y razón por lo último y dando la espalda a su cultura y los valores de su civilización. Al abrazar el islam, las feminisas (y otras que no lo son para nada) se suben a un caballo que no es el suyo y que además es una “mala bestia” que les hará una mala jugada. “¡Queremos cadenas, que nos pongan el yugo!”: este parece ser el lema actual, el grito de combate de las nuevas feministas del tercer milenio. Pueden estar seguras que esas cadenas las tendrán y muy pesadas, que ese yugo se lo pondrán y será doloroso. Pero sarna con gusto no pica, dice el refrán. En ese caso que disfruten entonces con las ronchas que les van a salir desde el alfa hasta el omega.
Debemos señalar que no son únicamente muchas feministas las que se entregan a una ideología enemiga, no sólo de Occidente sino de la propia condición femenina, y sucumben a la fascinación que el islam ejerce en esas mentes débiles y desnortadas. Mujeres no feministas y hombres también caen por esa pendiente. Si resaltamos el caso de las feministas es por el absurdo y la contradicción mayúsculas que supone convertirse al islam con semejantes antecedentes y ante tales perspectivas.
A esas mujeres que deciden entregarse a una cosmovisión enemiga del género humano y más particularmente del sexo femenino, y a aquellos hombres que les rien la gracia a estas estúpidas, les convendría saber, como botón de muestra de la consideración islámica hacia la mujer, que el Corán equipara la mujer a los excrementos. A la materia digerida, a las heces, al entrañable abono intestinal, ¿me explico?
“Agarrad al patriarcado por las pelotas”
Una militante del grupo feminista Femen ha irrumpido este martes en la presentación de la figura del presidente de Estados Unidos, Donald Trump. Ante la atónita mirada de los presentes, la joven se ha desnudado el torso y ha comenzado a gritar «Grab patriarchy by the balls» («Agarrad al patriarcado por las pelotas», en inglés).
La inauguración de la estatua se hacía coincidiendo con el arranque del mandato del empresario estadounidense. También está pendiente la incorporación de su mujer, Melania Trump. En la parte de historia del museo, ya se encuentran otras esculturas como la del hasta ahora presidente norteamericano Barack Obama, la de Winston Churchill o la de Napoleón.
Femen ya atentó contra la figura de Putin
No es la primera vez que una feminista protesta en un acto similar. El pasado junio, otra mujer atacó con una estaca de madera la estatua del presidente ruso, Vladimir Putin, en el museo de cera Grevin de París, en señal de protesta contra su invitación por las autoridades francesas al 70 aniversario del desembarco de Normandía.
http://www.alertadigital.com/2017/01/17/una-feminista-irrumpe-en-la-presentacion-de-la-figura-de-donald-trump-en-el-museo-de-cera-de-madrid/

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