lunes, 19 de diciembre de 2016

Tuve que haber disparado. Me reventó el ojo y casi me mata pero al final ha conseguido mucho más que yo

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«Tuve que haber disparado. Te aseguro que yo hoy tenía mi ojo. He aprendido a no tener miedo de usar mi arma. Te lo garantizo al cien por cien». Yo no elegí quedarme sin un ojo, ni tener pesadillas, ni casi no salir de casa. A mí todo esto me lo provocaron ellos.
«Que no. Que no. Que esto no me puede estar pasando a mí. Es una broma. Pesada. Muy pesada...» Juan Cadenas calla y recapacita pero no sabe ni lo que siente ya. Se tambalea entre la rabia, la desesperación, la angustia, el insomnio… la tristeza. Juan no es capaz de concretar ante un simple ¿cómo estás?. «Es todo junto», intenta explicarse como puede. Hace ya casi dos años de aquella maldita noche y todavía no comprende lo qué ha pasado. Como, después de que intentaran matarle, cortarle la yugular hasta rajarle el cielo de la boca y reventarle un ojo con un cristal, el que lo hizo, la supuesta mano ejecutora, esté recibiendo de parte de la administración más que él.
Pedro ‘El Cachimba’ cumple prisión preventiva desde que aquel 17 de enero de 2015 decidió asaltar la Jefatura de Puerto Serrano junto a sus hermanos, los «putos amos» del pueblo, y llevarse por delante la carrera y casi la vida de un agente. Pero, tras aquello, pendiente de juicio penal, ha llegado «otra puñalada» para Juan. Más dolorosa, cuenta. El equipo de valoración de incapacidades del Instituto Nacional de la Seguridad Social (INSS) de Cádiz le ha otorgado al agresor la permanente absoluta con derecho del cien por cien de su base reguladora por una «deficiencia psiquiátrica». Al policía, que esa noche cumplía con su trabajo intentando impedir que los Venegas atropellaran a alguien, le han dado la total, lo que significa una pérdida de más de un 50% de su sueldo, unos 700 euros menos al mes, más la productividad que antes podía conseguir y que ahora, encerrado en su casa, obviamente no. 
«Pérdida del globo ocular definitiva y trastorno de estrés postraumático», se lee en el informe de Juan, quien mira una y otra vez el escrito que recibió hace meses. «Los tuvieron los dos sobre la mesa. Se firmaron el mismo día... es que no me lo creo», repite. «¡Es como si le premiaran a él. A alguien que me ha arruinado la vida por intentar hacer bien mi trabajo. Me siento apaleado, pero ya no por ellos, que en definitiva son delincuentes, sino por la administración, esa misma a la que yo sirvo y por la que me lo jugué todo». «¿Sabes qué pienso? Que el dolor que me provocaron a mí y a mi familia le ha hecho ganar dinero a estos animales y eso jamás lo podré entender. Ni puedo, ni quiero hacerlo, la verdad». 
Pero Juan Cadenas dice que seguirá. Sus tres hijos son ese acicate fundamental que le empujan cada vez que piensa en abandonar. «Hemos reclamado pero ya el hecho de recurrir me da tanta pena... ¿Por qué tengo yo que luchar algo que a él le han dado de oficio y de por vida y encima pagado por todos? Yo no elegí quedarme sin un ojo, ni tener pesadillas, ni casi no salir de casa. A mí todo esto me lo provocaron ellos». Sí asume que por su trabajo esa posibilidad estaba ahí, que la profesión que le había enamorado desde pequeño podía tener sus consecuencias. Ya lo había hablado con sus padres mucho antes. Gajes del oficio. Pero, eso no es lo que le perturba. Lo que le taladra la mente es el sentirse «abandonado» por aquello en lo que creía. Que, a su juicio, la estructura, el sistema, se haya puesto de lado del «malo».
Ese sentimiento le refuerza más la idea que tuvo aquella noche tras la agresión. A escasos 150 metros de la Jefatura, cuando, cubierto de sangre, escapaba en el coche patrulla sin dejar de escuchar gritos y amenazas. «Tuve que haber disparado. Te aseguro que yo hoy tenía mi ojo. He aprendido a no tener miedo de usar mi arma. Te lo garantizo al cien por cien». Hubiera o hubiese. Eso es justo lo que no le deja dormir. La relación de variables y posibilidades que condujeron a lo que finalmente pasó. «Me pregunto qué hubiera ocurrido si esa noche no les hubiera parado, si hubiera pasado de meterme en líos porque, entre otras cosas, me debían ocho nóminas, o si hubiera disparado la primera vez que desenfundé y lo tuve delante cuando con el cristal en la mano me dijo que me iba a matar». Esos dos segundos cuando lo encañonó no paran de marcarse una y otra vez en su reloj. 
Aquel momento sucedió una fría noche de enero. Pasaban las diez, cuando el policía y su compañero vieron como Jorge Venegas, el menor de los hermanos Cachimba, de 27 años, conducía de forma temeraria por el pueblo sin importarle que su sobrino pequeño fuera de copiloto, haciendo trompos, y con riesgo evidente de chocar contra otro coche o un peatón. Al darles el alto, huyeron y se refugiaron en un bar. Allí tuvo lugar el primer encontrazo con patadas, escupitajos, puñetazos, cabezazos e incluso mordiscos. Pero con mucho empeño lo detuvieron y llevaron a la Jefatura a la espera de que la única patrulla de la Guardia Civil de servicio, que estaba en otro punto de la Sierra, se hiciera cargo de él. 
Pero todo cambió cuando tras uno llegaron los demás. «El problema de esta gente es que actúan con total impunidad. Les da igual todo. Se sienten por encima de la ley», explica el policía. Por eso, cuando se conoció lo que había pasado, no extrañó demasiado en Puerto Serrano que los otros dos hermanos acudieran al auxilio del menor para sacarlo de la Jefatura a pesar de que estaba arrestado. No sorprendió a los vecinos «hartos» de los Cachimbas que el mayor, José, al llegar fuera capaz de amenazar a un policía sin temblar y a cara descubierta diciéndole que le iba a pegar dos tiros a su hijo o que iba a violar a su mujer si no lo soltaban a su hermano.
Lo peor llegó minutos después con Pedro, para quien el fiscal pide 32 años de cárcel por varios delitos y, el mismo, al que se le ha concedido una pensión del cien por cien de invalidez de por vida. «¡Hijos de puta, soltad a mi hermano!», gritó al llegar mientras de una patada reventó la puerta sin la apenas resistencia de un frágil pestillo. Y entonces cogió el cristal. «¡A ti te voy a matar yo!», consta en el informe policial que dijo abalanzándose hacia ellos. Y ahí, justo en ese momento, es donde Juan daría al pausa para cambiar la historia. En esos dos segundos en los que, él y su compañero, «desprotegidos y acorralados», no tendrían que haber pasado por lo que pasaron. En ese momento Juan cuenta que desenfundó y que pensó más en las consecuencias penales si hubiera disparado que en su vida. «¿Crees que es normal? Tenemos más miedo a la justicia, a perder nuestro trabajo, que a perder la vida. Y eso no debería de ser así. Más vale defenderse delante de un juez que no delante de un cura».
Pero la historia continuó como la conocemos porque volvió a enfundar. «Me caí al suelo al tropezar con una mesa y ya ahí pasó de todo». Pasó que mientras uno le sujetaba, el otro le apuñalaba con el cristal. Cuatro veces. Una de las puñaladas le dejó sin ojo izquierdo. Y otra se clavó a un centímetro de partirle la yugular con tanta fuerza que le llegó a seccionar el paladar. Así lo refleja el parte médico. «Recuerdo que empecé a masticar cristales y al levantarme sólo pensé que no me podía desmayar porque si no me iban a rematar». Luego, en estado de shock, quedaron los flashes. El de las gotas de sangre cayendo sobre un cartón que había en la puerta, o la frase «grabada a fuego» que le dijo la médico que le vio en el hospital. «Tienes el ojo cortado por la mitad».
Desde entonces, su vida es otra. «Lo del ojo no lo llevo mal. No me gusta verme en fotos pero poco más. Lo que llevo peor es no poder volver a trabajar y sentirme agobiado cuando estoy rodeado de mucha gente o el no dormir porque escucho los golpes». En nueve años, Juan Cadenas había ido dos veces al campo de tiro, en 2009 y en 2012. No había entrenado más. Sin embargo, tuvo que hacer frente con su arma a una situación de extremo estrés y riesgo. Episodios que no tienen ni hora ni sitio programados.
Y a pesar de todo aquello, Juan se aferra al pensamiento del día que volverá a su trabajo. No teme a nadie. Ni amenazas ni venganzas. Quizá sí reconoce que siente algo de angustia por el juicio que tendrá en febrero contra sus presuntos verdugos. «No es que les tenga miedo. No es eso. Lo que de verdad me asusta es que la justicia me dé la espalda y ya, entonces sí, no pueda remontar».
fuente : http://www.benemeritaaldia.org/index.php/actualidad/27392-tuve-que-haber-disparado-me-revent%C3%B3-el-ojo-y-casi-me-mata-pero-al-final-ha-conseguido-mucho-m%C3%A1s-que-yo.html

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